Por: Nicole Vargas Mairongo.
Jesús González Barroso, un joven de 23 años originario de Lepe, ha dedicado su vida al arte de mezclar y crear música como DJ. Sin embargo, detrás de la sonrisa que muestra hoy, se esconde una historia que, durante mucho tiempo, prefirió mantener en silencio. Jesús se abre por primera vez en una entrevista, dejando al descubierto las cicatrices emocionales del bullying que marcó su adolescencia.
El inicio de una pesadilla
El bullying que sufrió Jesús comenzó en una etapa de desarrollo vital: la transición del colegio al instituto. “Cuando terminas el colegio, normalmente haces una excursión de fin de curso y ahí, en mi caso, comenzó la exclusión dentro del grupo”, recuerda. Lo que en un principio parecía una pequeña distancia emocional entre sus compañeros, pronto se transformó en un tormento diario. “El bullying empieza con desprecios, rumores, insultos, burlas… y luego llegaron los empujones, las agresiones físicas”, relata Jesús con una serenidad que contrasta con la crudeza de su historia.

De la exclusión a la violencia física
Durante su primer año de instituto, las agresiones fueron aumentando progresivamente. Jesús sufrió tanto ataques psicológicos como físicos. Recuerda cómo, al principio, las burlas eran casi invisibles para el resto: “Un día me senté atrás en clase y empezaron a tirarme papeles y a moverme la silla. Al principio lo tomas como una broma”. Pero con el tiempo, los ataques se volvieron más brutales, hasta llegar a un momento en el que un grupo de diez personas lo rodeó en una calle y lo golpeó hasta desviarle la columna vertebral. “En ese momento pensaba: ‘Aquí muero, de aquí no salgo’”, admite con voz firme, como si aún pudiese sentir la angustia de aquellos minutos. Minutos en los que pidió auxilio pero nadie le socorrió.
La violencia constante afectó profundamente su autoestima y bienestar emocional. Durante aquellos años, Jesús se volvió más tímido, se aisló y temía salir de casa. “Cuando salía a la calle, pensaba: ‘¿Me cogerán ahora? ¿Estarán esperándome en la esquina?’”. La inseguridad se apoderó de él, afectando incluso su rendimiento académico. “Repetí primero y segundo de la ESO, porque no podía concentrarme. Llegaba a casa, pegaba un portazo y me tiraba en la cama”, recuerda.
El grito de auxilio ignorado
La falta de apoyo en su entorno educativo hizo que Jesús se sintiera atrapado. “Cuando intentaba contar lo que me pasaba, los profesores no me creían, pensaban que era cosa de niños”, explica. A pesar de los esfuerzos por parte de su familia, el centro educativo no tomó medidas efectivas hasta que las agresiones fueron demasiado evidentes, y aunque la situación mejoró cuando Jesús cambió de instituto, la experiencia ya había dejado una marca imborrable en él. Confiesa que en esos años se replanteó la idea de autolesionarse, aunque nunca la llevó a cabo.
El proceso de superación: un refugio en la música
Jesús logró finalizar un Grado Medio de Mecánica y comenzó a acudir a terapia psicológica, pero destaca que fue la música lo que le salvó la vida. “Me ayudó a desconectar de todo y encontrar un refugio donde solo existía yo y la música”, dice con una sonrisa cuando habla de su faceta como DJ.
La pasión por crear remixes y mezclar canciones le dio una vía de escape, que a día de hoy combina con la organización de eventos, como bodas, junto a su compañero de trabajo, haciendo de cada fiesta una experiencia única.


Rompiendo el tabú sobre el bullying
Jesús considera que el bullying sigue siendo un tema tabú. “Hay que normalizar hablar sobre bullying, especialmente en los centros educativos”, opina. A pesar de que en su época se realizaban charlas puntuales sobre el tema, cree que estas no eran suficientes. Para él, el verdadero cambio vendría de campañas constantes de concienciación para estudiantes, profesorado y padres, que a menudo no saben cómo actuar ante estas situaciones. “Es necesario que los padres también sepan qué hacer, cómo sobrellevar la situación y, sobre todo, que los niños aprendan a comunicar lo que sienten sin miedo”, añade.
Un mensaje de esperanza
Al mirar atrás, Jesús reflexiona sobre lo que le diría a su yo de 15 años: “No te calles, no tengas miedo. Lucha con todas tus fuerzas”. Aunque no cambiaría nada de su pasado, ya que le ha servido para ser la persona que es hoy, sí aconseja a los que sufren bullying que no se aíslen: “Siempre hay alguien que puede ayudarte. Si yo lo superé, ellos también lo harán”.
Al compartir su historia, Jesús no solo busca liberarse de un peso que ha llevado durante años, sino también ayudar a aquellos que todavía están atrapados en el dolor y la soledad. “Si alguien está pasando por lo mismo, que sepa que no está solo. Todos podemos salir de ahí”.
Hoy, Jesús es un joven fuerte, alegre y confiado que ha dejado atrás el dolor de la adolescencia. Su historia es un testimonio de superación, una prueba de que la música, el apoyo familiar y la voluntad de salir adelante pueden transformar un camino oscuro en un sendero de luz.