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Los espejos muestran un reflejo de la realidad, pero también son puertas hacia espacios donde la imaginación nos abre la posibilidad de conocernos mejor a nosotros mismos. El simple gesto de contemplarnos frente al espejo puede llegar a ser un momento de reencuentro personal y una manera de adrizar el rumbo correcto de nuestra singladura vital.
Es posible que el papel o el lienzo puedan ser un espejo en la historia de la pintora onubense Mónica Rodríguez Bejarano y que el dibujo y la pintura sean el vehículo para una necesaria vuelta, en esencia, al inevitable presente, a veces distraído. ‘Monak’ Rodríguez, como firma sus obras, encontró en sus lápices y pinceles su refugio, su luz y la vía más natural para expresarse sin la necesidad de usar palabras. Quizás la pintura también pueda ser ‘la cura’ de quien decide protegernos para siempre, como una promesa eterna.
Hoy, los retratos hiperrealistas de la pintora conquistan al público onubense a través de ojos llenos de vida que hablan por sí mismos del personaje que muestran. Pero detrás de esa perfeccionada técnica hay una intensa búsqueda personal y una biografía que se escribe en cada trazo.

“Desde pequeña fui una niña entre lápices y papel. Si me acatarraba en casa, mis padres me animaban a distraerme dibujando y mis premios siempre eran una caja de colores con los que dar rienda a mi imaginación”, recuerda. Tanto es así que la creatividad y la inteligencia espacial se dispararon como señales de un talento temprano en alguna prematura evaluación personal. Aquella niña que llenaba cuadernos con dragones, paisajes y rostros de mil maneras, siguió siempre ligada a su capacidad para recrear imágenes con las manos. Cursó Artes Plásticas, se acercó al diseño gráfico y al diseño de interiores, y durante años se ganó la vida en ese ámbito sin dejar de dibujar a diario. La Junta de Andalucía ha sido en los últimos años una de las entidades para las que ha dedicado su tiempo profesional. “El día que no dibujo algo es que me pasa algo. Incluso mis momentos de descanso para desayunar los ocupo para entretenerme dibujando”, confiesa.
El lápiz nunca se fue, pero hubo un periodo en el que el dibujo la rescató. Hace unos cuatro años atravesó una etapa de bloqueo anímico en la que “no era capaz de hacer nada”. Hasta que un día, casi tocando fondo, retomó un cuaderno, hizo un boceto “sencillo y profundo” y lloró. No de tristeza, sino como reencuentro o un despertar en primavera. “Vi el reflejo de lo que siempre he sido”. Desde entonces se prometió no volver a perderse. Sus compañeros de trabajo la empujaron a publicar esos dibujos; la respuesta del público fue inmediata, y llegaron las primeras exposiciones, la primera en las paredes del Bar 1900. Monak pasó de dibujar “de puertas adentro” a construir una obra pública que se alimenta, precisamente, de ese diálogo con quien la mira.
Su territorio natural es el retrato. Empezó con bocetos y caricatura ligera, pasó al realismo y, casi por inercia, aterrizó en el hiperrealismo. Pero en su idea de veracidad opina que “un retrato puede estar perfecto y, aun así, no tener alma”. Por eso, Monak concentra el proceso en los ojos, donde cree que se manifiesta la verdad de quien quiere representar. Modifica vestuario, peinado o gesto para ajustarlo a lo que intuye del retratado… “que la persona se vea y diga: ‘esa soy yo, aunque la foto original fuese otra’”, transmite.

