De una niñez mirando al vino desde la puerta de su casa en Trigueros al maestro onubense convertido en voz influyente para más de 100.000 “winelovers”
En la calle San José, número 15, en pleno centro de Huelva, hay una sacristía que no huele a incienso, sino a barricas recién abiertas, queso curado y conversación pausada. Allí, alrededor de una gran mesa rectangular pensada para veinte personas, Raúl Pedroso recibe cada semana a grupos que entran con curiosidad y salen con algo más que una copa en la mano: salen con criterio, lenguaje y ganas de seguir aprendiendo.

La Sacristía, abierta en 2019, no es solo una tienda: es una escuela que cultiva pasión por la uva. Su objetivo, insiste Raúl, no es vender botellas, sino “sembrar winelovers”.
Una infancia entre mosto y toneles
Nacido en Huelva el 10 de febrero de 1975, Raúl pasó su infancia en Trigueros, entre tirachinas, cometas hechas con bolsas de basura y bodegas que perfumaban la calle a vino. De niño era el encargado de ir a comprar el vino “a granel” para su padre y, por el camino, probaba el mosto al volver la esquina.
Creció frente a una bodega donde veía trasegar olorosos, dulces y amontillados. De ahí que diga que estaba “predestinado” a sentir pasión por el mundo del vino.
La crisis que abrió una puerta
Aunque la pasión venía de lejos, su vida profesional, tras estudiar Relaciones Laborales, empezó en una empresa familiar dedicada a la automoción. La crisis de 2008, que redujo plantilla y ventas, le sirvió como detonante para reinventarse y dedicarse, por fin, a lo que llevaba años persiguiendo. Imaginó entonces un espacio propio y exclusivo donde el vino pudiera explicarse, entenderse y disfrutarse plenamente.
La Sacristía: un sueño hecho realidad
El local que hoy es La Sacristía estaba prácticamente en bruto. Raúl invirtió todos sus ahorros en rehabilitarlo y llenarlo de vino y de vida. “Las cosas, o se hacen a lo grande o no se hacen”, dice entre risas. Obra, mobiliario, copas, estanterías, stock… un proyecto sostenido únicamente por su pasión y por su convicción de que Huelva necesitaba un lugar así.

Desde el principio tuvo claro que no sería solo una tienda, sino un espacio de catas, maridajes y formación.
De ser autodidacta a obtener un prestigioso diploma internacional
Raúl ha sido, durante años, un autodidacta voraz. En su casa guarda una biblioteca con más de trescientos volúmenes dedicados al vino, de prácticamente todas las regiones del mundo. Sin embargo, cuando decidió profesionalizar su pasión, buscó también un respaldo académico.
Se formó en el Wine & Spirit Education Trust (WSET), la institución británica de referencia mundial en estudios sobre vinos. Empezó por los niveles básicos y ha superado ya el nivel 3; actualmente está estudiando el nivel 4, el máximo escalón que ofrece este centro.
A esa formación ha ido sumando cursos especializados: cava, enología técnica, sumillería centrada en vinos de Jerez… Una capa tras otra, igual que esas copas complejas de las que habla en sus catas, en las que los aromas van apareciendo en sucesivas vueltas de muñeca.
Catas para educar paladares
Miércoles y jueves por la noche, la mesa de La Sacristía se llena: veinte personas, cinco vinos, cinco quesos cuidadosamente elegidos y una luz cálida que invita al disfrute. Si alguien no toma queso, hay embutido ibérico. Si hay intolerancias, se adapta el maridaje. Nadie se queda fuera. La sesión termina con una onza de chocolate que, junto a la última copa de tinto, crea una explosión de sabor inesperada.
Las catas son temáticas: Bierzo, monovarietales, espumosos, generosos… Se habla de suelos, climas, vinificación e historia. “El vino es geografía líquida”, afirma Raúl, que siempre empieza con una introducción para que cualquiera, incluso un completo novato, pueda seguir el hilo de la sesión.

