SECCIÓN PATROCINADA POR:
Hoy os vengo a hablar de la vida de una MUJER PUNTERA. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol. Lo hago cada mes en esta sección. El toque excepcional es que esta que escribe, que soy yo, llevaba 4 años solicitándole esta entrevista a Mari Angustias sin lograr éxito. Me daba calabazas. Como se suele decir, lo bueno se hace esperar… Finalmente y por fin, el pasado martes, sucumbía a mis encantos e insistencia y me daba el “sí quiero”. Nos dimos cita en Rafamar Puerto. Allí reímos y lloramos durante algunas horas, algo previsible tratándose de ella…
Recuerdo la primera vez que la llamé. Hace ahora tres años. No me conocía de nada, yo tampoco la conocía a ella. Sólo escuché campanas sobre su vida y su manera de vivirla. Ella me pidió disculpas al rechazar mi entrevista: “En este momento no me siento con ánimos, Ana, pero más adelante te aviso y quedamos. Muchas gracias por tu interés”. Su voz sonaba a cercanía, tristeza y verdad.
Hace algo más de año y medio, coincidí con ella en el Centro de Mayores de Punta Umbría, ya se había anunciado que iba a ser la candidata del Partido Popular a las elecciones municipales. Sorpresa, sorpresa… La vi de lejos riendo con los mayores. Era sábado por la tarde y llovía. Difícil no verla e imposible de ignorar. Es una de esas mujeres cuya anatomía no pasa desapercibida. Una señora que cuando pasea por la calle, hay que volverse y mirarla bien. Su estilo elegante, su paso tranquilo y decidido, su corte de pelo a lo garçon y esa mirada transparente con toque de melancolía le otorgan ese look sofisticado que la caracteriza y llama la atención (aunque le pese…).
Siempre lleva puesta esa sonrisa cálida, tierna y genuina con un leve tono de tristeza reflejo de algunas experiencias vividas. Su perfume huele a frutas frescas, a mandarinas tal vez, a presente y también a resiliencia…
Mari Angustias, en nuestro pueblo, y también fuera de él, es un faro de esperanza y un permanente homenaje a una joven muy querida, sabia, valiente y única: su hija Leila.

(POR: ANA HERMIDA, CON TODO MI CARIÑO Y RESPETO)
María Angustias Núñez Orta nació un 3 de octubre en Punta Umbría hace 64 años. Hija de Enrique y María Isabel, siempre ejerció de hermana mayor de sus tres queridos hermanos: Maribel, Enrique y Conso. Su familia extensa siempre vivió junto a ellos, se criaron todos en una gran parcela facilitando una convivencia muy estrecha. Da gracias a la vida por haber disfrutado de una infancia feliz.
Sus padres compartían mucho tiempo con los niños. Ríe recordando cómo disfrutaban de numerosas actividades todos juntos, como ir a coger almejas y coquinas en familia, o cuando iban todos juntos al campo subidos en carros tirados por mulos a coger piñas para después tostar los piñones. Se emociona al hablar de sus primas Lili, Manoli, Toñi, Belli e Inés, y de su tía Bellita, asegurando que todo el amor que ellas le han dado siempre “me ha servido mucho y para toda la vida”, reconociendo que “a pesar de no acordarme de todos los detalles de mi infancia, sí recuerdo esa sensación que me dejaba tanta generosidad y el cariño con el que ellas me trataron siendo yo muy pequeña. Las quiero mucho” confiesa emocionada pañuelo en mano.
Al preguntarle por sus referentes vitales, no lo duda: “Mis padres y mi tía Rita”. Su padre era un hombre bondadoso, cariñoso y humilde. Su madre mostraba una capacidad extraordinaria de trabajo y de perdonar, así como una entrega sin fisuras a su familia. “Mi padre era muy particular. Adorable. Recuerdo que nos decía: en mi mesa quiero que hablemos solamente de nosotros, nunca de nadie más. Yo adoraba aquellas tertulias tranquilas que teníamos los dos en la sobremesa. Son momentos que no se olvidan”. De Rita recuerda su carácter emprendedor, sus inquietudes miles, y su gran sentido del humor. “Era una mujer muy adelantada a su tiempo, ocurrente e ingeniosa. Me quería y me valoraba mucho” recuerda.
También guarda muchísimos recuerdos divertidos de su infancia y nos cuenta entre risas como “a veces, y sobre todo en las siestas, veíamos pasar alguna que otra chancla voladora que desataba las risas entre los hermanos”. La lanzadora olímpica era su madre. “Miedo cero” nos dice riendo.
