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Rosendo Cerpa Orta: “He aprendido a disfrutar de emociones y sensaciones que tenía anestesiadas”
Nuestro protagonista de este mes, de 44 años de edad, es palermo y tiene una historia de vida que bien merece reconocimiento y celebración. Amante del deporte, perfeccionista, sensible y competitivo, ha tenido que aprender a navegar en la incertidumbre y entre sombras, hasta que hace 4 años apostó por la luz, por la gratitud y por dejar atrás un pasado lleno de insatisfacción y frustación.
Por: Ana Hermida
Periódicos Punto Cero se puso en contacto con Rosendo tras conocer pinceladas de sus méritos deportivos. Lo llamamos por teléfono y le pedimos que nos concediera una entrevista. Sorprendido, no duda en aceptar. Nos cita en un establecimiento de Palos que gestiona un amigo suyo, JARANA. Lo vimos llegar con expresión tímida, acompañado de su incondicional compañera de vida, Denisa, una mujer que, junto a su hijo Fernando, ha desempeñado un papel fundamental en la vida de nuestro protagonista.
Rosendo, hijo de Justo y Juani, ha pasado toda su vida en Palos de la Frontera. Su infancia, por la que quiere pasar de puntillas en la entrevista, estuvo marcada por el alcoholismo de su padre y por un inexplicable secretismo. No fue una infancia feliz. Su válvula de escape de esa compleja vida familiar la encontró siempre en el deporte. La naturaleza le había dotado de una forma física privilegiada, destacando desde muy pequeño en cualquier actividad deportiva, especialmente en el fútbol, donde estuvo a punto de tener un futuro de lo más prometedor si no fuera porque a los 17 años, entrenando, tuvo una grave fractura en una pierna justo cuando tenía sobre la mesa una oferta de fútbol para ir a tercera…
La recuperación de aquella lesión le costó sudor y lágrimas, y necesitó años de rehabilitación para volver a ser el que era. Fueron años difíciles, pues el deporte, que era su fuente de equilibrio, se vio cortado de raiz. Gracias a su empeño y a la fortaleza propia de la juventud, logró sobreponerse a la lesión. Cada vez más entusiasmado y con enorme motivación, a los 20 años comenzó ya a entrenar en la pretemporada, pero pronto empezó a sentir que su forma física y su rendimiento se venían abajo. Observó con tristeza que durante aquel verano, en cualquier prueba llegaba el último, cuando lo habitual en él era ser de los primeros en todo.
Recuerda su frustración cuando echando “pachanguitas” se agotaba rápidamente. Él no quiso prestar atención a lo que le estaba sucediendo, pero su amigo David se percató y le dijo que algo le estaba pasado. Poco después, el presidente del Mazagón, José Luis lópez, fue quien pulsó la luz de alarma y le dijo que no lo veía en condiciones y que “mañana mismo te llevo a hacerte una analítica”. Rosendo admite que eso le salvó la vida: “Lo recordaré por siempre” dice emocionado y con lágrimas en los ojos. “Sacó la cartera del bolsillo, y me llevó a hacerme un análisis de sangre urgente a un laboratorio de Mazagón que estaba asociado a otro de Palos. Tras hacerme la analítica en el laboratorio de Mazagón, y antes de llegar a Palos, me llamó y me dijo: tienes que ir corriendo para repetirte los análisis, pero ve al laboratorio de Palos, allí te están esperando”. Al repertirle la analítica, le mandan con urgencia al hospital Juán Ramón Jiménez donde lo ingresan. Tras hacerle una serie de pruebas, el hematólogo que se hace cargo de él le dice -sin paños calientes- que lo que tiene es grave y que “veremos a ver si sales de esta”. Rosendo agradeció la claridad de su médico al que le preguntó acto seguido si iba a poder volver a jugar al fútbol, cosa que era su máxima ambición por aquel entonces. Su médico le respondió que se olvidara del fútbol de por vida… En ese momento vuelve a encontrarse con la frustración a la que conoció íntimamente años atrás cuando se fracturó la pierna. Se enfadó porque no podía entender cómo podía haber enfermado a pesar de llevar una vida de lo más saludable: “No fumaba, no bebía, hacía deporte, ¿por qué a mí?” Esa era la pregunta que golpeaba su cabeza sin pausa. Menuda injusticia…
Tenía tan sólo 21 años cuando le diagnostican aplasia medular, una enfermedad que consiste en la desaparición de las células encargadas en la médula ósea de la producción de la sangre. Como consecuencia, se producen una serie de síntomas que están ocasionados por la disminución de los leucocitos en la sangre, lo que le provoca gran susceptibilidad a contraer enfermedades infecciosas; bajo número de plaquetas, que provoca hemorragias ante mínimos traumatismos; y déficit de hematíes, que causa anemia y dificulta la llegada de oxígeno a los distintos órganos del cuerpo. Nos cuenta que, cuando le diagnostican la aplasia medular, su primer pensamiento fue para un amigo suyo que murió pocos meses antes de cáncer de médula. (Rosendo deja de hablar embargado por la emoción. Le damos su espacio de silencio y continuamos la entrevista).
