Hablamos con una de nuestras vecinas más entrañables, a la que felicitamos por su reciente cumpleaños
Un “yo te quiero, aunque no te vea lo que me gustaría” me recibe en el salón de su casa con un abrazo. Sentada en su sillón, con su bolsa de punto y hecha un pincel, Mercedes sonríe a más no poder. Está muy ilusionada por esta entrevista. No se cumplen 90 años todos los días.
Nació un 1 de agosto de 1931 y, después de haber pasado por las peores épocas más recientes de este país, sigue pensando que la positividad es esencial para sobrevivir: “te voy a contar el cuento de la buena pipa, ¿empiezo?”, me suelta. Así, me invita a formar parte de la que será una de las charlas más inspiradoras de mi vida.
Ella, que sin quererlo da lecciones de minimalismo y simplicidad. Ella, que tanto ha sufrido, siempre, por sus seres queridos. Valiente, trabajadora e incansable, creció trabajando y aprendió muy pronto a salir airosa de las necesidades. Y esa misma ha sido siempre una de sus mejores virtudes: de un trapo, hacía un vestido; de un garbanzo, un potaje… Sólo ella sabía cómo multiplicar los panes y los peces.
SUS PRIMEROS AÑOS
Aunque apenas tenía 6 años, recuerda el horror de la posguerra, pero asegura que nunca pasó hambre: “mis padres majaban el trigo que sembrábamos, lo guisaban con tomate y arroz y eso estaba riquísimo. Mala y ‘tó’, mi madre cogía los pollos del corral, los mataba y los ponía en pepitoria con almendra frita. Mi padre, al que admiraba con locura, hacía gazpachos en el campo con su maja y su lebrillo y me hacía, de paso, una cuchara de palo para yo comérmelo. No necesitábamos más. También mataba dos cochinos al año y teníamos una caja de madera en el portal llena de jamones, piedras y demás. Hoy en día eso no pasa, la gente tiene la casa reluciente”.
A Mercedes le da una pena inmensa no haber podido asistir al colegio porque su madre carecía de unas piernas sanas y tuvo que dedicarse a cuidarla. Sin embargo, posee una memoria envidiable. Recuerda cómo con siete años, acompañada de su hermana de diez, cogían un barreñito y se iban a lavar la ropa en las pilas de cemento de la fuente de San Pimpo en lugar de su bisabuela: “mi abuela nos mandaba a por leña para hacer el borrajo para asar las papas con una poquita de sal. Y nos íbamos al charco del coladero a beber agua porque eso era un manantial. Nos llegaba el agua por la rodilla. De donde se lavaba, se bebía. Después, tendíamos la ropa y, por la tarde, esperábamos a que pasara alguien con una bestia; si no era el caso, la traíamos en las manos o en la cabeza”.
Como anécdota de esos tiempos, le encanta contar la siguiente: “teníamos un horno de hacer ladrillos y le ayudábamos a mi padre a enredarlos y cantearlos, a sacarle el agua. También teníamos un burro que se llamaba Tronera y mientras mi padre no le echara pan con vino el burro no se ponía en pie ‘pa’ acarrear el barro”.
TRAS SU INFANCIA
Con un tapón de corcho, una aguja y un hilo de seda, esta mujer le puso sus primeros pendientes a varias generaciones. Se dedicó muchos años, sin saber de cuentas, a la venta de Avon y oro. Se le daba estupendamente porque, la verdad sea dicha, a charlatana no le gana nadie.
Más tarde, se puso detrás de la barra del bar de la Plaza y preparaba unas tapas riquísimas. Siempre ha sido una gran cocinera y nadie aliñaba los chocos como ella.
Tiene a su marido, madre y abuela muy, pero que muy presentes en todo momento. Aprendió de esta última su enciclopedia abstracta de refranes y coplitas. Así, recita una de sus favoritas, compuesta por su abuela en la Plaza Comandante Ramón Franco: “Los otros días en la plaza había una reunión, toda de muchachos jóvenes y había unos veintidós. Y nos vamos a referir en lo que piensan los jóvenes, uno se decía al otro ‘¿tú que estrenas el día de San Jorge?, yo este año no estreno ná porque vivo del tomate y está la cosa atrasá. Pues yo que vivo de la uva y este año va a la peseta me voy a comprar un traje de los pies a la cabeza. Y si no sé por mascota encargársela a Vazquecito, y los botillos me los va a hacer el hijo de Carricito’.
