Juan Hernández Pernil: “Yo intento tratar a la gente como mis padres me han tratado a mí»

SECCIÓN PATROCINADA POR:

Juan es un policía local de Lepe difícil de no ver. Semblante serio y extraordinaria estatura. Corpulento. Cabello rubio mezclado con canas que van aflorando como fiel reflejo de la sabiduría que otorga el paso del tiempo. Ojos azules ocultos detrás de sus gafas, y una mirada mineral y profunda que deja intuir un inmenso mundo interior. Aire distinguido.

Sus largas piernas le permiten caminar con una zancada amplia y elegante, avanzando por la vida sin prisa pero sin pausa. Cada paso es tranquilo y seguro. Irreversible. Como si estuviera en perfecta sintonía con el ritmo del mundo. No necesita correr, porque su avance constante le lleva siempre donde debe estar.

Su presencia transmite seguridad, calma y paz.

Juan cumplía 59 años el pasado 14 de febrero, Día del Amor. Acuario…

Juan es, sin duda, un ser especial que brilla en su unicidad. Cada vez que sopla las velas en su pastel, no solo celebra un año más de vida, sino también la oportunidad de seguir esparciendo calidez a su alrededor.

Juan Hernández Pernil

Desde estas líneas nuestra felicitación por tu cumpleaños. Salud y mucha felicidad para ti y para todos los tuyos.

Su familia

Nacido en la casa de sus padres, en la “mina abajo” de Riotinto, nuestro protagonista se siente íntimamente ligado a su pueblo natal al que le une infinidad de recuerdos y personas muy queridas. Hijo de Lola y José, es el menor de tres hermanos. Paco y Teodoro, sus hermanos, han sido sus grandes referentes vitales junto a sus padres.

De pequeño era de jugar en la calle a la pelota y también de reírse con Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, y Carpanta, y si le preguntas por su superhéroe preferido, confiesa que si tiene que elegir a uno “mi superhéroe siempre fue mi hermano Paco, el mayor, al que siempre he mirado con admiración y mucho respeto”.

De su padre aprendió el valor del trabajo, la constancia y la capacidad de disfrutar. Su madre, que aún vive, le ha aportado ternura, cuidado y mucho cariño. Su hermano Paco ha sido siempre como su segundo padre y su referente profesional. Y Teodoro ha representado para él uno de sus valores más preciados, la bondad…

Al hablar de sus referentes vitales y tras nombrar a sus padres y hermanos, hace un silencio, pierde la mirada en el infinito y confiesa que de sus hijas cada día aprende más. “María es una niña tremendamente reflexiva y razonable, una conversadora de lo más interesante, y Lola tiene la fuerza de un ciclón. Me siento muy orgulloso y no me queda más remedio que añadirlas a mi lista de referentes personales”.

Pone el punto y final al tema de sus referentes vitales diciendo algo que se nos pega al oído: “Yo intento tratar a la gente como mis padres me han tratado a mí y ser justo como ellos lo han sido conmigo”.

Juan es padre de tres hijos. Javier de 26 años, con el que no mantiene relación por diferentes circunstancias. María de 25 años y Lola de 22. Juan está abierto a todo lo bueno que le pueda ofrecer la vida, y por supuesto, al reencuentro con su hijo, al diálogo y a mirar siempre hacia adelante…

Su conexión con la naturaleza

Juan vive de alquiler en una casa en Pinares de Lepe en la que se encuentra tranquilo y encantado. Allí vive rodeado de naturaleza y acompañado por su querido Baloo, un labrador, y tres gatos. Pero ojo, que cuando lo visitan sus hijas, Baloo hace sitio a dos perros más, Bagheera y Otto. Además, y por si fuera poco, a lo largo de los últimos años, Juan ha rescatado a un total de 19 perros para procurarles nuevas y mejores oportunidades, trabajando en este sentido de la mano de las protectoras de animales para sacarlos en adopción, una tarea que le resulta de lo más gratificante.

Los animales parecen saber que Juan es un espíritu afín, y a menudo se acercan a él sin miedo, compartiendo su presencia con un entendimiento mutuo. Hay que verlo para entenderlo…

Juan, en su casa, con sus colegas peludos.

Su casa debe ser una auténtica odisea. Quizá Ana, su pareja, podría contarnos infinitas anécdotas sobre la peculiar vida de Juan…

Nuestro protagonista encuentra en la naturaleza su mayor inspiración y su fuente de serenidad.