Recuerda también esa bonita pandilla de amigos de toda la vida con los que salía y entraba. Muchos sábados quedaban todos en casa de los padres de Mari Angustias, en calle calamar 4, donde se divertían y se comían la comida que María Isabel había preparado para el día siguiente…
Sus padres no eran autoritarios, chanclas voladoras aparte, pero con el tema de los estudios su padre era muy exigente: “el miedo a suspender tal vez fue el motivo de que yo no estudiara en principio más allá del graduado escolar. Preferí trabajar. Y empecé a los 16 años, primero con mi tío y luego con mi tía Rita quien depositó en mi una gran confianza. Con tan solo 18 años, le llevaba a mi tía los pedidos, los pagos y los bancos del self service, un negocio que era una auténtica locura”. Gracias a ese trabajo se pudo comprar su primer coche, un R5, que logró pagar ella solita.
Poco después, a los 20 años, empezó a trabajar de la mano de sus hermanos para levantar el negocio de la cafetería Núñez. Era un local en bruto y recuerda que allí se hizo pocos años antes el Belén Viviente de Punta Umbría. Pusiero en marcha el negocio y trabajando en él descubrió que la hostelería estaba hecha para ella. Pasados los años, hizo los dos años de FP de hostelería aunque no continuó con el módulo superior.
Desde pequeña, todo su entorno familiar le hizo sentir muy valorada. Esa valoración también ha tenido como consecuencia un alto grado de autoexigencia personal, no quería defraudar a nadie. Se obligó desde bien chica a dar todo lo que se esperaba de ella y no perder la ocasión de aprender de todo y de todos, haciendo de esa necesidad toda una filosofía de vida. Aprender de todo y de todos es su marca personal.
Incidiendo en su infancia y adolescencia, le preguntamos si todo en su vida durante aquellos años fue como un cuento de Disney. Ella torció el gesto y nos sorprendió al confesar que aunque “me he sentido siempre muy afortunada por todo lo que tenía, que era sobre todo mucho amor, también he de decir que viví cosas que no debí vivir” nos respondió con tristeza y un punto de rabia. “Cuando tenía 12 años viví un episodio de abuso (tocamientos) que me marcó durante unos años. En aquel momento no quise decir nada, pero cuando años después el hombre murió, lo conté a mi familia”. Recuerda que sintió alivio ante su muerte, y que su vida ganó en tranquilidad “al saber que ya no me lo iba a cruzar más por la calle”. A raíz de ese episodio, ella perdió por unos años la confianza en el género masculino y solo quería compartir su tiempo con personas de máxima confianza, sus amistades de siempre, todo lo demás le causaba inquietud. Por eso, y a pesar de tener sus pretendientes, tardó unos años en empezar a salir y entrar como cualquier chavala de su edad.
Haciendo vida de adulta, con 28 años cumplidos, un buen día, trabajando tras la barra de la cafetería Núñez, se giró para mirar a la clientela, y lo vio. Era elegante, deslumbrante, mágico… Lo miró y pensó: “ostrassss, que moro más guapo” (lo cuenta riendo a carcajadas). Era Driss. Tras aquel primer contacto visual pronto empezaron a salir, y también a dejar de salir. Mantuvieron una relación de idas y venidas debido a las dudas que le provocaban los comentarios de la gente. “Que si los moros maltratan a las mujeres, que si eran machistas, que si las encierran en casa, etc, etc, etc… Todos aquellos comentarios me hacían dudar. Él hacía todo lo posible por ganar mi confianza. Y poco a poco lo fue logrando”. Driss trabajaba por aquel entonces en el Restaurante El Paraíso. Estuvieron dos años de novios y luego se casaron. Pero eso sí, antes de la boda, ella fue a Marruecos a conocer a la familia de él para verificar que nada de lo que se comentaba por aquí era cierto. Quedó prendada de la humildad, la sencillez, el cariño y la felicidad que desprendían: “Encontré una familia maravillosa y regresé encantada y sin dudas”.
Driss es desde hace 33 años su compañero de vida, al que define con unas palabras dignas de mencionar: “Driss es como una sábana de seda que lanzas al aire y cae suavemente sobre tu cuerpo ”. Sobran todas las explicaciones. Juntos emprendieron un proyecto de vida ilusionante y fueron padres de una niña y un niño, Leila y Quique.

