Josefa Mora López, Pepita Mora como todos la conocemos, nació en Isla Cristina hace 86 años. Con tan solo 3 añitos de edad, vino a vivir a Punta y ya se quedó pegada a nuestro pueblo: “Yo me siento de Punta, muy de Punta”, dice ella con una sonrisa eterna. Hoy todo lo que ama se encuentra aquí…
Pepita es una persona muy alegre y divertida, con una sonrisa y una dulzura casi infantil. Es mujer sencilla y natural, bien vestida desde siempre, pero de maquillaje ni oir hablar. Siempre ha ido y va con su cara lavada. Ni siquiera cuando fue madrina consintió un toquecito de color en sus mejillas.
Siempre anda haciendo algo, jamás ha sido persona de estar sentada en el sofá viendo pasar las horas. Emocional y sensible, Pepita tiene tanta facilidad para reír como para llorar. Se siente una privilegiada de la vida, pues desde pequeña hasta hoy, se ha sentido muy querida por todo su entorno, aunque admite que a veces sufre más de lo que le corresponde, sobre todo porque -en ocasiones- le asaltan preocupaciones que no la dejan estar tranquila. Le horroriza pensar que algún día le pueda pasar algo a alguno de los suyos. Reconoce que “muchas veces tengo que tomar valeriana porque se me mete en la cabeza que algo le pueda pasar a mi gente, y es que he visto tantas cosas pasar que me resulta inevitable ponerme a veces en lo peor”.. Cuando su hija sale de casa para ir a Constantina, donde ejerce su profesión de profesora, siempre le dice: “hija, tú conduce muy despacito, sin prisas”, pero luego le echa el toque de humor y remata la frase: “bueno, pisando huevos tampoco, que no es cuestión de andar molestando en la carretera”.
Su especial sensibilidad y empatía, y el amor que le tiene a la vida, le lleva a llorar desconsoladamente cuando habla de las personas que mueren en la guerra, “no entiendo que se pierdan tantas vidas en una guerra, que la vida de las personas tenga tan poco valor para algunos”, dice entre sollozos.
No es una persona caprichosa, la vida le ha enseñado que la felicidad está en las cositas pequeñas. De hecho, tras toda la vida relacionándose con comidas de buen restaurante, cuando le preguntamos por la comida que más la seduce, contesta divertida: “aunque me pongan manjares exquisitos sobre la mesa, como yo vea una pelúa, es lo que me voy a comer con más ganas”.
Nuestra vecina goza de una salud férrea a sus 86 años de edad. Tan solo necesita 3 pastillas diarias: un protector de estómago, otra para la tensión arterial y otra, preventiva, que cuida la salud de uno de sus ojos, ya que, cuando estaba embarazada de ocho meses de su hija, tuvo un desprendimiento de retina que derivó en la pérdida total de visión del otro ojo. Aún así, ella ve mucho más que lo que sus ojos le muestran…
Pepita cuida mucho su salud, de hecho, hasta hace poco salía a dar, con su hija Isabel, largos paseos por la playa, pero es cierto que “ya salgo muy poco a pasear, no me apetece. Desde hace tiempo lo que hago por mantenerme es hacer en casa los ejercicios que me mandó Raul, el fisio”. Pero vamos, que a pesar de no salir a pasear, su día a día está repleto de actividad. Su rutina, por algunos de sus familiares es catalogada de «frenética«.