Su forma de ser

Como buen acuario, Juan destaca por su naturaleza humanitaria, por un fuerte compromiso con las causas sociales, y por un marcado sentido de la justicia. Tiene un espíritu aventurero, con un toque de rebeldía, pero en cada aventura que decide emprender, impera la prudencia y la responsabilidad.

En sus relaciones valora la honestidad. En la comunicación solo contempla dos opciones: guardar silencio o decir con claridad y sinceridad lo que piensa. Lo que no hace nunca es decir algo que no piensa por complacer a su interlocutor. Así que ojito con hacerle hablar, que si le preguntas, te arriesgas a escuchar lo que no quieres oír..

Es empático hasta el defecto, y como confesor vale su peso en oro. Genera gran confianza, y tal vez por su profesión o por su disposición personal, su teléfono ha escuchado infinitas historias. Agradece que entre esas historias nunca se haya encontrado con la confesión de un delito, y también agradece que no le consulten ni pidan consejo sobre problemas amorosos, “porque en este campo no me considero ningún experto” dice entre risas…

Nuestro protagonista valora y cuida enormemente la amistad. Es persona de grandes amigos. Destaca entre ellos a Juan Mojarro, a los hermanos Palma, de Almonte, a sus amigos de toda la vida de Riotinto, y a Esperanza y su familia, de Lepe. “Todos ellos son para mí mucho más que amigos, forman parte de mi familia. Así los siento yo”. Con todos ellos mantiene una relación de máxima confianza y una bonita complicidad, compartiendo confidencias, experiencias y muchas risas.

No es persona de grandes caprichos, pero eso sí, le gusta la buena mesa. Nada como disfrutar de una comida relajada en buena compañía, con buena conversación, una buena carne y un buen vino, a ser posible, Ribera del Duero.

Juan disfrutando de una sobremesa.

Le relaja pasear en moto los días soleados, el senderismo, y cualquier otra actividad que lo conecte con la naturaleza. Le encanta inmortalizar con su móvil todo lo bello que se presenta ante él, una ermita, una calle mojada en la que se refleja la luna, una puesta de sol en la playa… Aunque no ha cultivado la afición a la fotografía, es algo que no se le da nada mal, y que además no descarta profundizar en ello en el futuro.

Juan es un disfrutón. Aprendió hace mucho tiempo a deleitarse en las simples cosas. Le gusta sentarse en la playa y admirar el baile de las olas, o perderse en la danza hipnótica de las llamas de su chimenea. “Esos son los pequeños y a la vez grandes placeres que nos conectan con la esencia de la tranquilidad. El crujido del fuego, el calor envolvente y ese resplandor naranja en el salón, hacen que el tiempo se detenga ofreciendo una pausa en la locura diaria y una oportunidad para reflexionar, soñar y simplemente ser”. Son, como él mismo dice “momentos de desconexión y felicidad que están al alcance de todos”.

Es una persona muy emocional pero no acostumbra a exteriorizar sus sentimientos. En ese sentido es de la escuela antigua. Reconoce que aunque le cuesta verbalizarlas, siente sus emociones con mucha intensidad.

Juan es dialogante y con gran capacidad de escucha: “Considero que los conflictos solo se pueden solucionar dialogando. Cuando el diálogo no nos lleva a nada, no hay más opción que seguir dialogando”.

Es muy autocrítico en general, pero “especialmente con mi trabajo. Si algún error mío afecta a terceros, me siento fatal”.

Es poeta sin saberlo. Cuando escribe, hila sus pensamientos con la misma delicadeza con la que se entrelazan los dedos de los amantes. De manera ocasional sorprende a sus seguidores en redes sociales con escritos dignos de admiración.

Uno de los aspectos que distingue a Juan es su profunda sensibilidad hacia la belleza natural que le rodea. Para él, cada amanecer es una obra maestra, cada flor un milagro, y cada brisa un susurro del universo. La naturaleza es su refugio y su inspiración.

Además de su sensibilidad natural, Juan también tiene un corazón abierto y generoso. Siempre está dispuesto a ayudar a los demás.

Policía local

Nuestro protagonista lleva 35 años ejerciendo como Policía Local, un trabajo que le apasiona y le llena de orgullo. “Mi trabajo consiste en hacer que se cumpla la ley, y desde mi primer día de trabajo he intentado ser justo y equilibrado en cada intervención”. Tan solo le queda un año para jubilarse y se está preparando psicológicamente para cuando llegue el día de colgar el uniforme.

