Pilar Camacho Álvarez: “Hay acontecimientos tras los cuales empiezas a sentir que ya no tienes nada que temer en la vida”

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Pili, como la llama todo su entorno de manera cariñosa, se entrevistó con Viva Punta Punto Cero, abriendo su corazón y mostrándonos una vida que, a pesar de contar con capítulos de extrema dureza, no han acabado con su sonrisa, con su divertido sentido del humor, ni con su bondadosa identidad.

Hace un par de años, fui por primera vez a comer, con Kiko, al Miramar. Llovía de forma torrencial. Era un día entre semana. El salón tenía pocas mesas ocupadas. Nos sentamos junto a los ventanales desde donde admirábamos el mar enfurecido. Se nos acercó un camarero y, tras pedirle la carta de vinos, llegó ella con paso firme y semblante serio a la mesa. Su mirada transparente y directa a mis ojos me impactó. Derrochaba seguridad y amor a su profesión.

– “Me han dicho que vais a tomar vino”.

-“Sí. ¿Tenéis La Planta?” (le contesté).

-“Tenemos, pero si ya conoces La Planta, deja que te sorprenda con uno nuevo. Te aseguro que te irás de aquí habiendo probado un buen vino que sumarás a tu lista de preferidos”, me dijo convincente y atrevida. Me resultó imposible resistirme a su recomendación…

Ella es Pilar Camacho Álvarez, o como la suelen llamar por aquí, “La Pili”, una mujer con la que había coincidido hasta el día de ayer tan sólo un par de veces en el Miramar, y que atrae, entre otras cosas, por todo lo que esconde tras su mirada, algo que fui descubriendo a lo largo de la presente entrevista…

Tiene 55 años. Los cumplió el 7 enero. Es capricornio y, como tal, sociable al mismo tiempo que reservada. La empatía tal vez sea su principal virtud. Acostumbra a ponerse en los zapatos de todo el mundo, cosa que le provoca mucho sufrimiento, una dolencia que ella compensa con una enorme capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas del día a día.

Tiene una risa fácil y tremendamente contagiosa. No se maquilla la cara ni tampoco el alma. Es natural y directa, y no tolera la injusticia ni la maldad. No admite la humillación ni alimenta los odios. Adora el trabajo en equipo y es una convencida de que “nadie es tan bueno en nada como todos juntos”.

Hija de Joaquín “Tolete” y Eduarda, nació en Huelva, siendo la mayor de tres hermanos. Sus padres se separaron siendo ella y su hermana muy pequeñitas. Su padre se fue a Manzanares (Madrid) y ya llegó al mundo su hermano pequeño, fruto de un matrimonio posterior.

Pilar nació entre tenedores. Sus padres tenían el restaurante Los Bohemios de Punta Umbría. Cuando su padre se fue, su madre tuvo que afrontar, ella solita, la gestión del negocio y la crianza de sus dos hijas. “Yo a mi madre, como tú comprenderás, gloria bendita” dice Pilar emocionada.

De su madre, Pilar aprendió el valor del esfuerzo, la fortaleza y la disciplina. De su padre, que “hay que disfrutar cada día porque la vida nunca sabes cuando te la va a jugar”.

Sus primeros recuerdos nacen en calle Sargo, donde vivían las dos hermanas con una madre que trabajaba día y noche sin pausa todos los días del año. Aprendieron a ser responsables desde chiquititas. No les quedaba otra. Su madre no podía hacer más de lo que hacía. Recuerda que por la noche, “cuando mi madre cerraba la puerta de casa para ir a trabajar al restaurante, nosotras no salíamos para nada. Mi madre confiaba en nuestra responsabilidad. Un camarero de nuestro restaurante nos traía cada noche la cena” cuenta divertida.

Cuando le preguntamos por sus personas preferidas, Pilar nos habló de su madre, a quien admira desde lo más profundo de su ser; de su hermana; de sus hijos; y de sus dos amigas de infancia, Esperanza y Ana, con las que comparte confidencias, cenas, viajes y risas.