Carácter emprendedor
Mari Angustias, desde muy joven, sintió el gusanillo del emprendimiento. Sus padres eran más conservadores en materia empresarial. No llevaban nada bien ese carácter innovador y decidido de su hija mayor que claramente se parecía a su tía Rita. Ella no pudo resistirse a la llamada de la selva y, estando trabajando en Núñez, con tal solo 20 añitos, ya comenzó a reunirse con Galerías Preciados, con los bancos, etc… con el propósito de engrandecer el negocio familiar. “Mi padre se asustaba al verme tomar decisiones empresariales. Lo pasaba fatal. De hecho, cuando murió con 52 años de un ictus, me sentí culpable de su muerte, que la achaqué al estrés que le provocaba el negocio y mi forma de llevarlo. Luego me di cuenta de que no era así, que las cosas pasan porque tienen que pasar y no hay que buscar culpables”. A pesar de las voces en contra de sus padres que tenían aversión total al riesgo, ella desarrolló su faceta empresarial con decisión pero, por supuesto, siempre con seriedad, prudencia y responsabilidad.
Cuando la vida presenta su cara más dura
La primera vez que tuvo que afrontar una muerte cercana fue la de su padre, que se fue muy joven. La tarea de sacar adelante un negocio muy exigente no permitió que los hermanos pudieran sufrir y llorar aquel primer gran palo que les daba la vida. Por otro lado, su madre quedó tan destrozada que se tuvieron que centrar más en ella que en vivir el propio dolor. Cuando su padre murió, Mari Angustias tenía 24 años. Una primera gran pérdida que la ayudó a familiarizarse y conciliarse con lo más difícil de la vida.
Pasaron años de tranquilidad, pero luego la enfermedad se asomó a su familia. A su hermana Maribel, con 41 años le diagnosticaron un cáncer contra el que luchó y al que venció. Luego le tocó a su hermano Enrique, quien con 47 años fue también diagnosticado de cáncer, muriendo un 25 de abril. En aquel momento Mari Angustias tenía 52 años. Recuerda como su madre, enferma de parkinson, “aguantó el tipo mientras Enrique estuvo luchando, pero cuando falleció, ella dejó de vivir. Dejó de salir, dejó de pintarse los labios y los ojos, renunció a su vida. Tras la muerte de Enrique, su madre pasó 4 años, el resto de su vida, sin vivir. Nosotros la acompañábamos en su dolor sin dejarla nunca sola. Mi madre predijo que iba a morir un 25 de abril, fecha de la muerte de mi hermano, y así fue… mi madre murió un 26 de abril a las 3 de la mañana”.
Mari Angustias tenía 56 cuando murió su madre. Ella llevaba dos años enferma…
Dos años después de morir Enrique, a Mari Angustias le diagnostican un cáncer de peritoneo, que además estaba bastante extendido. Tenía 54 años. Empezó su tratamiento. Reflexionó y llegó a la conclusión de que tenía que afrontar su enfermedad de la mejor manera para mostrar a sus hijos que a pesar de todos los pesares, se podía ser feliz si se lograba poner el foco y la atención en las pequeñas cosas del día a día, del hoy… Estando ya recuperada, a los dos años y medio de enfermar, en agosto la vida la zarandea con fuerza: le diagnostican a su hija Leila un sarcoma, y pocos meses después, en noviembre, le dan la mala noticia de que “el cáncer también había vuelto a mí”. Recuerda con gran dolor que “mi hija estaba ingresada en Sevilla, (Leila pasó un año entero de hospital en hospital, incluso pasó tiempo en Pamplona), y yo estaba en Córdoba operándome de mi cáncer por segunda vez. Mi hija murió con 22 años y yo estaba en pleno tratamiento de quimioterapia”.
Sabemos los estragos que causa en el cuerpo y en el ánimo un tratamiento contra el cáncer. Ella con cáncer tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para cuidar a una hija con un cáncer que presentaba mal pronóstico. En Pamplona, el Dr. Segarra le dijo a Mari Angustias que poco se podía hacer por Leila. Ella no compartió con nadie aquella información porque sintió que “no tenía tiempo de nada que no fuera vivir”.
Confiesa rota de dolor que cuando el doctor Segarra le comunicó que no había nada que hacer por Leila salvo cuidados paliativos, llamó a su íntima amiga Manoli por teléfono, sobre la que volcó todo su dolor. “Yo era un animal, desgarrada, jamás he llorado de esa manera. Hablé con ella y ahí quedó todo. A partir de ahí me centré en vivir cada minuto” nos cuenta entre llantos.