Juan uniformado y listo para patrullar de noche.

Reconoce que “La sociedad está avanzando a un ritmo vertiginoso, y eso ocasiona que vayan surgiendo problemáticas nuevas y nuevos delitos, por lo que hay que actualizarse continuamente. Nunca dejas de aprender, y eso es algo, para mí, apasionante”.

Un 23 de febrero se incorporó a su puesto en Lepe. Hace ya 19 años. Venía de Riotinto y se sintió como en casa desde el primer día.

Cada jornada, Juan patrulla las calles con una serenidad y diligencia que reflejan un profundo compromiso con su trabajo. Conoce cada rincón del pueblo y cada historia detrás de las puertas de las casas. Su presencia inspira seguridad y tranquilidad entre los habitantes de Lepe.

Sorprende saber que su turno preferido es el de la noche, aunque reconoce que es el más complejo. La oscuridad es más conflictiva y tiene mayor incidencia de delitos. Los problemas suelen ser más serios. “Se escucha decir que los policías solemos vivir los 20 peores minutos de la vida de una persona. Muchas veces tenemos que afrontar situaciones para las que no nos han preparado y tienes que dar respuesta inmediata y adecuada. Eso es un reto permanente a nivel personal y profesional. El nivel de autoexigencia en este sentido es enorme, porque si eres una persona comprometida con tu trabajo, como es mi caso, el no haber dado la mejor respuesta, te genera muchísimo malestar que te afecta a nivel personal muchísimo” confiesa.

Considera que no está “quemado” en absoluto del ejercicio de su profesión en la calle, sin embargo reconoce que en ocasiones, son los problemas internos los que le cansan. Lleva mal los cambios innecesarios. Es de los que piensan que “cuando las cosas funcionan, es mejor no tocarlas. Entiende que hay que seguir esforzándose por mejorarlas día a día y seguir trabajando siempre en busca de la excelencia, pero cambiar lo que funciona provoca desconcierto, caos y, en ocasiones, frustración”.

Juan es una verdadera joya para la comunidad, una persona cuya dedicación y amor por el servicio público han dejado una huella imborrable en nuestra sociedad. Su compromiso no solo se limita a su labor como policía local, sino que también ha extendido su mano a través de Protección Civil durante muchos años. Desde coordinar operaciones de emergencia hasta brindar apoyo en eventos comunitarios, Juan ha demostrado una y otra vez que su vocación de servicio es incuestionable. Nunca le ha importado la hora del día ni las condiciones, él siempre ha estado y está listo para responder a la llamada de ayuda.

Con el uniforme de Protección Civil.

La cercanía de la jubilación

Reconoce que afronta la proximidad de su jubilación “con inquietud”… “Quiero irme sin dejar nada por hacer y sin echar de menos nada. Tengo claro que seguiré viviendo en Lepe, pero trataré de viajar, de visitar más mi tierra. Viajaré todo lo que la salud y la economía me permita. Tengo mucha ilusión, por ejemplo, en ir al yacimiento arqueológico de Petra en el desierto del sudoeste de Jordania, no sé si haré realidad ese sueño por la situación en la que se encuentra la zona, pero es una de las muchas cosas que me ilusionan”.

Tiene en mente, como acción de gracias por toda una trayectoria profesional, que ha transcurrido sin graves incidencias y con enorme disfrute, hacer el Camino de Santiago en cuanto se jubile, “que lo he hecho una vez y estoy acumulando ganas para repetir la experiencia” confiesa divertido.

Cuando la vida aprieta

Cuando le preguntamos por los momentos más difíciles que ha tenido que vivir, nos habla de dos eventos que han marcado su vida. El primero de ellos fue la enfermedad de su hija Lola, a quien cuando tan solo tenía dos añitos le diagnosticaron un Blastoma pulmonar, contra el que luchó durante año y medio, y al que ganó la batalla, gracias a la medicina, al personal sanitario y a su fuerza arrolladora. “Recuerdo que deseaba tener yo la enfermedad sin solución, a que la sufriera ella con solución, por no verla pasar por aquello. De la experiencia aprendí a vivir sin prisas, sin reloj, y a navegar abrazado a la incertidumbre. Y Lola nos enseñó a todos a luchar por la vida. A día de hoy nos sigue dando lecciones de fortaleza cada día”.  Juan se muestra orgulloso de su hija y muy contento de verla convertida en toda una mujer.

