Este mes, en la sección ‘El Rompido en el Corazón’ volvemos a hablar con una persona que conoce a la perfección el enorme cambio que a lo largo de décadas ha experimentado El Rompido. Charlamos con Pepa Carro, una mujer de El Rompido de toda la vida y que durante 50 años, hasta su jubilación en 2022, ha regentado con gran cariño y esfuerzo el restaurante El Rincón de Pescadores, un referente en toda la provincia
Josefa Almeida Carro nació en El Rompido el 1 de septiembre de 1943. Atiende nuestra llamada telefónica y le explicamos que tenemos una sección sobre El Rompido en el periódico y que cada mes, en dicha sección, tratamos de acercarnos a vecinos de El Rompido para que nos cuenten cómo ha sido su vida en la localidad. “Yo ya no estoy en el restaurante”, nos dice humildemente, pero nosotros le decimos que queremos que nos cuente cómo ha sido su trayectoria vital, antes y después del Rincón de Pescadores, cómo era antaño El Rompido, etc., pues sabemos de buena tinta que su vida ha estado llena de amabilidad, cariño y mucho esfuerzo. Sin duda, todo un ejemplo para personas de cualquier generación. Con una sonrisa que no vemos pero que intuimos al otro lado del teléfono, Pepa Carro comienza a contarnos cómo fueron sus inicios.
“Voy a hacer 81 años y he vivido en primera persona cómo ha cambiado El Rompido”, comienza. “Recuerdo que había poquísimas casas edificadas. La mayoría eran chozas que se situaban en un paraje de arenas, regajos, chumberas y muchas higueras”, apunta. En su infancia no había luz eléctrica y tampoco agua potable. Para esto último, había que ir a una finca que le decían ‘El perrito’ a coger agua y a lavar.
Esa falta de infraestructuras se traducía también, lógicamente, en carencia de escuela. Se realizaron algunos intentos por paliar estas faltas, pero Pepa tenía tareas más acuciantes en casa, como muchos niños en aquellos tiempos: “Era la mayor de mis hermanos y me quedaba al cuidado de ellos, de la casa, de todo. Mi padre trabajaba en la mar y mi madre iba todos los días a vender el pescado. Iba y venía a Cartaya andando, cargando el pescado con sus manos”, recuerda. Más adelante, la familia pudo comprar burros, lo que facilitó esta tarea. En casa eran 5 hermanos, más su madre, Josefa, y su padre, José Catalina.
También recuerda de su infancia algunos juegos de los niños de la época al aire libre: “Jugábamos al esconder, a saltar, al burro, a los cromos y a los botones. A los botones se jugaba lanzando un botón a un agujero que se había hecho antes o a una piedra que poníamos. El botón que más se acercaba era el que ganaba. Y quien ganaba se quedaba con los botones del resto de niños. Teníamos a nuestras madres locas porque les quitábamos los botones para jugar”.
Desde muy joven mostró habilidad y motivación para los negocios y con sólo 16 años montó una tienda en una habitación de la casa de sus padres: “Se corrió la voz y la gente iba allí a comprar, pero al principio no había proveedores, así que teníamos que ir a comprar a Huelva. Un hombre que se llamaba Lázaro y que tenía una furgoneta, nos llevaba para montarnos en el barquito del lechero y cruzar a Huelva. Allí comprábamos, y de vuelta para atrás. Era una paliza pero era joven y cuando uno es joven puede con todo. Ahora me coges peor, pero si me apuras, soy capaz de seguir trabajando”, confiesa riendo.
Fue en su tienda donde conoció a su marido, Julio Valenciano Pozuelo, que se dedicaba a la construcción y con quien abre a finales de los años 1960 el Rincón de Pescadores, que ha tenido, en sus años de historia, dos ubicaciones distintas: “Al principio era un bar. En el Rompido de aquellos años había poca cosa y mi marido puso futbolines, una diana, etc., y los chavales iban allí a jugar y a tomarse sus copitas. Poco a poco empezó a entrar más gente a comer y le dimos el enfoque de restaurante”, explica Pepa.
Su marido Julio falleció el 14 de julio 2010 y Pepa se acuerda mucho de él y nos cuenta algo que desconocíamos: “Él era escritor, lo que pasa es que en aquella época los escritores se comían un rosco y tuvo que ganarse la vida de otra manera, pero era una de sus grandes pasiones. Tengo cajones y cajones de poesías y letras suyas. De hecho, la letra de ‘Cantinero de cuba’ es de mi marido, aunque la versión actual tiene algunas pequeñas variaciones. Él también fue uno de los que inició la radio en Cartaya y ha colaborado con muchísimos medios de comunicación. Ha participado en espacios del Loco de la colina, de Encarna Sánchez en la COPE, de Pepe Salas… Alguna vez, estando en el bar, lo llamaban de un medio y me quedaba yo sola con los camareros”, rememora Pepa con ternura.
Pepa y Julio tuvieron 6 hijos (Pepi, Julio, José Luis, Jaime, Vicente y Jana), quienes trabajaban y echaban una mano en el restaurante, al igual que otros familiares, “pero ya se fueron dedicando a otras cosas, también el negocio creció y contratamos más personal”, explica. Aunque tras la jubilación de Pepa, el restaurante ha quedado a cargo de su hijo Julio, con lo que el proyecto sigue manteniendo vigente esta herencia familiar.
El Rincón de Pescadores se ha convertido, a lo largo de sus más de 50 años de existencia, en uno de los establecimientos hosteleros más conocidos de la provincia. Buena comida, buen servicio y trato al cliente, y un enclave privilegiado. Es por eso que grandes personalidades han comida en la casa de Pepa, “como el rey emérito y personajes como políticos, artistas, toreros, etc. Date cuenta que cuando El Rompido empezó a conocerse era un sitio muy tranquilo, muy bonito y donde se comía muy bien. Entonces, muchos famosos querían disfrutar de ésto y venían también porque estaban más resguardados de periodistas y paparazzis”, nos cuenta. Pero “eso era antes, ahora esto parece Marbella”, bromea.
A pesar del esfuerzo, a Pepa le encantaba su trabajo: “El trato con el público me encantaba. A muchos clientes no los veía como clientes, sino casi como familia. A mí me encantaba eso. Claro está, había que trabajar mucho. Yo compraba, pagaba, organizaba… En un restaurante hay muchas tareas. Me levantaba la mayoría de los días a las 7 de la mañana para tenerlo todo listo para cuando llegaran los camareros. Y luego era la última que me iba casi siempre”.
Tras una bien merecida jubilación, Pepa sigue manteniendo una vida activa. Una vida que, a sus casi 81 años, ha sido testigo de muchos cambios pero que, sobre todo ha sido ejemplo de esfuerzo, ternura y bondad infinita.