Tal es el éxito de sus retratos que son muchos los encargos que recibe de amigos y conocidos. “Me piden muchos retratos, es un tipo de trabajo que el público valora mucho y especialmente cuando es un fiel reflejo de la realidad en ellos”. Pero además, Monak incluye un valor añadido a su trabajo, entregando un vídeo virtual del proceso de creación. “Edito un vídeo con algunos de los pasos por los que pasa la obra desde los inicios hasta su finalización y le añado una canción del gusto del interesado, a modo de banda sonora”, explica.
Porque para la artista, la opinión del público es un elemento valioso para marcar el camino de creación y la toma de decisiones con respecto a algunas de sus creaciones. “Me gusta escuchar y me nutro mucho de ese feedback de quien le gusta observar lo que hago”.
Temas y exposiciones
En su cartera de temas también hay retratos de mascotas y obras con el caballo como protagonista. Una de las obras que expone en los últimos meses es el retrato de su gato Napoleón. “Se marchó en enero del año pasado, con veinte años a sus espaldas y una vida entera a mi lado. Cuando sentí que el tiempo empezaba a estrechar el círculo, decidí dibujarlo mientras aún respiraba conmigo. Comencé el retrato unos cuatro meses antes de su partida y lo concluí justo cuando él se fue. Aquella fase final del dibujo fue también mi propio duelo. Lloré sobre el lienzo y le hablé como si aún pudiera oírme. Repetí su nombre: ‘Napoleón’. ¡Sonaba tan bonito!.. como quien intenta retener la música de un ser querido”.

También dibuja caballos, todo un desafío para ella. “La verdad es que no ha sido fácil pintar caballos y detrás hay un largo tiempo de estudio porque su anatomía es compleja”. El reto tuvo a su padre como detonante: “hazme un caballo blanco al trote”, le pidió. A base de intentos y bocetos truncados, acabó convirtiendo esa dificultad en una nueva temática en su obra personal, con retratos ecuestres que aúnan fuerza y detalles de maestría en su ejecución.

Al mismo tiempo, Monak prepara una línea de paisaje urbano con sello propio, donde aparecen espacios icónicos de Huelva pintados de una manera muy especial. “Dibujo estructuras trabajando dibujos por capas, que dejan pasar la luz con semitransparencias que pueden parecer una especie de radiografía. Es una idea muy atrevida que me lleva a un momento de creación muy interesante dentro del dibujo”. Para entrenar esa mirada volumétrica, ha pasado meses con dioramas, es decir, maquetas a escala de objetos o escenas reales, que la obligan a medir, encajar, pensar en 3D y, sobre todo, tener paciencia. “Me han sacado de mis casillas, pero me han abierto la mente espacial”, comparte riendo. Los mostró junto a sus cuadros y provocó emociones inesperadas de agrado en la gente. “Algunas personas mayores me decían que esas creaciones les teletransportaban a otros tiempos anclados en sus recuerdos”.
También entre sus bocetos recientes hay reflejos de un efervescente momento creativo. “Recientemente pinté un barco luchando contra la tempestad en medio de un temporal. Me siento más cómoda expresándome con los lápices y los pinceles que con las palabras. Dibujo para estar presente y para poner sosiego donde antes había ruido”.

En el último año su visibilidad se ha acelerado con exposiciones itinerantes como la que expone ahora en Isla Cristina a dúo con Pedro Quesada y que se titula Figuraciones. Impulsada por la Asociación Cultural Iberoamericana, la muestra ha pasado por Caja Rural y el Museo Vázquez Díaz (Nerva) y tiene escalas previstas en Gibraleón y Córdoba. En paralelo, prepara una exposición en la Sala Jesús Hermida (Huelva), con protagonismo de algunos retratos del afamado periodista onubense. Su compromiso con sus iguales, también la llevó a participar en la exposición colectiva ‘Bajo un mismo latido’ durante el Día Internacional de la Mujer en el presente año. La agenda se mueve y Mónica encuentra con entusiasmo un centro de gravedad permanente a nivel profesional y personal.
Monak resume su ética personal en una frase que comparte con facilidad: “Somos a lo que nos exponemos”. En su caso, exponer significó probar, equivocarse, insistir, volverse a mostrar. Esa filosofía también tiene su conexión con el público. “Me gusta que el público valore lo que hago, es algo que me motiva para seguir trabajando. Yo siempre he dibujado por mi propia satisfacción, pero si pinto ‘de puertas para afuera’ es precisamente por el cariño de la gente hacia lo que hago”, argumenta.

En tiempos de prisas, su obra pide detenerse. No solo por el virtuosismo técnico, sino porque su obra es, a la vez, un canal de comunicación con el espectador y un lugar de reencuentro personal de la artista. Quizá por eso sus retratos funcionan, porque la primera mirada que rescata es la suya propia.
Por: J.L. Galloso








