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Diego Ramírez Coronel encontró en la mar no solo un oficio, sino una pasión que despertó desde muy joven, cuando acompañaba a su padre a coser red en la Plaza 26 de Abril. Tras formarse como Patrón de Pesca de Altura, ha comandado embarcaciones durante más de 35 años y ha vivido cambios importantes en la industria de la pesca. En la actualidad sigue en activo, pero piensa en su retirada.
Por: José Luis Galloso.
¿A quién ha salido este niño para que le guste la mar? Esa es la pregunta que durante años se ha hecho la madre de nuestro protagonista y es el punto de partida de esta historia.

Si bien el padre de Diego Ramírez fue marinero durante algunos años, él aún no había venido al mundo cuando su padre faenaba en nuestra costa. Lo que sí conoció fue el oficio de su progenitor como maestro redero en la actual Plaza 26 de Abril, donde se empapó del ambiente marinero. Con apenas 6 o 7 años, ya sentía el llamado de la mar, viendo pasar los barcos por el río y sintiendo lo que él mismo describe hoy como “el embrujo de la pesca”. Su familia también tenía historia en el sector, con su padre y sus tíos trabajando juntos en el Modesto III, un pequeño barco de arrastre a mediados del siglo XX. Esos son los primeros recuerdos ligados al arte de la pesca que Diego rememora de su infancia, mientras se emociona recordando a su padre. “Con seis o siete años me encantaba acompañar a mi padre y verlo trabajar con la red. A mí ya me llamaba la atención y tenía claro que quería dedicarme a la pesca”.Y así lo hizo. Tras acabar sus estudios básicos con 14 años, ingresó de manera voluntaria en el colegio de los ‘Flechas Navales’, una institución situada junto a la ría de Huelva donde se formaban los futuros patrones de pesca. “Aquel era un colegio interno y donde había de todo”, cuenta al referirse al carácter de sus compañeros. “Pero yo tenía claro a qué quería dedicarme y me matriculé. Al principio me costó estar allí, pero me fui adaptando poco a poco”. Así, con apenas 19 años, obtuvo su título de Patrón de Pesca de Altura en 1988, abriéndose las puertas para desarrollar su carrera profesional.
Recién titulado, Diego tuvo que cumplir con el servicio militar obligatorio, pero su pasión por la navegación lo llevó a solicitar un destino en la Armada, donde quería poner en práctica los conocimientos aprendidos en el colegio naval. “Hice la mili en San Fernando y me destinaron en el Contramaestre Casado, un transporte auxiliar donde desempeñé funciones de timonel y suplí las bases de un suboficial de derrota que tenía que ser reemplazado, pero que nunca llegó durante mi tiempo de servicio en el buque”. A pesar de su juventud, demostró gran capacidad para la navegación y terminó realizando las tareas que normalmente correspondían a un cabo primero, trazando derrotas y organizando las cartas de navegación en misiones que lo llevaron por toda la costa española y las Islas Canarias.
Durante su estancia en la Armada, tuvo la oportunidad de consolidar su formación práctica en navegación y su dedicación no pasó desapercibida para los oficiales. “Me ofrecieron quedarme como profesional en la Marina, pero yo tenía claro que quería dedicarme a la pesca. Además, por aquel entonces no se ganaba mucho como militar y tenía que empezar desde cero en el escalafón”.
Cumplido el servicio militar, regresó a Punta Umbría en 1989 decidido a comenzar su trayectoria en la pesca, donde ya había dado sus primeros pasos esporádicamente. “Había trabajado a la caballa en el barco María Jesús de Juan Curro durante algunos veranos mientras estudiaba, pero a la vuelta de la mili embarqué en el Tisli, de Ismael Galloso y Paco Hernández ‘El Caena’, y comencé a trabajar en Marruecos”, recuerda. De ahí pasó a la empresa Pescaben de Andrés Perles, con la que navegó las costas de Mauritania, Guinea Ecuatorial, Marruecos y Nigeria.
