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Nuestra vecina Esperanza Sánchez Benítez ha sobrevivido dos veces al cáncer de mama y nunca ha perdido el optimismo y la oportunidad de convertir cada obstáculo en un aprendizaje. Todo ello, la convierten en nuestra MVP del mes.
A sus 53 años, la protagonista de nuestra historia ha vivido experiencias que, en muchas ocasiones, ni en tres vidas se vivirían. Abogada de profesión, especializada en familias, herencias y mediación familiar y de menores, su vida cambió en el año 2009 cuando le comunicaron una de las noticias que más pavor nos da recibir en esta vida: tenía un cáncer de mama. Sin embargo, no era la primera vez que esa dichosa palabra aparecía en un diagnóstico dirigido a alguien de su familia: “Mi abuela materna, mi tío paterno, mi hermana y mis primas maternas… Estoy en una familia muy asociada a esta enfermedad, aunque he de decir que hasta la fecha, salvo mi abuela, que falleció más temprano de lo que le correspondía, aunque también eran otros tiempos, lo hemos llevado bien”.
Aferrada a sus profundas convicciones religiosas y a su fuente inagotable de optimismo y vitalidad, y por supuesto con mucho esfuerzo, Esperanza logró ganarle la primera batalla al cáncer. Sin embargo, en 2016 le es diagnosticado, de nuevo, cáncer de mama. Y en esta ocasión, la batalla se presentaba más dura si cabe, porque éste era más agresivo, amén del mazazo mental que ello suponía más de 6 años después del primero. Y es que al iniciar su tratamiento, y tener el sistema inmunológico algo deprimido, quizás por venir de otro cáncer, Esperanza se debilitó bastante, hasta el punto de tener que ser ingresada de urgencia: “A los pocos días de ponerme en tratamiento, una mañana me desperté y no me encontraba fuerte. A lo largo del día, mi temperatura subió a 44 grados y yo notaba que me moría. Fui rápidamente al Juan Ramón Jiménez, donde activaron un protocolo de emergencia y, tras 6 días de vigilancia intensiva, y estando aislada, gracias a Dios pude salir de esa. Posteriormente, ya fortalecida, continué con el tratamiento y todo fue bien”.
Toda esta experiencia vital, Esperanza la ha canalizado para recibir multitud de aprendizajes, que la han cambiado y la han hecho ser la persona que es ahora: “Las cosas ocurren por algo y yo siempre busco el lado positivo. Soy feliz, la risa es una gran terapia. Incluso en los momentos malos, que los he pasado, no he perdido esta felicidad. He tenido que estar al borde de la muerte para poder valorar cada instante, cada pequeño detalle”.
Pero no todo ha sido una alfombra roja con destino a la felicidad. Tras lo vivido han quedado secuelas que, no obstante, y haciendo acopio de fuerza y resiliencia inagotables, Esperanza ha superado o, en el peor de los casos, sobrellevado: “Estas situaciones afectan mucho a la vida familiar porque a veces quieres estar con gente alrededor y, en otras ocasiones, tratas de estar recogido e intentar crear un desarraigo en tu familia, para ahorrarles sufrimiento, porque albergas la posibilidad de que tu fin esté cerca. Esto último me ocurrió con mi hijo en el primer cáncer. Lo traté de apartar en cierta manera, desvincularlo de mí, en previsión de que no me echara tanto en falta si el desenlace no era positivo”.
Pero las secuelas a las que Esperanza ha tenido que hacer frente tras batallar dos veces contra el cáncer son también, por supuesto, físicas: “Aparte de todas las cicatrices, tengo fibromialgia asociada al tratamiento de quimioterapia. También está el tema del linfedema, los problemas de movilidad en el brazo, la reconstrucción de las mamas con piel y grasa del abdomen, etc. Respecto a esto último, me produce un dolor continuo. No es una cosa insoportable pero siempre está ahí. Sin embargo, me he acostumbrado a ello. Parece mentira la capacidad de adaptación que tiene el ser humano para adaptarse a cuantas circunstancias se presentan en la vida”.
Cuando hablamos con Esperanza, nos asegura que otro de los efectos que el cáncer le ha producido es la conocida como niebla mental, “momentos de desconexión, a veces estoy algo espesa”. Aunque huelga decir que lo disimula bastante bien, pues la percibimos como toda una base de datos de anécdotas y recuerdos, los cuales narra siempre, y no es un tópico, con una sonrisa y una vitalidad necesarias y contagiosas.
Esperanza se ha convertido en una gran deportista. Hace piragua, coge la bicicleta y también practica el tiro con arco en el Club Asirio de la capital onubense, en un proyecto de la Asociación Onubense de Cáncer de Mama Santa Águeda, en colaboración con Atlantic Cooper. Un proyecto para investigar los efectos de la vibración del arco, al tirar las flechas, en la acumulación de linfedemas en personas que han padecido un cáncer de mama.
Tras haber tenido que interpretar los roles de enferma de cáncer y familiar de enferma de cáncer, Esperanza es voz autorizada para dar consejos acerca de cómo afrontar estas adversidades: “Cuando padeces tú la enfermedad, tienes que dar pequeños pasos hacia la recuperación, siempre con actitud positiva y siendo consciente que tu cuerpo es una máquina que reacciona por el tratamiento. Cuando el paciente es un familiar, realmente es más difícil saber cómo actuar. Es importante dejar que él lleve su propia línea de curación y tú, simplemente, debes ponerte a su disposición y tener la capacidad de comprenderlo en cada instante según sus necesidades. La familia es muy importante y en estos trances más si cabe. Yo estoy muy agradecida a mi familia”.
Para superar las adversidades todos debemos aferrarnos a una fuente de energía. Para Esperanza, uno de esos focos de fuerza fue su fe. Una fe que la llevó a no dejar de creer en sus posibilidades y a dar sentido al haber sobrevivido por dos veces al cáncer: “Gracias a Dios, sigo aquí. Y a lo mejor estoy aquí aún para dar testimonio de mi fe y de mi experiencia para dar fuerzas a quienes tienen que superar la adversidad”.
Hacer de su sonrisa disidencia en momentos en los que es difícil sonreír es una capacidad que Esperanza tiene desarrollada a unos niveles extremos. Como nos dice, justo antes de despedirse de nosotros, “cada vez que cumplo años, lo considero un triunfo. Un triunfo que celebro haciendo con los dedos el signo de la victoria”. Sus constantes aprendizajes, su felicidad contagiosa, la forma en la que nos hace plantearnos, al hablar con ella, nuestros esquemas vitales, su capacidad de superación y su extrema amabilidad en la atención son credenciales suficientes para que Esperanza Sánchez Benítez sea nuestro primer MVP de Viva Lepe. Una Esperanza a quien, desde esta redacción, damos las gracias y la enhorabuena por ser como es.