Tras el diagnóstico, empieza un tratamiento con ciclosporina y con el paso del tiempo sus valores empiezan a remontar. A los dos años y contradiciendo la predicción de su hematólogo, comienza a jugar al fútbol. Se viene arriba.
Rosendo, desde antes de enfermar, trabajaba como monitor de fútbol en el polideportivo de Palos, pero quiso seguir creciendo y se matriculó en un grado medio de operador de planta. Lo terminó, pero fue para nada porque con su enfermedad, que es de por vida, no podría trabajar munca en la industria, era demasiado arriesgado para su salud. De nuevo un encuentro con la ya archiconocida frustración. Le gusta su trabajo como monitor de fútbol, pero siempre fue un joven con ambiciones y ha tenido que renunciar a ellas por causas mayores de salud.
A los 25 años, el enfado con la vida empieza a crecer dentro de él por no poder desarrollar todo su potencial por causa de enfermedad. Es ahí cuando empieza a coquetear con el alcohol… Los fines de semana empieza a acudir a fiestas donde el alcohol es el protagonista y, conforme va pasando el tiempo, el alcohol y la fiesta le van robando su vida personal. El trabajo limitaba la adicción a los fines de semana, pero poco a poco fue sintiendo que desde el lunes lo único que le motivaba era irse aproximando al viernes para poder salir de fiesta.
(Rosendo se calla, toma un sorbo de su coca cola, mira a su chica emocionada, nos mira y nos confiesa… “me cuesta mucho hablar de esto, pero lo voy a hacer en beneficio de quien pueda estar sufriendo hoy lo que yo ya he vivido por el alcohol”). Nos confiesa que a pesar de no haber probado “otras cosas”, el alcohol contaminó su vida. Perdió parejas y sintió que su vida estaba a la deriva. Pasó tres años viviendo solo. En su vida solo estaba el trabajo y los fines de semana bañados en alcohol. En esas penosas circunstancias y a través de uno de los niños a los que entrenaba, Fernando, conoció a una joven encantadora, Denisa, y por ella, quiso controlar el ritmo de vida malsana que llevaba. Comenzó a intimar con ella y con el tiempo empezaron a vivir juntos. Él se relajó. Volvió a las andadas de los fines de semana locos. La pareja comienza a resentirse y durante seis años tienen varias rupturas. Rosendo siempre encontraba la forma de convencerla de que todo iba a cambiar y ella lo creía. Estaba unos días, semanas e incluso meses sin beber, pero luego volvía a las andadas, y además, como él mismo dice “tras la abstinencia, la vuelta al alcohol era tremenda. Ya había demostrado que podía estar sin beber, que no era alcohólico, y me premiaba con una borrachera monumental. Era como si me quisiera beber todo lo no bebido durante esos días, semanas o meses”.
A los seis años de relación, ella decide poner punto y final a la relación por protegerse ella y proteger a su hijo. Rosendo siente que la pierde y acude a su amigo Roberto, del grupo de terapias Sísifo, José Vicente Delgado Ramírez. Ella decide acompañarlo en esta decisión porque considera que es un paso mucho más comprometido que todas las promesas anteriores. Además siente que ya no batallaría sola, sino que el grupo de terapias también la ayudaría a ella a saber cómo tratar a Rosendo.
Hoy llevan 4 años en el grupo, los mismos que lleva Rosendo sin probar el alcohol. Nuestro protagonista reconoce que ha logrado por fin hacerse con las riendas de su vida, que está volcado en el deporte, que hace medias maratones e incluso alguna que otra maratón, y que lleva una alimentación saludable. También cuida su mente y sus emociones, y que todo este cambio ha propiciado que los valores de sus analíticas se estabilicen en unos parámetros aceptables dentro de su enfermedad.
Hoy Rosendo es una persona que, hablando desde la humildad, se siente pleno, tolerando sus frustraciones y disfrutando de todas las pequeñas cosas que le regala el día a día. Pero sobre todo se siente agradecido a su entorno cercano al que quiere corresponder en la confianza que han depositado en él en sus peores momentos, convencido de que hoy es un hombre nuevo y feliz.