Por: José Luis Galloso
La vuelta de la flota productora de chirla (Chamelea gallina) tras la prolongada parada que la obligó a permanecer amarrada a puerto durante casi cinco meses está cargada de incertidumbres para las empresas productoras, tanto por la rentabilidad de las capturas como por la situación que presenta el bivalvo en los caladeros.
El pasado 1 de agosto las embarcaciones volvieron a sus labores con un paquete de medidas pactadas para equilibrar explotación y sostenibilidad. Con ellas, la talla mínima de captura se redujo transitoriamente a 24 milímetros, con tolerancia del 20 ciento para ejemplares por debajo de esa talla tras el pesado y el cribado. Se fijó, además, un esfuerzo pesquero limitado para que las embarcaciones con draga hidráulica puedan salir cuatro días a la semana y recolectar 200 kilogramos al día, durante un máximo de cinco horas diarias.
Con las nuevas condiciones pactadas con la Administración, el sector ha ganado un día de trabajo y dos horas más de pesca efectiva, pero “eso no tapa el problema de fondo, que está siendo el tamaño de la chirla”, apunta el patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Punta Umbría y presidente de la Federación Andaluza de Cofradías de Pescadores (FACOPE), Manuel Fernández Belmonte.
“Hay mucha cantidad de molusco en el caladero, pero escasea este bivalvo por encima de la talla comercial”, resume el dirigente del sector. “Reiniciar la actividad ha sido positivo porque costó mucho lograr las condiciones, pero, después de 45 días en la mar, hay demasiadas dudas a la luz de las capturas realizadas”.

Porque el problema de fondo es biológico. En cubierta, la imagen se repite: abundancia de individuos entre 20 y 24 milímetros de diámetro, pero escasez por encima de 24 milímetros, talla a partir de la cual se permite su comercialización. “Hay producción, sí; pero cuando la chirla llega a 24 parece que frena. Es decir, no vemos abundancia por encima de esa medida, a pesar de la larga parada que hemos tenido. Esta es una situación atípica”, apunta el patrón mayor.

De ahí la exigencia unánime del sector de solicitar un estudio actualizado del caladero que no se limite a hacer un recuento de individuos con talla comercializable, sino que analice crecimiento, mortalidad y estructura de edades. “Los estudios que usamos para decidir tallas y cierres son de entre 2002 y 2008. Sirvieron, pero hoy no explican lo que vemos”, sostiene. Fernández Belmonte cita trabajos recientes en otras especies (boquerón y sardina en el norte de Europa) donde la talla media disminuye pese a igual o mayor número de individuos, ligada a cambios en la temperatura y en el tamaño de las microalgas que sustentan la cadena trófica. “Puede estar ocurriendo algo similar con la chirla; es decir, que se reproduce, pero no crece a los ritmos esperados”.

Los mercados y la rentabilidad
Entre tanto, la comparación internacional planea sobre cada subasta. Italia, principal competidora en el mercado internacional, comercializa a partir de 22 milímetros y sus límites suelen ser de 400 kilogramos al día. “Con precios medios en lonja de 3 a 4 euros por kilo (solo algunos días han superado los 5 euros) y un tope de 200 kilos al día, las cuentas para las empresas salen ‘justitas’ para pagar sueldos, Seguridad Social y los gastos en general”, admite. Por debajo de 4 euros el kilo, dice, “no hay rentabilidad”.
Además, la flota empieza a concentrarse en una misma zona, con posibles consecuencias para el caladero. “Embarcaciones de otros puertos como Sanlúcar o Isla Cristina se desplazan a subastar a Punta Umbría porque aquí ‘hay mejor calidad y mejor tamaño’”. La consecuencia es que la concentración de barcos podría provocar sobreexplotación local si el crecimiento no acompaña. A la vez, Fernández Belmonte también ha subrayado un factor ambiental diferencial, como es la depuración urbana. “En Punta Umbría, Ayamonte e Isla Cristina las depuradoras cumplen su normativa de no arrojar ciertos residuos urbanos al mar. Sin embargo, no ocurre lo mismo en Matalascañas ni en otras zonas de la costa gaditana, donde hay vertidos cuando las depuradoras se saturan. Esto afecta directamente al molusco en algunas zonas cerca de Doñana donde pesca la flota”.
Con el caladero cerrado de marzo a julio era de esperar que gran parte de los individuos se moviera entre los 25 y 30 milímetros en la reapertura. “Pero no ha ocurrido y, a partir de 24, muchos no dan el salto en su crecimiento. ¿Qué está pasando?”, se pregunta el presidente de FACOPE. De ahí la urgencia: “Necesitamos medir bien el crecimiento real, la mortalidad natural, la calidad del hábitat, la influencia térmica y del fitoplancton. Sin estudios certeros tomamos decisiones a ciegas”, apuntilla.
Las empresas corren peligro
En el seno del empresariado local, el ambiente es de preocupación generalizada por una situación que no tiene claro por cuánto tiempo será sostenible. “Después de tantos meses de parada, no es normal esta situación. Antes, con dos meses, el molusco estaba amontonado y grande”, apunta el empresario local Laureano González. “Llevamos así como cinco o seis años; hay mucha chirla de 20 a 24 milímetros, pero cuando llega a 24 parece que no crece o se muere. No sabemos cuánto tiempo vamos a seguir pescando y sabemos que, cuando empiecen a moverse más las mareas en los próximos meses, el marisco gordo se entierra y arriba queda solo el chico. Así que nos mandarán a parar de nuevo”, indica con poca esperanza.

En el mercado, los números aprietan. “Para ser rentable, el kilo no debe bajar de 4 euros. Hemos tenido días con ventas a 2,40 euros el kilo y, con eso, un barco no cubre”. Como salida, mira a Italia, donde “han bajado la talla a 22 milímetros”, y propone un criterio de venta unificado, sin selección de tamaño para inflar precios.
Por su parte, Expedito García comenta que las limitaciones impuestas para pescar cerca de la costa son un problema añadido. “Antes alternábamos la pesca: en verano faenábamos mar afuera y en invierno más cerca de tierra, donde el molusco engordaba. Ahora el veril que nos han creado nos obliga a pescar siempre por fuera”. Esa línea, explica, “nos ha partido por la mitad”, porque “el trozo de tierra era lo mejor que teníamos para que el bivalvo cogiera talla”. El horizonte, con la talla actual, no le tranquiliza. “¿Habrá marisco a 24 milímetros para muchos meses? No lo creo”. Por eso reclama revisar la ubicación del veril y combinarla con cierres rotatorios. “Necesitamos volver a unas condiciones que permitan engorde en costa y rotación de zonas; si no, la rueda se para”.

Un pilar económico para muchas familias
En el puerto de Punta Umbría operan unas 25 embarcaciones locales, pero se subasta producción de hasta 60 por la llegada de barcos de otros puertos; detrás hay lonjas, compradores, manipuladores… “Unas 150 familias dependen directa o indirectamente de esta actividad”, estima el patrón mayor, que recuerda que el sector pesquero en la localidad tiene una incidencia económica del 22 por ciento de la población. “La pesca sigue siendo uno de los pilares económicos del municipio y para nuestra población es vital proteger la industria”. Además, la repercusión de la producción pesquera en la lonja local tiene una incidencia directa en el turismo gastronómico de la costa. En este sentido, el consumo de chirla se ha incrementado durante buena parte de la temporada estival. “Con la escasez de coquinas, la chirla ha ganado protagonismo en carta y su consumo ha crecido significativamente”, concluye Manuel Fernández.