Ya de vuelta a casa, un día fueron el padre, Leila y ella a la consulta de oncología de Sevilla. “Leila con gesto valiente se sentó frente a Nadia, su oncóloga, arrimó la silla todo lo que pudo, plantó los codos en la mesa y mirándola fijamente le dijo: Nadia, yo quiero que me digas cuánto tiempo voy a estar aquí”. La doctora, sorprendida por la entereza de la joven, la orientó hacia uno o dos años. Pero sólo fueron 4 meses. “En esos 4 meses vivimos lo mejor y lo peor de nuestras vidas. Leila tomó las riendas de su enfermedad, empezó a prepararse, a agradecer cada gesto, a hablar con todos. Cada día que amanecía y preparábamos el desayuno juntos era una fiesta…”
En ese tiempo, Leila empezó a sufrir crisis de pánico. Al principio, Mari Angustias llamaba a una vecina dietista que practicaba la medicina natural, pero un día “mi hija me dijo que cuando tuviera otra crisis, no llamara a nadie, que sencillamente la abrazase. A partir de ahí, eso hacía, abrazarla… y se le iba pasando. Aprendí. Todos aprendimos de ella y con ella. Los dos últimos meses fueron muy duros, dejó de acostarse en la cama, y pasaba todas las noches en el sofá hablando con su padre…”
Leila quería morir en casa y le dijo a su madre que le hiciera esa promesa. Angus le dijo que por supuesto que sí. Ese mismo día tenían cita en el Vázquez Díaz en paliativos. Salieron de casa como tantas otras veces en los últimos meses. Su perro, Indio, que siempre que salían de casa se quedaba tan tranquilo, aquel día aullaba sin pausa. “El perro lo supo antes que nadie. Los vecinos, alarmados y entristecidos ante las señales del perro, supieron que Indio presintió que no la volvería a ver. Ese día Leila ingresó. Ella se conformó, lo entendió. Aquellas horas fueron un regalo para toda la familia. Leila agradeció a todos los que estábamos allí todo el amor recibido, a todos los que estábamos allí tuvo algo personal que decirle. Pidió que cuando muriera la llevaran en hombros Juanfra, su hermano, su tio Paco y su padre, y que cuando la enterraran, nos fuéramos a comer todos juntos. Después de hablar todo lo que quiso, mandó a su hermano Quique a avisar a María del Amor diciéndole que ya había llegado el momento. Comenzó la sedación poquito a poco, y estuvo hablando con todos nosotros. Se puso su mascarilla y se durmió. De repente despertó y le preguntó a su prima Rocío: prima ¿qué hora es? Su prima le contestó que eran las once. Laila dijo, mentira, son las doce, mami felicidades. Era mi cumpleaños…”. Angus emocionada le pidió a Leila un abrazo y vio como a su hija se le descompuso la cara. “No mami no, me dijo. Tal vez temió que en ese abrazo nuestras vidas estallaran saltando todo por los aires. Le dí un beso y le dije: Leila, nos volvemos a ver. Y se durmió… no quise cogerle la mano, no quise retenerla. Yo le hablaba, le decía que estuviera tranquila, que podía irse, que todo estaría bien. A las ocho de la mañana se fue, y cuando ella dejó de respirar, yo salí de la habitación. Mi hija ya no estaba allí. En ese momento, subí una foto de un amanecer al whatsapp, porque así es como yo lo viví, y escribí las palabras que aún tengo en mi estado: NUNCA IMAGINÉ QUE SER LIBRE COSTARA TAN CARO. AUN ASÍ, HOY SIENTO QUE LA LIBERTAD ES LO ÚNICO QUE MERECE LA VIDA (3 OCTUBRE 2019)”.
Nuestra protagonista, a pesar del dolor, se siente agradecida por haber vivido esa experiencia de conexión profunda que fortaleció aún más el vínculo entre madre e hija, compartiendo recuerdos y emociones que de otro modo quizás no habrían expresado. Tuvo la posibilidad de tener una despedida consciente y amorosa.
Mari Angustias a veces se recrea viendo los videos y las fotos de su hija, volver a escuchar su risa es un regalo. Cuando la ve, al igual que cuando habla de ella, rie y llora a la vez, algo en lo que Mari Angustias es toda una maestra. Leila nos dejó a los 22 años, valiente, amada, sabia, disfrutona, maestra. Siempre presente.