En esa actividad de cada día encuentra ella mucha paz y serenidad: “Cuando despierto sobre las siete de la mañana me quedo en la cama rezando hasta las diez menos cuarto. Rezo por todos y cada uno de los míos y por las necesidades que conozco de mi entorno. Tras rezar, me levanto y voy a mis balcones a arreglar mis plantitas. Tengo una bolsita colgada en el balcón donde voy echando todas las hojitas que van cayendo”. Sus tareas las realiza con mucho cariño, esmero y dedicación. Sin prisas. Disfrutando de lo que hace. Es el gusto por las pequeñas cosas…
Tras su ratito con las plantas “desayuno mi descafeinado con pan tostado y aceite, que por cierto, ahora tengo un aceite de Jaén que me han traído que me encanta”. Cuando ya está con el estómago feliz, se dispone a echar un ratito con sus pajaritos: “Tengo un agaporni y un canario. Cada día limpio las jaulas, les arreglo el comedero y bebedero y les pongo su media magdalena a cada uno. Les compro unas bolsas de magdalenas para ellos que antes me costaban un euro y ahora me cuestan dos. Hay que ver cómo se está poniendo la cosa”. Y tras acomodar a sus pajaritos se pone a limpiar: “yo limpio todos los días la casa entera. Hay veces que termino de limpiar a las cuatro, o cuatro y media de la tarde y, a esa hora, me pongo a comer. A mi nuera Rosa le da mucho coraje que limpie tanto, le gustaría verme más tranquilita” afirma riendo… Entre sus tareas también está el cocinar un puchero los sábados y unas lentejas los martes: “Lo guiso para nosotros y también le preparo tápers a mi hija para que se los lleve a Constantina y así tiene dos días resueltos de comida”.
De ese modo, explica Pepita, “estoy activa durante todo el día hasta bien avanzada la tarde, porque entre la limpieza, la preparación de la comida, el sentarme a comer, y luego arreglar la cocina, otra vueltecita que le de a las plantitas y a los pajaritos, y arreglar todo lo que vaya surgiendo cada día, hasta las siete de la tarde no me siento. Y ya cuando llega la hora del pasapalabra me acomodo del todo y me lo paso bomba, no me lo pierdo, me encanta. Después me paso al canal de Andalucía y así veo todo lo que pasa por aquí, porque yo me siento muy de mi Huelva y muy andaluza, y me gusta saber todo lo referente a mi tierra”.
Y cuando llega la hora de cenar, “una manzana y un yogurt. Aunque alguna vez también cae un quesito de esos que no son curados, que esos no los tomo por la tensión”. Pepita ha apostado por una vida sana porque lo que más le horroriza del mundo es que el deterioro de su salud le lleve a ser una persona dependiente que provoque más trabajo y sufrimiento a los suyos.
Cuando Pepita echa la vista atrás y nos habla de tiempos pasados, nos sorprende la figura de su madre, una mujer luchadora de la que nuestra protagonista aprendió grandes lecciones.
Pepita es la segunda de los tres hermanos que llegaron al mundo fruto del primer matrimonio de su madre, Josefa, un primer matrimonio marcado por la muerte de dos de sus tres hijos, Isabel, la mayor, que murió de meningitis a los siete años de edad, y Juan, que falleció a los nueve meses de nacer. En tan sólo 4 años, Josefa tuvo que afrontar la muerte de dos hijos y de su marido, quedando su vida limitada a criar a Pepita, su segunda hija, nuestra protagonista de hoy y a sacar adelante una pequeña tienda de alimentación que les permitía a madre e hija vivir sin estrecheces. “No sé cómo mi madre pudo salir adelante tras la muerte de dos hijos y su marido. Es algo que cada día me provoca más admiración hacia ella. Y es que no sólo salimos adelante las dos, sino que nunca me hizo partícipe de su tristeza. Me regaló una infancia absolutamente feliz. Era una mujer increíble. Yo he sido muy feliz toda la vida, y seguramente ella ha tenido mucho que ver”.
Josefa, al tiempo de enviudar, se volvió a casar, y fruto de ese matrimonio nacieron las dos hermanas que hoy conserva Pepita, que son Antonia e Isabel. Las tres hermanas son a día de hoy y desde hace largos años vecinas en un bloque de pisos que construyeron en el centro de Punta Umbría.
Nuestra Pepita se casó con José María Coronel Expósito, el gran amor de su vida. Del matrimonio vinieron al mundo dos hermanos, Juan José, que es quien lleva el restaurante Juanito Coronel, y Ana, de la que ya hemos hablado, que es profesora en Constantina. “Mi hijo Juan José entró a trabajar en el restaurante con su padre y, desde que el padre murió, que además murió desgraciadamente trabajando en la barra, poniendo un café, se hizo cargo del negocio, y lo lleva estupendamente”, dice Pepita orgullosa.
