Gustavo Cuéllar Cruz, el alcalde que ya soñaba con serlo con tan solo 14 años

Una mirada íntima al hombre que gobierna Moguer…

Por: Ana Hermida

El 23 de diciembre, cuando el periódico en papel llegue a las manos de los vecinos de Moguer y Mazagón, la Navidad ya estará instalada en las casas: las mesas a medio preparar, los niños con la ilusión afilada y los mayores con esa mezcla de ternura y memoria que solo aflora en estas fechas. En ese clima íntimo —más de hogar que de despacho—, Gustavo Cuéllar se deja mirar de cerca. No como una firma al pie de un decreto ni como el rostro que encabeza un cartel institucional, sino como un hombre que, en esta ocasión, se muestra desde lo personal: hijo, hermano, pareja, padre, vecino; y, al mismo tiempo, como un alcalde que lleva catorce años viviendo diciembre desde dentro, con la responsabilidad pegada a la piel.

Raíces

Gustavo Cuellar tiene 48 años. Nació el 15 de marzo de 1977. Moguer ocupa un lugar central en su vida, en su corazón y en su forma de entender el mundo. Esa sensación de pertenencia a su pueblo le genera orgullo y bienestar. Es hijo de Benito Cuéllar y de Isidora Cruz. Hermano de Abraham.

Gustavo Cuéllar junto a su padre, Benito.

El hogar como punto de partida

Cuando habla de su infancia no recurre a tópicos ni a brillos impostados. La describe feliz y, sobre todo, muy acompañada. Hay una palabra que aparece de forma natural: hogar. Un hogar construido con abuelos, con tíos y primos, con esa “coalición familiar de la que han salido mis grandes referentes personales». En su relato aparece una tríada clara: su abuelo Antonio, su padre y su madre.

Del padre y del abuelo toma lo que él mismo resume como «trabajo, insistencia, lealtad, compromiso, valores y educación«; en la madre sitúa «la parte más tierna y cercana, esa capacidad de escuchar que reconozco como determinante en mi vida«. A partir de ahí se entiende mejor su manera de estar en el mundo.

Cualidades

Cuando enumera sus principales cualidades no habla de carisma ni de liderazgo, sino de rasgos que, en un pueblo como Moguer, se perciben en cualquier espacio compartido: cercanía, amabilidad, escucha y sinceridad. Reconoce que la sinceridad no siempre genera simpatías, pero la defiende con una idea firme: «nunca se debe generar una expectativa que después no se pueda cumplir«. A esa convicción le añade otra palabra a la que vuelve una y otra vez: honestidad.

Su gusto por la política llega pronto

La vocación de servicio público y su gusto por la política local aparecen muy pronto: a los 14 años. Recuerda divertido que en el primer curso de instituto ya le decía a Eva, hoy concejala de Cultura y su pareja, que quería ser alcalde y que, cuando lo fuera, le gustaría contar con personas como ella. Poco tiempo después se lo decía también a José, hoy concejal de Seguridad Ciudadana. Lo cuenta sin épica ni alarde, con la naturalidad de quien reconoce que algunas certezas llegan antes incluso de saber explicarlas.

Gustavo y Eva se conocen desde niños.

Formación y sacrificio familiar

Su formación universitaria fue Derecho. Detrás de esa decisión estuvo la inquietud de su padre por que sus dos hijos conocieran mundo, abrieran horizontes y, después, eligieran con libertad dónde querían estar. Cuando habla del esfuerzo familiar lo hace con un énfasis muy personal: «Mi padre se dejó la piel para que tanto mi hermano como yo pudiéramos formarnos. Abraham estudió Ciencias Políticas en Granada; yo, Derecho en Sevilla y, más tarde, un posgrado en Derecho Tributario«.

Nunca ejerció la abogacía. No por falta de interés, sino por claridad de rumbo: el Derecho abre infinitos caminos, pero la toga no era el suyo. Se vinculó al asesoramiento jurídico, tributario y financiero y desarrolló su trayectoria en la empresa privada. Mientras realizaba el posgrado trabajó para Hacienda, a través de una empresa que prestaba servicios de información y campañas de renta. Después llegó Grufesa, donde permaneció alrededor de cuatro años. De esa etapa guarda un recuerdo especialmente grato: el contacto directo con la vida real, con el día a día del pueblo y de su gente.

Pero mucho antes de despachos y asesorías hubo cabinas de DJ y barras de bar. Con 16 años trabajó en la discoteca Central, pinchando música en verano, y también en la discoteca Califa. Más tarde fue camarero en el mítico bar moguereño Los Leones. Todo ello mientras estudiaba, con una norma clara en casa: «los caprichos se trabajaban».

La formación corría a cargo de sus padres; el ocio, de su propio esfuerzo. Así llegaron a sus manos sus guitarras, su equipo de música, «esos pequeños lujos ganados a pulso» recuerda divertido... De aquel aprendizaje extrae hoy una reflexión sencilla: «las prioridades tienen un orden, y cuando se interioriza desde joven, se queda para siempre«.

Educación emocional

Sobre la educación emocional recibida hace una lectura en clave generacional: «los padres de entonces eran menos expresivos, no abundaban los abrazos ni los besos, pero sí existía una protección sólida y constante«. Se sintió querido y protegido, sin sentirse invadido ni sobreprotegido. “Eso es un arte”, dice, con un reconocimiento sincero a la labor de sus padres.