La respuesta del público es abrumadora: se llena con semanas de antelación y su agenda de catas privadas —todos los viernes y, a menudo, también lunes o martes— es inabarcable. En estas citas privadas, ya sean en el local o en domicilios, él se encarga de todo: copas, vinos, quesos, panes, picos… y los aprendices sin más responsabilidad que aprender y disfrutar.
Y es que las catas en La Sacristía son, además de una jornada formativa, todo un evento social: siempre se empiezan en silencio pero se acaban compartiendo chistes, opiniones y teléfonos.
Tras concluir la parte técnica, Raúl invita a un brandy elaborado por él mismo y la velada deriva en conversaciones de vino y vida.
Su estilo se aleja de las catas comerciales dirigidas por bodegas: él apuesta por la independencia, por elegir los vinos con libertad y por enseñar a catar, entender y disfrutar.
Precio, calidad y matices
Raúl rompe tópicos: “hay vinos excelentes de 6–7 euros con 90 puntos en guías como Peñín o Parker, y vinos de 100 euros con la misma puntuación”. El mejor vino, insiste, “es el que encaja con tu momento”. Otra cosa es que no se pueda exigir a un vino de 6 euros la complejidad aromática y el trabajo en bodega de uno de 100. Los procesos enológicos —fermentaciones malolácticas, crianzas sobre lías, largos tiempos de barrica— añaden capas de matices… y también coste.
A Raúl le gusta comparar los grandes vinos con una cebolla: “capa a capa, vuelta a vuelta de copa, van apareciendo nuevos compuestos aromáticos que recuerdan a frutas, flores, especias, maderas, tostados, balsámicos”… Son vinos “para sentarse tranquilamente, quizá con música suave, en zapatillas, y dedicarles tiempo”. Otros vinos más jóvenes y sencillos, frutales y florales, “son perfectos para un bar, una tapa, una charla desenfadada”.
Cada vino tiene su espacio y su momento, y parte de su labor es ayudar a que la gente encuentre el suyo.
Consumo responsable
Raúl recuerda que el consumo de vino tinto con moderación es saludable y recomendable por su contenido en resveratrol. Pero también advierte de la caída de su consumo: de 60 litros por persona al año en los 80 a apenas 24 hoy. La cerveza le ha comido terreno y el precio tampoco ayuda. Él responde a esta realidad con pedagogía: promover el conocimiento del vino “como parte de nuestra cultura gastronómica” y no como exceso.
Un negocio abocado a reinventarse
Raúl no se engaña. Es tajante cuando habla del comercio minorista tradicional: “este negocio, como punto de venta de vino, está abocado a la desaparición”. Y no se refiere solo a las tiendas de vinos; menciona también librerías y otros negocios del centro que sufren la competencia feroz de las grandes plataformas online.
Por eso, desde la apertura de La Sacristía, ha trabajado con la idea de reinventarse día a día. Hoy La Sacristía tiene tienda online y envía vinos a distintos puntos de España y del extranjero. La tienda física quizá algún día deje de ser rentable, admite, pero mientras necesite un lugar para impartir sus catas —su verdadero corazón—, La Sacristía seguirá viva. Porque este espacio no es solo una tienda: es un aula, un refugio y un escaparate donde el vino se explica, se comparte y cobra sentido.
Un mensaje final
Para quienes aún no se han acercado al vino, Raúl lo tiene claro: “que se acerquen a este apasionante mundo, que es muy bonito y con moderación es muy saludable e interesante”. Y para los aficionados, tampoco hace falta añadir mucho: regresan una y otra vez porque han encontrado en La Sacristía algo más que un lugar donde catar vinos. Han encontrado un templo donde detener el tiempo, compartir conocimiento, celebrar la vida y dejar que una copa se abra, capa a capa, como un pequeño milagro. Porque en este rincón del vino cada sorbo guarda una historia, cada aroma despierta un recuerdo y cada matiz invita a seguir descubriendo. Y así, mientras las copas se vacían, lo verdaderamente valioso permanece: la certeza de que el vino —como las buenas pasiones— nunca termina en la última gota.
Por: Ana Hermida