Juan José se casó con Rosa, y los dos trabajan codo con codo en el restaurante. Tienen tres hijos, Juan, Rosa y Germán, la locura de Pepita: “Mis nietos son para mí lo más grande de la vida. Cuando tengo que salir con alguno de ellos a la calle, me siento muy orgullosa cuando la gente me dice ¡mira que bien acompañada vas!” A pepita se le ilumina la cara cuando habla de ellos. No puede, ni sabe, ni quiere disimular su amor. Le preguntamos si tiene algún favorito y no dudó un momento en decir que los tres son para ella su vida. “Mi juan, el mayor, es un niño serio, ha estudiado en Alicante repostería y jamás ha dado ni medio problema. No imaginas cómo tiene su piso… más limpio imposible. La niña, Rosa, ha trabajado 13 años en una farmacia y ha dejado ese trabajo para estudiar primero laboratorio y después radiografía. Es simpática y cariñosa hasta más no poder. Y luego ya mi Germán, que es el más chico. Es un niño cariñosísimo, ha estudiado periodismo y es entrenador de baloncesto para niños en el Betis. Por él no hay discusión posible. Yo no puedo estar más orgullosa y contenta de tener los nietos que tengo”.
Ahí se cierra el círculo de vida de nuestra Pepita, ya que es una mujer bastante independiente en el ámbito social. Su casa, su bar y su familia lo son todo para ella. Tan sólo abre ese círculo de vida para dar cabida a su Dios, con el que mantiene una relación con algún que otro sobresalto. “Ya he conseguido perdonarle, pero me ha costado. Estuve mucho tiempo enfadada con él por haberse llevado a mi marido y además sin dejarme despedir de él. Mi marido debió morir a mi lado”, lamenta Pepita con lágrimas en los ojos.
Pepita ha pasado muchas horas de trabajo en el restaurante, “siempre he estado echando una mano a Rosa en la cocina”. Una vez más, nuestra protagonista nos habla de Rosa, esa mujer que -sin duda- es mucho más que su nuera: «Rosa es una hija más para mí«. Cuando se miran, las dos, sin mediar palabra, se sonríen, y en ocasiones, con tan sólo esa mirada mantenida y esa sonrisa, Pepita se emociona. Ellas tienen esa preciosa relación de complicidad y cariño donde casi siempre las palabras no son necesarias para entenderse.
La vida de nuestra Pepita, como ella dice, siempre ha sido muy feliz, pero cuando escarbas un poco en su sentir, no duda en confesar que también lo ha pasado muy mal. Lo peor que ha vivido jamás es “la muerte de mi marido. Y aún a día de hoy no dejo de llorar por aquel desgraciado día. No consigo superarlo. Yo me arreglé con él con tan solo 16 años. Era un hombre que no podía estar sin mí. Me he sentido siempre muy querida y muy necesaria. Me ha hecho siempre muy feliz. Era una persona muy especial, muy familiar, nunca se iba con nadie, siempre con su mujer, con sus hijos, con su nuera y luego con sus nietos. Por eso es que no consigo entender por qué hay tantos matrimonios que se separan, porque el mío fue maravilloso…
Hace 15 años que murió su marido. Cuando ocurrió, Pepita pasó unos días en casa de su hijo, y antes de volver a su casa, Juan José la llevó al bar para que se enfrentara a ese momento lo antes posible, sabiendo que si no la llevaba cuanto antes, nunca más lo volvería a pisar…
Su marido sigue estando muy presente en el día a día de nuestra mujer puntera de hoy: “Yo me acuesto cada noche en el lado de él de la cama. Hablo con él a cada instante y siento que él me ayuda en todo. Fíjate que a veces cojo algo de mucho peso y le digo, ¿ves? Esto no lo puedo coger yo si no es con tu ayuda… Ya te digo, yo hablo con el señor y con él a todas horas, y lo que le pido tanto a uno como a otro es que me dejen seguir aquí con los míos mientras yo me pueda valer por mí misma, pero cuando eso no sea así, que me lleven, porque lo que yo no quiero es dar problemas o sufrimiento a los míos, que a mí no me da ningún miedo morir, lo que me da miedo es hacer sufrir a mi gente querida”..
Para la redactora de Periódicos Punto Cero ha sido todo un lujo entrevistar a esta dulce mujer, repleta de sabiduría y ternura. Le deseamos muchos años de salud y sonrisas.
GRACIAS, Pepita, por enseñarnos tanto…