Julián Fernández González: “Mi filosofía de vida se basa en la autenticidad, el respeto y la empatía”

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Julián Fernández González, hijo de Paco “Teyba” y Manuela, nació en Punta Umbría hace 59 años. Aquí estuvo viviendo hasta los 5, cuando los negocios de su padre le llevaron a Barcelona donde residió desde los 5 hasta los 15 años, edad con la que volvió a hacer las maletas para regresar a su pueblo natal.

Julián con expresión reflexiva

En Barcelona había finalizado 1º de BUP y, hasta entonces, era buen estudiante. Pero dejar su forma de vida en una gran ciudad para empezar de cero en un pueblo de costa como es Punta Umbría, en plena adolescencia, se le hizo cuesta arriba. Su carácter tímido y reservado tampoco ayudó a su adaptación. Llegó a Punta para iniciar 2º de BUP. Sus estudios acusaron el cambio y empezó a no rendir académicamente en unos años en los que en algunas familias no se daban segundas oportunidades. Ahí acabó su etapa como estudiante.

Al llegar a Punta en plena adolescencia se sintió desubicado socialmente, pero pronto empezó a frecuentar el salón parroquial gracias a la recomendación de su primo Juan. Allí se unió a un grupo de jóvenes donde se integró a la perfección y comenzó a fraguar bonitas amistades. El grupo estaba coordinado por el cura Pepe García, cofundador del centro Naim. A día de hoy, Julián recuerda las vivencias junto a ese grupo de amigos con cariño y enorme agradecimiento, sobre todo porque de la mano de ese grupo que hoy día se autodenomina “los chicos del salón”, aprendió los valores que hoy mantiene, especialmente el valor de la amistad, el respeto y la lealtad…

Cuando sus estudios, al llegar a Punta, comenzaron a ir mal, su padre le puso a trabajar en la empresa familiar, dedicada fundamentalmente a la confección, donde estuvo hasta los 19 años. A esa edad hizo su «petate» para ir a la mili de la que regresó a los 20 con “el chip cambiado”. Durante la instrucción tuvo tiempo de reflexionar y pensar en sí mismo, allí maduró la idea de emprender su propio camino laboral y tomó la firme decisión de buscarse la vida en solitario asumiendo el riesgo que conlleva navegar solo. Se marcó una hoja de ruta y la siguió a pies juntillas.

A los 21 se casó con Flor, que llevaba en su vientre y por decisión de ambos, a la primogénita de la pareja. Flor era y es el gran amor de su vida con quien fue al altar tras 6 felices años de relación y con una niña en camino. ¿Quién dijo miedo? Dicen por ahí que hombre cobarde no conquista a mujer bonita …

Julián con Flor, su esposa

Cuando preguntamos a Julián por sus referentes de vida, asegura que los padres siempre son un importante referente para cualquier persona: “Inevitablemente aprendemos de nuestros padres y con el tiempo nos vamos quedando con lo positivo, dejando atrás las diferencias de criterios que nos separan de ellos”. En su caso, de su padre dice haber aprendido que “querer es poder”, y de su madre “la resistencia”. No quitemos importancia a estos aprendizajes…

Pero, aunque él no lo verbalice, “la policía”, que no es tonta, descubrió a lo largo de la entrevista, a la que Julián acudió acompañado por su incondicional Flor, que sus grandes referentes vitales son su mujer y sus suegros, de los que habla con auténtica devoción y emoción. De su mujer, admite que ha aprendido y sigue aprendiendo mucho, entre otras cosas “la constancia, la claridad de ideas y la iniciativa . Ella es una de esas mujeres que piensan que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta, y ese es el camino que siempre coge aunque, en ocasiones, no sea el más fácil”. De sus suegros, los padres de Flor, le cuesta trabajo hablar…

Pero sigamos con el salón parroquial, que nos vamos por las ramas. Volvemos a la adolescencia. En aquellas reuniones del salón, Julián conoció a Flor. Ambos tenían 15 años. Allí iniciaron una relación preciosa que les llevó a desear y pelear por “estar juntos de la manera que fuese” dice nuestro protagonista orgulloso de su determinación. Cuenta Julián que incluso se estuvieron planteando irse con 18 años a Australia “porque por aquel entonces, si te ibas allí en pareja, te lo facilitaban todo. Había una política enfocada a repoblar aquello, por lo que todo lo ponían fácil a las parejas que quisieran iniciar una vida juntos como era nuestro caso”. Se frenaron porque supieron que si se iban, “para poder disponer de las ayudas, teníamos que permanecer allí un mínimo de 5 años”. Eso les echó atrás, pues no podían estar seguros de querer estar tanto tiempo alejado de Punta Umbría y de su entorno social y familiar.

Pensaron y decidieron entonces tomar otro camino, el de engendrar un hijo, casarse y afrontar las dificultades juntos. Así, a los 21 añitos, apostaron por formar su propia familia: se casaron y tuvieron a su hija mayor. Tres años después, con tan sólo 24 años llegaron los mellizos para poner la guinda al pastel. Ya estaba la familia montada. Habían cumplido el objetivo de estar juntos a costa de lo que fuera.