Pero la vida a veces es incomprensible. Juan nos confiesa el segundo gran golpe de su vida, reconociendo que, aunque la muerte de su padre fue dolorosa, estaba dentro de la normalidad de la vida y que para nada supuso un sufrimiento comparable con lo que nos cuenta a continuación… Recuerda con extremo dolor el día de un cumpleaños de su hermano Paco, al que llamó por la mañana para felicitarlo. Era el 20 de junio de 2010. Por la tarde, a las ocho, mientras estaba en el parque de Bellavista con sus hijas, suena el móvil y era su hermano Paco. Le sorprende porque ya habían hablado por la mañana. Se le aceleró el corazón al presentir que algo malo pasaba. Pensó que tal vez le había ocurrido algo a su madre, pero era algo mucho peor, su sobrino Iván había tenido un accidente de moto en la famosa trinchera entre Riotinto y Nerva. “Iván era un joven muy especial, carismático. Tenía tan solo 24 años cuando se fue dejándonos a todos destrozados y con una enorme sensación de vacío que persiste a pesar del paso de los años. Especialmente en mi hermano Teodoro y mi cuñada, que desde aquel día viven sus vidas marcadas por el dolor”.

Tanto la enfermedad de su hija como el fallecimiento de su sobrino Iván, le han mostrado la dureza de la vida y la fragilidad del ser y ha aprendido a vivir y disfrutar del hoy como si no hubiera un mañana: “soy muy consciente, gracias a mi profesión y a mis experiencias personales, de que hoy estamos aquí, y el ahora es todo lo que tenemos”.

Tres vírgenes y un solo corazón

En su corazón habitan tres vírgenes: la Virgen del Rosario, que le acompaña desde su infancia; la Virgen del Rocío, que le lleva cada año a celebrar la vida y compartir momentos únicos con su hija María y algunas amistades; y la Virgen de la Bella, que concilia la tradición y el fervor religioso de sus vecinos de Lepe, creando un ambiente mágico de unidad y esperanza.

A Juan le encanta compartir con su gente querida la devoción a sus vírgenes. El cariño a sus tres vírgenes es su forma, una de tantas, de conectar profundamente con su gente y sus raíces. Las festividades en torno a ellas son para él la oportunidad de reforzar los lazos con sus seres queridos y recordar las historias y valores que han dado forma a su vida y un recordatorio constante de cómo las tradiciones pueden unir a las personas en un lazo de amor y respeto mutuo.

Este año, ha vivido algo muy especial durante la Esquila en su pueblo natal. La esquila es una tradición que consiste en el canto de coplas dedicadas a la Virgen del Rosario durante nueve noches consecutivas, que suele ser durante el mes de septiembre. Violines, guitarras, bandurrias y laúdes acompañan al canto de unos hombres que, guiados por la campana, recorren el municipio de Riotinto. Pues bien, “Mi primo José Luis me animó a vivir esta tradición dando un pasito más adelante. Siempre me había llamado la atención entrar en el grupo y cantar, pero nunca antes lo había hecho por vergüenza, por pudor. El año pasado hice mis primeros pinitos, y este año he dado el paso y he estado las nueve noches cantando como segunda voz. Me dicen que no lo hago mal… (se ríe con cara de escéptico), el caso es que, con la edad, estoy perdiendo el miedo y la vergüenza, y con ello estoy ganando en disfrute, ya que me estoy permitiendo participar en experiencias que tal vez antes para mí eran impensables”. Cuántas facetas nos quedarán por descubrir de este Juan…

Aunque su retiro se avecina, Juan no ve su jubilación como el final de su misión. En su corazón, siempre será un guardián de Lepe, un lugar que le acogió con los brazos abiertos y le permitió florecer en su profesión. La idea de dejar el pueblo le resulta impensable, pues su vínculo con la comunidad lepera es irrompible.

Mientras se prepara para el próximo capítulo de su vida, Juan sigue adelante con el mismo entusiasmo y dedicación a su trabajo. Sabe que, cuando deje de llevar el uniforme, su espíritu de servicio y su amor por Lepe perdurarán. Y así, el hombre que nació para proteger y cuidar encontrará nuevas formas de seguir sirviendo a su amado pueblo.

 

 

Compartir
Scroll al inicio