Este mes, en la sección de GENTE EXCELENTE, hablamos con nuestro vecino Driss El Kadmiri Bachir, un hombre cuya vida está repleta de experiencias dignas de ser compartidas. El hoy puntaumbrieño de adopción abrió las puertas de su casa al equipo de redacción de este periódico y, tras encender unas barritas de incienso en su acogedor salón y bajar la luz, nos deleitó hablando con enorme serenidad sobre algunos capítulos de su sorprendente vida. Con timidez y mucha humildad, nos abrió su corazón para compartir su intimidad con nuestros lectores.
Driss trabaja hoy como camarero en El Camarón, donde disfruta cada día de su trabajo y del suave sonido de las olas de mar, pero hasta llegar a este punto, su vida no ha estado exenta de grandes dificultades. Aunque es una persona totalmente integrada en Punta Umbría, no todo el mundo conoce su historia…
Nacido en Marruecos el 20 de abril de 1966, llegó a España muy joven, para vivir “un sueño”, sin saber español y con apenas 5000 pesetas en el bolsillo. Le habían dibujado una España como destino ideal lleno de oportunidades donde todo era muy fácil. Nada más llegar descubrió que ganarse la vida aquí no era el camino de rosas que le habían pintado. Lo pasó mal. La frustración y la ira propiciaron que cayera en las garras de las adicciones, de las que se encuentra rehabilitado hace ya largos años. Cuando logró estabilizar su vida con una esposa y unos hijos maravillosos, la vida lo ponía de nuevo a prueba con la enfermedad de su hija y su posterior pérdida. A pesar del inmenso dolor, Driss se ha mantenido fiel a sus valores, recuperados tras ganarle la batalla a la adicción. Hoy vive su vida con paz y serenidad, recordando a diario a Leila, junto a su mujer, María Angustias, y su hijo, Enrique, que suponen el mejor homenaje que puede brindarle a su, eternamente presente, hija querida.
¿Cómo recuerdas tu infancia?
– Muy feliz. Vengo de una familia humilde, pero de muchos valores, como son el respeto, la humildad, la generosidad, y un largo etc. La verdad es que, a pesar de ser una familia numerosa, no pasamos necesidades económicas hasta que mi padre se jubiló. Ahí sí pasamos unos años de carencias.
¿Conociste el machismo en tu casa?
– No. Mi padre era una persona culta, abierta y de gran sentido común, y nos trataba a todos por igual, y aunque es cierto que la cultura en Marruecos en ese sentido es rígida, en mi casa no lo vivimos.
¿Por qué decides venir a España?
– Antes de venirme, yo tenía en mente un proyecto muy bonito, como cantante. Siempre he sido muy inquieto. Hubo un tiempo que estuve muy metido también en el deporte e incluso en la religión. Hoy día soy musulmán pero no practicante. Cuando estaba decidido a sacar adelante mi proyecto musical, un primo mío que estaba en Huelva, me dijo que me viniera, que aquí en España encajaría muy bien, que había muchas oportunidades…. Y me vine. Con 22 años llegué a España, al puerto de Algeciras, con 5.000 pesetas en el bolsillo.
¿Cómo fueron tus inicios aquí?
– Muy duros, porque vine con la idea de que aquí lograría triunfar con poco esfuerzo, y rápido descubrí que nada más lejos de la realidad. Al llegar a Huelva descubrí que mi primo vivía en un piso pequeño del Matadero, en Huelva, con marineros y estudiantes, un piso donde yo no tenía ni espacio para dormir. Me fui del piso para buscarme la vida y aterricé en Lleida con ánimo de encontrar trabajo. No lo conseguí. Estuve por Cataluña cerca de 20 días durmiendo en la calle y comiendo poco y mal, y cuando tenía prácticamente decidido volverme a Marruecos, donde cama y comida no me faltaban, me surgió la oportunidad de trabajar en Huelva en la mar. Yo tenía lo que conocemos como ‘el folio’ y así empecé a trabajar, para posteriormente adentrarme en el sector de la hostelería.