Como podrán imaginar, no disfrutaron de una juventud cómoda ni sencilla. Eran muy jóvenes y asumieron juntos muchísima responsabilidad. El trabajo, tres niños muy pequeñitos… A veces, nos cuenta Julián, cuando hoy echan la vista atrás, hasta ellos mismos se asombran de haber sido capaces de haber salido adelante con todo. Reconocen que han tenido que echar mano de mucho ingenio y de mucha fortaleza personal para ello. Pero también consideran que siempre han tenido al lado a ese “ángel de la guarda mirando por nosotros que no nos ha dejado ni a sol ni a sombra”. Y ese ángel de la guarda era su suegra. Tras esas palabras, se hace un silencio. Imposible seguir con la entrevista. La emoción le impide hablar. Sin duda, ella debió ser alguien muy especial. Le damos tiempo para que se recomponga y tras darle unos minutos, nos cuenta que “mis suegros, que vivían al lado, nos han ayudado más de lo que podían cuando lo hemos necesitado. Ella nos pasaba por el balcón la comida, las coca colas… Se lo quitaba de ella misma para dárnoslo a nosotros. Mis suegros, los dos, han tenido unos valores muy bonitos. Nos ayudaban sin darle ninguna importancia, con total discreción, para que no nos sintiéramos mal. Entenderás mi reconocimiento y agradecimiento hacia ellos…” dice Julián con lágrimas en los ojos. Su mujer, Flor, lo mira emocionada y con ternura infinita. Su suegra murió hace 20 años “y aún la echamos de menos todos los días”.

Hoy día, y después de todo lo vivido, la mayor de sus tres hijos, Azucena, ya cumplió los 37 años. Lourdes y Víctor, los mellizos, ya tienen 33. Azucena ha traído a la vida de Flor y Julián dos preciosas nietas, Ainhara y Nadia. Ainhara, que ya es una preadolescente de 13 años, vive desde siempre con nuestro protagonista. De hecho, Ainhara llama “papá” a su abuelo, porque para ella, Julián ha representado en su vida todo lo que representa un padre. (Aprovechamos la ocasión para decir a Ainhara que no se lo piense más y que acceda a ir con sus abuelos al Camino de Santiago, que hay una promesa de por medio, y las promesas hay que cumplirlas. Perdón por molestar). Lourdes por su parte ha regalado a Julián y a Flor un nieto, Bruno, “un bichito de luz” que los tiene a todos locos y muy entretenidos.

Los nietos son a día de hoy, y desde que nacieron, la mayor debilidad de Julián, no lo puede evitar ni tampoco lo procura. Julián adora a sus 3 hijos, pero ya desde la tranquilidad de que vuelan solos: “mis hijos ya son mayores y han encontrado cada uno su camino, algo que me hace sentir profundamente orgulloso y  feliz”. Cuando piensa en ellos se siente premiado por la vida porque cada uno de sus tres hijos han cubierto y rebasado todas sus expectativas: “Mis hijos son buenas personas y además han sabido encontrar su propio camino en la vida para ser felices. Ahora me ilusiona mucho ver crecer a mis nietos”. Sus nietos ocupan su alma entera, colmándolo de alegría, ilusión y ternura, una pasión que sus hijos le reconocen y aplauden: “Mi padre siempre está dispuesto a hacer todo por nosotros, hace lo que haga falta por juntarnos a toda la familia en torno a una barbacoa, aunque le suponga ponerse a trabajar estando cansado. Es adorable. Para nosotros el mejor padre y el mejor abuelo que nadie pueda tener. Somos muy afortunados de tenerlo” nos dice su hija Lourdes orgullosa.

Julián como empresario

El negocio de Julián, Toldos La Ría, lleva funcionando 28 años, que se dice pronto. Ha salido adelante con el sacrificio diario de él, de su mujer y de su equipo. Juntos han ido superando todas las dificultades que conlleva un negocio propio y en un pueblo costero como Punta Umbría con todas sus particularidades para bien y para mal.

Ha tenido que afrontar graves momentos de incertidumbre como fueron los tiempos de pandemia global o un grave incidente de salud que sufrió hace 9 años y que le llevó a permanecer una temporada en el hospital. Julián, ahí donde lo veis, es un superviviente de una trombosis pulmonar bilateral masiva, un episodio que a cualquiera le hace temer por su vida. Él ya lo ha echado al olvido. Nuestro querido protagonista, que se define como “paciente pero mal enfermo”, recuerda que “mientras estaba malo, el único miedo que tenía era que la enfermedad me incapacitara para seguir sacando adelante mi negocio”. Mientras estaba en el hospital, había voces que le apuntaban a que, si lograba salir de allí, iba a tener que dejar de trabajar… La más remota posibilidad de que eso pudiera ocurrir, le mataba: “Me he dejado la vida en mi negocio. La empresa nos ha permitido a mi mujer y a mí sacar a nuestra familia adelante. Toldos La Rïa es como un hijo más. No podía pensar que un accidente de salud me pudiera llevar a tener que renunciar a mi empresa. Gracias a Dios me recuperé, y desde entonces lo único que ha cambiado en mi vida es que tengo que tomar Sintrom y que no puedo comer coliflor, algo que echo tremendamente de menos”.