Lo que le sostiene y lo que le duele

Sus aficiones son la música y la bicicleta. Busca huecos casi quirúrgicos para subirse a ella y desconectar. Cuando se le pregunta qué puede alegrarle un mal día no duda: la música, una llamada cercana, una sonrisa. Ver disfrutar a un niño o a una persona mayor le reconcilia con todo. Son, dice, quienes más le pellizcan el alma.

Lo que le enfada tiene que ver con la injusticia y la mentira. Especialmente le duele que alguien no asuma su responsabilidad y la descargue sobre otros.

Corazón y razón

En la guerra entre el corazón y la razón intenta siempre que ambos lleguen a acuerdos para alcanzar el equilibrio. En lo profesional suele imponerse la mente; en lo personal, el corazón. Se reconoce emocional, aunque no siempre lo muestre. Valora en las personas el sentido del humor, la alegría, la comprensión, la ternura y la inteligencia. Y deja una idea clara: «la bondad y la inteligencia, lejos de estar reñidas, suelen ir de la mano».

Un año duro en lo personal

El año 2025 que ahora despedimos ha sido especialmente intenso a nivel personal para Gustavo. El mejor momento lo sitúa en una merienda familiar en la que confluyeron padres, suegros y familiares, celebrando juntos un cumpleaños compartido. Una jornada sencilla y profundamente emotiva que llegó tras meses difíciles para la familia. Lo peor del año vino marcado por problemas de salud en dos familiares, una situación que le ha causado dolor y le ha exigido un enorme esfuerzo personal para atender, al mismo tiempo, la alcaldía y las circunstancias personales de la mejor manera posible.

En ese contexto habla con especial emoción y admiración de su hermano Abraham, que dejó su trabajo para venirse y estar junto a su padre enfermo. Él mismo lo resume con una frase que dice mucho más de lo que aparenta: «si mi padre es la versión prime de mi familia, mi hermano es la versión premium«. Esa dedicación, reconoce, le ha dado tranquilidad cuando todo se hacía cuesta arriba.

La parte invisible del cargo

Lo que hoy le quita el sueño es tener claras las soluciones para algunos problemas de su pueblo y no poder ejecutarlas porque son competencia de otras administraciones. «También sufro mucho con la excesiva burocracia, los retrasos, las autorizaciones que no llegan… Esa frustración y esa impotencia son las cosas que me generan ansiedad y malestar«.

Sobre su equipo de trabajo se muestra cómodo y agradecido. Reconoce tensión y excesiva carga burocrática, pero también una confianza plena en sus concejales y técnicos. «Delegación real y tranquilidad«, algo que considera imprescindible para gobernar.

Referentes políticos

Cuando se le pregunta por sus referentes políticos, sonríe antes de responder y no duda en señalar a la que considera “la mejor ministra de Economía que he conocido a nivel internacional: mi madre”. De ella aprendió “no gastar más de lo que se tiene, a prever, a pensar a largo plazo y a cuadrar los números sin perder dignidad ni tranquilidad. Una lección doméstica que, con el tiempo, ha demostrado ser tan eficaz como cualquier gran teoría económica”.

Más allá de ese guiño cargado de afecto, también reconoce referentes políticos claros: el verbo y el carácter de Alfonso Guerra; José Luis Rodríguez Zapatero, con sus grandes aciertos y también con sus errores; y, a nivel local, las figuras de Paco Díaz, Juanjo Volante y Álvaro Burgos. De todos ellos, aclara, «he aprendido tanto por absorción como por descarte. Aprendo de los aciertos y de las cualidades ajenas, pero también de lo que yo considero que son errores…».

Navidad desde la responsabilidad

La Navidad, desde que llegó a la alcaldía, la vive más desde el cargo y la responsabilidad que desde el gusto personal por estas fechas tan mágicas. Lleva catorce años viviendo las fiestas muy pendiente de que todo funcione y de que los vecinos no necesiten salir fuera para disfrutar. También la vive con un punto inevitable de nostalgia y de tristeza «por aquellos vecinos y vecinas que atraviesan circunstancias difíciles o dolorosas«.

Gustavo disfrutando de la Navidad en Moguer.
Junto a Elvira, presidenta de Afame.

No suele pedir nada a los Reyes Magos. Prefiere que le sorprendan. Cuando se le pregunta si ha sido bueno —ya que los Reyes lo ven todo— responde que intenta ser su mejor versión cada día y que confía en que algún detallito tendrán con él, dice sonriendo.

Un deseo para Moguer

Cuando se le pide un deseo para 2026 que no tenga que ver con obras ni proyectos, lo resume con una idea clara y profundamente humana: “que Moguer siga creciendo, proyectando la luz que tiene y que la gente se sienta a gusto, tranquila y en paz”. Un deseo que enlaza con su mensaje navideño a la ciudadanía: disfrutar de las fiestas parándose en lo importante, hacer felices a los niños, cuidar a los mayores y aprender tanto de la verdad de unos como de la ternura de otros. “Quitar peso a lo que no importa y quedarse con lo esencial”. Ahí, dice, está todo.

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