Pilar comenzó a trabajar de camarera con tan solo 16 años en el Pato Amarillo, y desde ese momento siempre ha ido ganándose la vida como profesional de la hostelería. Tras el Pato Amarillo, estuvo en el Tiburón hasta el 2006, y de allí pasó al Miramar, un trabajo que conserva hasta la fecha. Desde el 2 de septiembre de 2006, “Miramar es mi segunda casa”, dice Pili orgullosa.

Pilar junto a sus compañeros del Miramar y un cliente, Antonio Laureano, al que invitaron a sumarse a la foto de familia.
Nuestra Pili conversando con clientes habituales del Miramar.

 

El buen ambiente en el trabajo y la colaboración entre los compañeros es lo que le hace ir a trabajar con fuerzas e ilusión. Actualmente Pilar está contratada como fijo discontinuo y está contentísima porque, aunque trabaja mucho, también dispone de tiempo para hacer las cosas que más le apasionan, que es leer y viajar.

Pilar se casó muy jovencita, con tan solo 20 eneros y tras siete años de noviazgo. Tuvo dos hijos, pero la convivencia era imposible desde el principio y el matrimonio acabó por romperse. Ella se fue un tiempo a Madrid por poner distancia y tranquilizarse, pero pronto se dio cuenta de que su lugar estaba en Punta Umbría. Rápido regresó a su pueblo para quedarse para siempre.

Sus hijos tenían 14 y 7 años cuando Pilar se divorció. A partir de ese momento, su vida era su trabajo, los niños, su madre y sus amigas. Comenzó una nueva etapa marcada por la serenidad y la calma tras años difíciles. Hasta hoy Pilar no ha vuelto a tener pareja.

Su hijo Mario, el pequeño, cuando cumplió 14 años, se fue a vivir con su padre a Almensilla, un pueblo de Sevilla, “una decisión que tomó movido por su pasión por las bandas de música. Allí iba al instituto y cada día ensayaba en la banda de Las Cigarreras, algo que le entusiasmaba” explica Pilar.

A veces yo iba a Sevilla y él me hacía de guía turístico. Yo lo notaba ilusionado, aquello le gustaba”. Allí tenía sus amistades, pero cuando venía a Punta a pasar unos días, su madre lo encontraba “tristón”. Pili intuía que algo le pasaba. Ella trataba de convencerlo de que se viniera, diciéndole que aquí también podía seguir con la música, pero “para él, venirse era como dar un paso atrás en su carrera”, y no accedió a volver.

Un día, estaba Pilar trabajando y recibe un whatsapp de su hijo “despidiéndose de mí ”. Ella salió corriendo del restaurante y fue con su hermana para Almensilla. “De camino por la carretera yo lo llamaba sin pausa. Advertí al padre de lo que estaba pasando y rápido se tiró a la calle a buscarlo. Al llegar a Almesilla, nos fuimos mi hermana y yo al cuartel de la guardia civil para dar parte del mensaje. Recuerdo que, de repente, nos metieron a las dos en una habitación y nos comunicaron el terrible desenlace. Mi hijo se había quitado la vida”.

Pasaban los días y el tiempo no avanzaba, el dolor para ella era insoportable. Le ofrecieron investigar las causas que le llevaron a tomar aquella decisión, pero Pilar dijo que no: “Ya nada le iba a hacer regresar a la vida, y tal vez descubrir sus motivos podría hacer aún más inaguantable el dolor”. Su vida entera se desmoronó.

Su hijo Mario murió el 10 de septiembre del 2013, con tan solo 19 años de edad.

Cuando murió su hijo, Pilar sólo quería estar aislada del mundo y sentir en solitario su dolor. No quería ver a nadie. No era capaz de salir a la calle sin ocultarse tras sus gafas de sol. Sentía que con las gafas puestas nadie la reconocería. Durante los primeros días, y pensando en el dolor de su madre, hacía el esfuerzo de salir a comprar. Su madre guisaba para todos. Pilar trataba de mostrarse fuerte por no hacerla sufrir más. A los 14 días empezó a trabajar como una autómata, con un dolor y una sensación de vacío que aún a día de hoy le cuesta explicar. Fueron pasando los días y los meses, y el dolor no remitía, todo lo contrario.