Lidió con el alcoholismo, si tenía que bailarle sevillanas a su marido en la taberna para llevárselo a casa, bailaba, y más: “mi marido era muy celoso. Una vez, fui al bar en tirantas y tuve que volverme a casa para cambiarme de vestido, no fuera a ser que se enamoraran de mí los abuelos (ríe). Otra vez fui a buscar a mi marido y le preguntaron, ‘Antonio, ¿qué coche has traído tú hoy?’ A lo que él respondió ‘¿yo? ninguno, ¿por qué?’ ‘Por ná, porque tienes el Mercedes en la puerta’. Mira, niña, qué risa…”
Crió a sus sobrinos y los adoraba tanto como a sus cuatro hijos, pues siempre ha sido una enamorada de los niños. A medida que sus hijos fueron haciéndose mayores, empezó a lidiar también con la droga. Ya su vida estaba totalmente condicionada por Luis y se volvió loca cuando él dejó este mundo. “Ese dolor ya no la ha dejado ser feliz, ni hacernos felices”, comenta su hija Tomasi. Todo le ha pasado factura, nada pasa en balde. Sus huesos y sus piernas ya no dan más de sí. Está enfadada con el mundo por eso mismo, pero, enmedio de su frustración, aún se salvan sus manos. A sus 90 años sigue cosiendo y haciendo punto: gorros y bufandas a todo el que se le cruce.
RECONOCIMIENTOS
Su cuidadora del servicio de ayuda a domicilio le dedica lo siguiente: “Mercedes no tiene nada suyo. Si pudiera darte todo, te lo daba. Se preocupa por los demás, desde siempre ha dicho que si le toca el cupón, le regalará a mi hija el carnet de conducir. A mi segundo nieto le regaló la canastilla y al chiquitito le hizo un chalequito de punto, un gorrito y sus patines. En estos años, ha regalado decenas de prendas de ropita que ella misma ha hecho con sus manos a sobrinos, a vecinos, etc. Ella se desahoga conmigo, yo la escucho, que es mi deber como profesional y persona. Hay algo que me encanta de Mercedes y es una frase que dice mucho, ‘yo soy positiva, no soy negativa’, y lo respeta a la perfección, siempre está de cachondeo. Le deseo que siga tan bien como está ahora, con sus 90 años y sus achaques, pero con la cabeza tan buena como la tiene. Y que yo los vea hasta que me
jubile”.
Este año ha celebrado su cumpleaños convidando a comer, como dice ella, a su familia y apagando las velas con un abanico, por si acaso el coronavirus estuviera presente. Su familia le desea que “ojalá la vida que le reste no la haga más sufrir. Ahora nos toca cuidarla lo mejor que podamos, sin perder la paciencia, que se necesita mucha, pero nadie se puede poner en sus zapatos, sólo ella sabe lo que aprietan. ¡¡¡A por los 91!!!”
Sus nietos, igualmente, hacen un repaso de recuerdos y se quedan con los ratitos en la cama con ella de pequeños y cómo hacían muñequitos con las sábanas, creando una historia. Tras la siesta, veían una novela llamada, según su abuela, ’Mari Mar’: “también jugábamos a pasarnos las bobinas como si fueran pelotas y con uno de mis peluches favoritos llamado Andresito”, dice su nieta.
Sencilla y natural, Mercedes cuenta que no hay secreto que valga para llegar donde ha llegado: “yo nunca fui guapa, pero fui atractiva. Y muy buena moza, alta, delgada y muy simpática con todo el mundo; y eso vale mucho. Jamás he sido roñosa. Además, siempre he sido muy guasona, aunque teniendo ya 90 años lo único que hago es dar pelma, reírme y hacer punto”. Y termina con algo digno de recordar y reflexionar: “cuando un rico se muere, todo el mundo lo lamenta. Cuántos pobrecitos mueren y nadie lo tiene en cuenta”.
Desde Palos Punto Cero, te deseamos que llegues hasta el siglo y más allá. Gracias por alegrar la vida de muchos palermos. Te estamos eternamente agradecidos.
¡FELICIDADES, BUENA MOZA!