Pero la vida a veces es implacable y pone a prueba la fortaleza de las personas una y otra vez.
Hace unos meses nuestra protagonista volvía a sufrir un nuevo mazazo. Su hermana Maribel, que ya había vencido un cáncer y que sufría de hipertensión pulmonar pero de manera controlada, vuelve a escuchar la palabra maldita. El cáncer había vuelto.
Mari Angustias se arma de valor y decide volver a vivir con toda su intensidad la lucha junto a su hermana. Fueron unos meses muy duros en los que revivió momentos antes vividos con su hija, pero luchó para ofrecer a Maribel toda su fuerza y entereza. Cuando le pregunto por cómo lo vivió, ella nos dice que “la diferencia entre lo vivido con mi hija y mi hermana es que mi hermana vivió y disfrutó de la vida que quiso vivir, mientras que Leila no tuvo tiempo de vivir una vida llena de proyectos e ilusiones. A mi hermana no le ha dado tiempo de prepararse para irse, mi hija sí se preparó. Maribel era una persona tremendamente independiente, pero ha tenido la gran ocasión de vivir sus últimos meses de manera muy íntima junto a los que ella quiso tener a su lado: Manolo, Juana, Conso y yo, que dejamos todo para dedicarnos a pasar con ella el tiempo que le quedaba. Ella quería estar tranquila junto a nosotros y durante ese tiempo fue feliz. Murió llena de amor”.
Maria Angustias, después de todo lo vivido, es cierto que siente una profunda resaca emocional. A veces lucha contra la ansiedad, algo que está consiguiendo controlar con respiraciones. Pero la sensación que predomina en ella es la PAZ. Se siente en paz y afortunada por haber podido estar plenamente viviendo lo que la vida le ha puesto por delante y sigue en disposición de vivir el momento, que es lo único que tenemos.
Su paso por la política
La política llegó a su vida para sacarla de donde estaba. Eran momentos en los que ella vivía a puerta cerrada, “permitía visitas mínimas, mi silencio, mi marido, mi hijo, mis hermanas y mis recuerdos. No quería saber nada de nadie. Así estaba cómoda, feliz. Los viernes a ARO. Pero se me cruzó la política y decidí recorrer ese camino desconocido. Me ilusioné, aprendí, salí de mi zona de confort, lo disfruté, pero cuando mi hermana enfermó, decidí que quería dedicar mi tiempo y mis energías a ella y también a mí misma, porque no me sentía con fuerzas, y la política requiere mucha dedicación” .
Lo que le ha gustado de la política es la posibilidad de ayudar a la gente, pero “si se tiene vocación de servicio público, también se puede hacer mucho por la gente sin estar en la gestión pública. Lo que menos me ha gustado de la política es esa absurda lucha de egos que no beneficia absolutamente a nadie, y menos aún al pueblo. Tampoco me ha gustado la excesiva exposición pública. Yo soy una persona discreta y se me hacía difícil estar permanentemente expuesta. En política, como en las demás experiencias de la vida, he aprendido mucho, por lo que estoy agradecida a esta oportunidad”.
Un mensaje para tus vecinos de Punta
“Decir que quiero con toda mi alma a mis vecinos. Me han acompañado durante toda mi vida. A mí y a mi familia. A mí me ha curado Punta Umbría, mis vecinos, mi playa y también el sentimiento de gratitud. Cuando pienso en padres que viven con el dolor de haber despedido a un hijo, sólo me cabe decir que el mejor homenaje que se puede hacer a un hijo que ya no está entre nosotros es seguir viviendo y tratar de ser feliz a pesar del dolor.
Quiero trasladar a mis vecinos que ya que estoy aquí, me gustaría que mi experiencia de vida pudiera servir a alguien. Aquí estoy para escuchar, acompañar y ayudar en lo que pueda y mi capacidad me permita.
Y para terminar, decir que mi familia ha sido y es fundamental para mí, pero mi marido ha sido y sigue siendo (se queda sin palabras embargada por la emoción) un compañero que siempre está presente sin hacer ruido. Siempre he sentido su aliento cerca. A mis hijos siempre les he dicho que su padre es mágico. Es el bálsamo perfecto para todo. Por eso, mis últimas palabras son de agradecimiento para él. Su esencia y sensibilidad son una auténtica terapia. Qué más quiero. Siento que lo tengo todo y me siento muy agradecida a la vida”.