Un día, caminando por la Gran Vía de Huelva, rompió a llorar en plena calle y sintió que no podía soportar más ese dolor. Llegó el momento de pedir ayuda profesional.

De su primera cita con la psicóloga, María Sánchez, recuerda que al entrar, la terapeuta la miró esperando que Pilar le contara los motivos de su necesidad de terapia. “No me sentí capaz de articular ni una sola palabra y lo único que podía hacer era llorar y llorar”. Tras un largo rato llorando, logró arrancarle las primeras palabras. Ahí comenzó su proceso de aprendizaje para lograr convivir e incluso conciliarse con el dolor. “La terapia me ayudó muchísimo. Todos los martes durante tres años estuve yendo a consulta. Me daba una serie de pautas para que, poco a poco, fuera llevando una vida lo más normalizada posible. Me iba marcando objetivos tales como ir a comprar sola y sin gafas, pasear por la calle ancha, y un largo etc.. Al principio las pautas eran más suaves y luego más exigentes”. Tenía que fortalecerse lo suficiente para afrontar, también socialmente, lo ocurrido… “La calle se me hacía insoportable. Fue muy duro el camino, pero aprendí. He de reconocer que me ayudó mucho mi gente. Me he sentido en todo momento tremendamente arropada. En este proceso han sido fundamentales mi familia, mis amigas y mis compañeros de trabajo y clientes. Han sido y son un gran consuelo en mi día a día”.

La muerte de su hijo marcó un antes y un después en Pilar. Ella antes era una persona con muchos miedos e inseguridades. “Ahora no temo a nada”, nos dice arrugando la nariz. “¿Qué me puede pasar ya que sea peor que lo que me ha pasado? ” argumenta conformada. Esta sensación sólo la pueden entender quienes hayan pasado por esto. Cuando Pilar se encuentra con otras personas que han perdido a un hijo, no les pregunta nunca cómo están. “¿Para qué? Yo sé muy bien cómo están. Tan solo las miro, nos miramos, con esa mirada compasiva y llena de dolor que solo los que hemos vivido esto conocemos. No hay palabras de consuelo para alguien que ha perdido un hijo. Una mirada, un abrazo y poco más”. Por poner un ejemplo, “yo a Mari Angustias no fui capaz de darle el pésame. No puedo. Al tiempo de morir su hija, cuando nos hemos visto, nos hemos mirado así, y nos hemos abrazado con la mirada. Ella sabe de lo que hablo”.

Durante los años de terapia, Pilar ha aprendido a afrontar el día a día. Tiene sus momentos, sus días, pero nunca se permite caer. “Dejarte arrastrar, aunque solo sea de vez en cuando, por el dolor, para mí sería todo un lujo que no me puedo permitir. Y no me lo permito por mi hijo, por mi madre, por mi familia, por mis amigas, por mis compañeros, ni por mí misma”.

Ella ha sufrido el dolor y la tristeza durante todos estos años sin echar mano de anestésicos. Ni ansiolíticos, ni pastillas para dormir, ni antidepresivos. Hoy sigue viviendo con dolor y tristeza, pero es consciente de que el dolor ha pasado a ser una constante en su vida, su compañero fiel de viaje. Debe ser algo así como si estuviera siempre caminando descalza sobre cristales, llega un momento en el que tus pies dejan de sangrar.

Aunque se ha fortalecido, Pilar sigue llorando en soledad. Hay ocasiones en las que una simple pregunta hecha con la mejor de las intenciones como es el típico “¿cuántos hijos tienes?”, cuando se la hacen a ella, es como clavarle un puñal. Pilar no sabe qué contestar. Si dice que tiene un hijo, por evitar dar explicaciones, se siente mal. Si dice que tiene dos pero que uno ya no está, la pregunta que viene después es aún más hiriente: “¿murió por enfermedad o accidente?” Para no mentir, su respuesta habitual solía ser que murió “por su voluntad”, una frase diseñada para evitar la palabra suicidio, esa palabra maldita que siempre trata de esquivar pero que la persigue sin piedad.