Julián tiene una filosofía de vida basada en la autenticidad, el respeto y la empatía. Odia el chisme y los juicios de valor, aunque reconoce que no tiene mucho mérito para él vivir alejado del chisme puesto que “soy tremendamente despistado. Eso ayuda bastante a no ser chismoso. Jajaja

Julián se considera a día de hoy una persona muy feliz y afortunada. Una bonita conexión con su familia le reporta gran parte de esa dicha. Reconoce haber logrado un equilibrio cómodo entre el tiempo dedicado a la familia, al trabajo, a las amistades y al ocio con su mujer.

Cuando hablamos del valor de la amistad, algo que tiene muy bien inculcado desde su juventud, no quiere dejar pasar la ocasión para hablar de Beatriz, “una vecina que hasta hace 20 años no gozaba de nuestra simpatía, y que sin embargo, desde hace 20 años hasta hoy es íntima amiga de mi mujer y mía, hasta el punto de que vamos siempre los tres juntos a todos lados. De hecho, como nos vean a mi mujer y a mi sin ella por la calle, la gente nos pregunta extrañada que dónde hemos dejado a Beatriz. Ella es una persona desinteresada, y nos aporta mucho, especialmente nos aporta muchos dolores de cabeza (se ríe) porque es una persona muy reflexiva y no para de darle vueltas a todo, así que nos obliga a echar a andar la máquina de pensar. También es divertida, nos hartamos de reír con ella. La queremos mucho, ya forma parte de nuestra vida, tanto ella como su familia a la que también apreciamos mucho. Nuestra experiencia con ella nos ha enseñado que no hay que juzgar a nadie sin antes conocer. Hay que estar abiertos siempre a conocer lo bueno de las personas”.

También quiso dedicar unas palabras a Manolo, “que trabaja conmigo desde hace 13 años, y que es amigo mío desde que cumplimos los 20. Ha sido y es un fiel testigo de mi vida. No somos de salir juntos ni de muchos achuchones, pero siempre me ha hecho favores sin pedir nada a cambio. Es amigo incondicional y yo también de él”.

Julián atesora un valioso patrimonio en este sentido. Es plenamente consciente de que contar con gente buena a su alrededor es lo más valioso que tiene en su vida. Nos dice que tiene “la gran suerte de disfrutar de muy buenas amistades”, sin caer en la cuenta que la suerte en estos términos no existe, nadie tiene amigos “por suerte” sino por una buena condición humana: por ser bondadoso, empático, agradecido y generoso como lo es él.

Por último, y consciente de que injustamente y por falta de espacio en este periódico tiene que dejar de nombrar a muchas personas importantes de su vida, Julián nos habló de su amigo Miguel a quien también considera como un hermano. “La de Miguel con nosotros es una historia con mucha miga, porque siendo íntimos de largos años, de pronto desapareció de nuestras vidas y no encontramos forma de contactar con él. Estuvimos 15 años sin saber nada de él, y a punto estuvimos de acudir al programa de Paco Lobatón para buscarlo. Un día apareció discretamente. Nos confesó que se había alejado de sus amistades por miedo a que lo juzgasen. Imagino que alguien de su entorno lo haría y de ahí nacería su temor. Cuando volvió y se sinceró, se dio cuenta de que nada había cambiado entre nosotros, y retomamos nuestra bonita amistad que perdura hasta el día de hoy.

Para Julián, el secreto del éxito en todas las relaciones está en respetar siempre la libertad de las personas. Tiene clarísimo que “el único límite que debe tener la libertad individual es el respeto a la libertad de los demás”.

Le encanta soñar aunque tiene los pies sobre la tierra. A veces sueña con llevarse a toda su familia a Australia, una cuenta pendiente del pasado… También sueña con dar la vuelta al mundo, pero es consciente de que los sueños, sueños son.

Se siente agradecido a la vida, que “aunque ha sido a veces muy sufrida, ha merecido la pena para valorar hoy todo lo que he logrado tener. Y lo que más valor tiene para mí es el tesoro de mi familia y mis amistades, eso vale mucho más que todo lo demás”.

Para Julián no hay mal que por bien no venga. Es de la opinión de que todo pasa por algo: “con el tiempo he aprendido que todo lo malo que ha pasado en nuestras vidas ha sido para dar algún paso adelante después. La vida hay que vivirla con prudencia y responsabilidad pero, desde luego, sin miedo y con positividad”.

Nuestro protagonista de este mes, un ser entrañable, se despide de nosotros con un mensaje para sus vecinos de agradecimiento por tener siempre presente a su negocio de toldos. También aprovechó la ocasión para pedir disculpas a aquellos clientes que le hayan requerido sus servicios y no haya podido atenderlos de manera puntual por exceso de trabajo. Así mismo quiso agradecer “a mis familiares y amigos su cariño, y por supuesto a Agus, el patrocinador de este espacio, por acordarse de nosotros y proponerme como Gente Excelente. Espero ser siempre merecedor de esta calificación. GRACIAS

 

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