¿Es en esos momentos cuando empiezan tus problemas de adicción?
– Exacto. Tanto el mundo de la mar como el de la hostelería son trabajos exigentes. A mí se me sumaba una gran frustración por no llevar la vida que antaño soñaba, lo que me minó la autoestima y la confianza en mí mismo y en los demás. Me sentía inseguro y enfadado. Eso me llevó a buscar una evasión, y fui cayendo progresivamente en la trampa del alcohol y otras sustancias. Conocí a María Angustias y en 1993 nos casamos, y tuvimos a nuestros hijos Enrique y Leila. Yo iba, con la adicción, por etapas, a veces mejor y a veces peor. Trabajaba en hostelería echando muchas horas, y eso unido a mi insatisfacción personal por lo ya contado, hizo la mezcla perfecta para seguir en un estilo de vida cada vez menos saludable. Claro, casado y con hijos, esa forma de vivir me hacía sentir aún peor conmigo mismo y más me castigaba por no ser fiel a mis valores. Es la pescadilla que se muerde la cola. El cambio radical lo di un día que bebí más de la cuenta y tuvieron que ir a buscarme. Al llegar a casa, cuando subí a ducharme, me caí. Mi hijo vino corriendo asustado. Ahí fue cuando tomé consciencia del problema y me juré a mí mismo que cambiaría de vida. Hasta hoy…
Entonces, entraste en ARO…
–Sí, y ahí pude tratarme mi enfermedad. Ahí descubrí que la adicción es la tapadera de todo lo que tenía dentro: frustración, ira, miedos, etc. La adicción esconde tus valores y pasas a no ser tú. Pierdes la libertad y el control de tu vida. Afortunadamente, en ARO, volví a mi auténtico ser, aprendí a perdonarme y a limpiarme. A día de hoy sigo aprendiendo y ayudando, actualmente como monitor, a muchas personas que están pasando por lo mismo que yo pasé. Llevo en ARO cerca de 14 años y me siento encantado.
¿No tuviste tentación de recaer tras la pérdida de tu hija?
–No. En esos momentos me di cuenta de que si bajo esas circunstancias no recaía, sería difícil que volviera a recaer. Leila se puso malita en 2019 y afortunadamente yo ya llevaba casi 10 años en ARO y ella pudo disfrutar de mí y conocerme estando sano. Tenía una relación muy especial con ella, hablábamos mucho y nos dio grandes lecciones de vida en su etapa final. Ahora mismo, tendría 27 años. Ella ha sido siempre una niña muy generosa, amable, muy buena amiga y extremadamente bondadosa. Su pérdida es desoladora. Es un peso que en casa siempre vamos a llevar, aunque seguimos teniendo sueños. Eso sí, mis retos son desde entonces a corto o medio plazo. La vida nos ha enseñado que todo puede cambiar en cualquier momento. A pesar de todo, he aprendido a vivir con paz y serenidad, a valorar las pequeñas cosas, y mis principales sueños actualmente son que mi hijo tenga una vida feliz, además de seguir manteniendo la conexión, complicidad y confidencialidad que tenemos María Angustias y yo. Todo ello, claro, siempre con el recuerdo de Leila.
¿Dadas todas tus vivencias, ¿Qué mensaje mandarías a tus vecinos y amigos ?
– Pues algo que tengo muy presente, que la terapia más sana es mirarnos al espejo todos los días dos veces, al levantarnos y al acostarnos. Pero no mirarnos levemente, sino profundizar en los ojos para ver nuestro interior. Cuando hacemos este ejercicio, vemos muchas cosas que están dentro y que debemos esforzarnos en mejorar. Lo malo que hay en nosotros lo descubrimos cuando nos analizamos. Y hay que hacerlo aunque duela. Esa es la clave para el crecimiento personal. Si lleváramos ésto a cabo, creo sinceramente que la sociedad sería más solidaria, empática y bondadosa.