Afrontar la calle al principio era imposible para ella, pero aprendió a responder lo que le saliera del alma en cada momento, y hoy día es toda una maestra de la asertividad y de la valentía.

Pilar confiesa apenada que no es capaz de ir al cementerio. “Me hace mucho daño ver en la piedra el nombre de mi niño. Va mi madre todas las semanas, y a mí me gusta que ella vaya. Para mí es un consuelo que ella cuide ese espacio tan íntimo”.

Nuestra mujer puntera piensa todos los días en Mario. Le gusta recordar todos los episodios de su vida, le ayuda a sentirlo vivo, pero entre los recuerdos más recurrentes y más bellos que le vienen a su mente es el día de su 19 cumpleaños, el 16 de agosto, que lo celebró en Punta con sus amigos. “Iba guapísimo y encantado con una camisa rosa que se había comprado en el Corte Inglés”. Ella tiene una foto de ese día y cada vez que la mira le dice… “menos mal que celebraste tu último cumpleaños por todo lo alto”. El muchachito estuvo toda la noche de fiesta. Cuando llegó por la mañana a casa, ella lo miró y le dijo con gracia: “anda, anda… acuéstate ya, hijo”. Nuestra mujer puntera esboza una triste sonrisa recordando aquel episodio.

Pilar ahora saca fuerzas de sus personas preferidas, de sus clientes, de un rato de lectura, de una cena con las amigas, de una conversación con su hermana, del puchero de su madre, de ver a su hijo mayor cómo sale adelante… Ella se ha hecho valiente y hoy la ves caminar sobre ascuas soportando el dolor sin cambiar su cara. Como terapia, siempre tiene algún objetivo en el horizonte cercano que le ilusione, como un viaje a las Canarias en octubre o ese viaje que sus amigas están planificando a Punta Cana.

Para el dolor físico ha descubierto el Fisiocrem Cannabis, para el dolor del alma, respirar hondo, mirar al mar y entregarse a las personas que la quieren. Pilar se ha acostumbrado a apretar los dientes, tragarse sus lágrimas, y tirar adelante con una sonrisa, convirtiéndose en todo un ejemplo de fortaleza y resiliencia.

Si quieres invitarla a comer, pescado a la plancha, y si es atún, mejor que mejor. De beber es redonda, todo le gusta, especialmente el tinto. Eso sí, a ver de qué añada se lo sirves, que ya a ella no se le sorprende con cualquier cosita. A la hora del postre, no la vas a ver especialmente ilusionada por los dulces, salvo que el camarero le diga que hay tarta de queso. Para concluir la comida, un ratito de tertulia con un café cortado, una ginebra con tónica y su cigarrito Manchester… Esta es nuestra Pili, una mujer puntera con una fortaleza ejemplar.

Sobre ella…

Diego López: «Pilar es de las personas que por muy grande que sea el temporal nunca la he visto temblarle el pulso al timón. Ella es ironía y descaro aunque en su interior este librando 1000 batallas.En lo profesional es experiencia y elegancia. La respeto mucho como persona y como profesional, y si queréis probar el que en adelante será vuestro «vino favorito» dejaros llevar por ella acertarás 100%. Nuestras vidas se han cruzado en momentos maravillosos y tenemos recuerdos preciosos en común, el día que le pedí matrimonio a mi mujer, ella me ayudó a organizarlo para que fuera una gran sorpresa, hoy en día le recordamos la historia a mis hijos casi siempre que la visitamos en el Miramar«.

Antonio Cruz: «Conozco a Pili antes de venir a trabajar al Miramar. Es un encanto de persona. Aquí, en el trabajo, es una maravilla, es eficiente y muy buena compañera. La quiero como si fuera de mi familia».

Rocío Cruz: «Pili lleva tantos años en el Miramar que tengo la sensanción de que lleva toda una vida con nosotros. Para mí es parte de mi familia. Es una mujer admirable. Fuerte, trabajadora y encantadora. La verdad es que compartir tiempo y trabajar con ella es un auténtico placer».

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