Con 21 años le dieron la oportunidad de salir un turno como patrón de pesca. “El patrón de pesca con el que yo había ido de segundo de a bordo no podía salir a la mar y me propusieron llevar el barco. Era una oportunidad a la que no podía decir que no y debía mostrar valentía. Si decía que no, iba a ser segunda o tercera opción para la empresa. Aquel era un momento en el que había muchos patrones y había que aprovechar el momento”, detalla Diego. Así fue como se enfrentó al reto de ponerse al frente de una tripulación de 21 personas, comandando un barco de 39 metros, una experiencia que marcaría su trayectoria.
Consolidado en el sector, Diego trabajó en flotas de gran envergadura. “La competencia era grande en Huelva, sobre todo en la pesca del marisco. No bastaba con ser buen patrón, también tenías que ganarte la confianza del inspector de pesca, que organizaba la distribución de las embarcaciones”, cuenta Diego.
A lo largo de su carrera, que aún continúa activa, ha trabajado con marineros de distintas nacionalidades. “He estado con marroquíes, senegaleses, angoleños y cameruneses. Los senegaleses son fantásticos, educados y trabajadores. Los indonesios, con quienes trabajé en Malvinas, son disciplinados y sumisos, no te responden nunca. Los marroquíes; algunos son buenísimos, otros más complicados”, explica. A pesar de la diversidad de culturas, la comunicación nunca fue un problema. “Cuando pasas tanto tiempo en el barco, terminas chapurreando y nos entendemos todos. Al final, el idioma deja de ser una barrera”, asegura.
Diego se unió durante algunos años a la pesca industrial en Malvinas. “Era otro nivel; barcos de 75 metros, con un nivel de habitabilidad extraordinario. Yo era primero oficial, a cargo de muchas tareas como la administración, la comunicación con tierra, supervisión de la tripulación. El capitán solo se encargaba de pescar, todo lo demás era mi responsabilidad”.
Momentos, seguridad y visión
A lo largo de su trayectoria, Diego Ramírez Coronel ha enfrentado algunos momentos de gran tensión en alta mar, aunque confiesa que ha tenido suerte y no han sido momentos críticos. “En una ocasión sufrimos un abordaje contra un mercante. Yo estaba fuera de guardia, durmiendo, y el golpe me tiró del catre. Entró agua por el portillo del camarote, el barco pegó un bandazo tremendo. Pero la cosa no pasó a mayores. En aquel momento reaccionas, y el miedo llega tras el incidente, cuando te paras a pensar lo que podría haber sucedido”, relata Diego rememorando aquella noche. “Nunca olvidaré cuando salí a la cubierta y vi una pared blanca a una banda del barco”, refiriéndose al casco del mercante con el que habían impactado.
Sobre las condiciones en la mar, ha sido testigo de una transformación radical en la seguridad de los barcos. “Antes, la seguridad era casi inexistente. Los aros salvavidas eran de espuma, ahora llevan balizas luminosas y están conectados por GPS”. La evolución tecnológica también ha mejorado la navegación. “Pasamos de usar sondas de papel a sondas digitales en color, y ahora con un simple programa en el ordenador puedes ver en tiempo real la posición del barco”.
Para Diego, el futuro de la pesca es incierto. “No hay relevo generacional. En las escuelas náuticas hay alumnos, pero de diez, solo uno o dos se dedican a la pesca. La mayoría se van a remolcadores o al sector industrial”. Muchas empresas están recurriendo a tripulaciones extranjeras y, en algunos casos, vendiendo los barcos a capital extranjero.
A pesar de los desafíos, Diego sigue sintiendo la misma pasión por la pesca. “Cada turno es una aventura, un examen continuo. Lo que más me importa es que la gente llegue bien a casa, que el barco esté defendido y que sea rentable”. Cuando se le pregunta por su jubilación, responde con cautela. “Técnicamente podría jubilarme este año, pero no me gusta la palabra jubilación. Mientras me sienta útil, seguiré embarcándome”, concluye Diego.