Paco, el hombre de alma vibrante que ha hecho de la alegría su forma de vida.

Francisco Fernández López es mucho más que un policía nacional jubilado: es el que arranca, cada día, cientos de sonrisas entre los vecinos de Aljaraque con su energía contagiosa y con su simple pero potente “buenos días”. Paco, como todos lo conocen, ha conquistado el corazón de los aljaraqueños y hoy disfruta del cariño y la admiración de todos los que tenemos la gran suerte de conocerlo.

Si hay una persona que no pasa desapercibida en Aljaraque, ese es él. Siempre vestido como si hubiera peleado con el armario y hubiera perdido. Su melena blanca rendida a los vientos vive en un constante y divertido estado de libertad. Con su paso parsimonioso, su voz trasnochada, su risa contagiosa, su carácter seguro y resolutivo, y su disposición para ayudar a quien lo necesite, es difícil encontrar a alguien que no lo conozca o que no tenga en su memoria una anécdota simpática junto a él. A sus 67 años, este cordobés nacido en Añora, pero aljaraqueño de adopción, disfruta de la vida con pasión, como si cada día fuera la última fiesta.

Paco, hace pocos días, con su bota de Guatemala…

Cuando Paco pasea por las calles de Aljaraque, el que ya considera su pueblo, (sin menospreciar el cariño que le tiene a su Añora de su alma), lo hace con la calma de quien disfruta cada instante. Su paso es tranquilo, sin prisas, el que hay que llevar para captar cada detalle del pueblo y de sus vecinos a los que tanto quiere. Sus ojos azules, pequeñitos pero curiosones, persiguen, sin que él lo pueda evitar, todo lo que ocurre a su alrededor, no quieren perderse nada de nada. Y es que para Paco, casi todo lo que hay en el mundo que vive es interesante. Y mientras camina, su sonrisa siempre se adelanta a su voz, saludando con familiaridad, cariño, energía y sonoridad a todo el que se cruza. Porque para él, cada paseo, cada saludo y cada conversación es una oportunidad para compartir alegría, confidencias y experiencias únicas.

Un espíritu incansable

Paco no entiende de límites. Para él, “querer es poder”. A lo largo de los años, ha acumulado algunas dificultades y bastantes lesiones. Pocas para todo lo que se ha expuesto (perdón por la cuñita publicitaria, no te enfades). Podemos hablar de sus ya superados problemas de espalda, de las fracturas de sus muñecas cuando cayó de un escenario, de la pierna que recientemente se ha fracturado en Guatemala y que aún lo tiene dando cojetás… Pero vamos, que pocas cosas le pasan para todo lo que hace…

Pero ni siquiera una lesión es capaz de pararlo y tumbarlo. «El sofá no cura nada«, dice entre risas. Para él, cada obstáculo en el camino es solo una incidencia, o como él dice, “un reto”. Cuando se lesiona, el proceso de recuperación “es una competición personal en la que siempre me impongo el objetivo de volver a estar al 100% en el menor tiempo posible”.

Desde bien pequeñito ya apuntaba maneras…

Su vida ha sido más bien ajetreada. Ya con 12 años, tras vivir su infancia en Añora, un pequeño pueblo de la comarca de Los Pedroches de Córdoba, decidió irse a estudiar interno a un colegio en Don Benito, Badajoz, un primer cambio de vida que llevó a cabo por iniciativa propia.

En aquellos entonces, nos cuenta entre risas, “los niños soñábamos con ser toreros o misioneros y había que salir del pueblo para descubrir todo lo nuevo que la vida nos podía ofrecer”; él descartó rápido la opción del sacerdocio, lo de torero (intuimos) aun parece no haberlo descartado, igual algún día todavía nos sorprende…(permíteme la broma, Paquito). Tras su paso por el internado, a los 16 años regresó a Añora para ir cada día a Pozoblanco, el pueblo cabeza de comarca donde estudió bachillerato. Por cierto, iba y venía mañana y tarde a clase, y lo hacía en bicicleta. Durante esos años trabajaba los veranos, allá donde le iba surgiendo, para sacarse “unas perrillas” para sus cervecitas y cigarrillos. Luego la mili lo llevó a descubrir su verdadera vocación: ser policía nacional.

Paco en su espléndida juventud, cigarrillo en una mano, y bellezón en la otra…

Un policía conciliador

A los 20 años ingresó en la Policía, comenzando en Madrid y luego en Miranda de Ebro, donde se unió a una unidad antidisturbios en plena Transición española. En esos años, enfrentó momentos difíciles, situaciones de tensión y peligros reales. Aprendió a estar siempre alerta, a sentarse en los bares con la pared cubriendo su espalda “para verlas venir”, a cuidar de sus compañeros y de sí mismo, y a gestionar los conflictos con inteligencia y serenidad.

Estuvo 15 complicados años en el norte de España, donde conoció el miedo por tener que afrontar situaciones sobre las que no tenía control alguno. Temía que le pusieran una bomba o estallara cualquier coche, porque “aunque llevábamos inhibidores de frecuencia, las cosas pasaban”. Aun así, “yo conducía y pensaba que fuera lo que Dios quisiera. Jamás permití que el miedo se instalara en mi”. Dice que no tiene secuelas de aquellos años, “creo yo” dice riendo, y lo justifica explicando que “el miedo es algo muy subjetivo, que hay quien lo sufre más y hay quien lo sufre solamente en momentos puntuales como ha sido mi caso, que sólo lo he padecido cuando me he sentido más expuesto. No he dejado nunca de hacer nada por miedo. Yo iba a todos los sitios, sin miedo o con miedo, pero siempre adelante”.

Cuando tenía 36 años, se trasladó a Huelva, donde continuó su labor de policía en el 091, ayudando a resolver conflictos en las calles. Su filosofía siempre ha sido clara en su vida personal y profesional: “la violencia nunca es la solución a nada. Hay que hablar, ser humilde y aprender a conciliar posiciones«, explica. Recuerda con orgullo como muchos de aquellos a los que no tuvo más remedio que detener en su día, hoy lo saludan con cariño, un reflejo del respeto que siempre supo ganarse en el ejercicio de su profesión.

Un espíritu libre

A los 55 años decidió jubilarse. «Esta ya no era mi guerra, los tiempos habían cambiado mucho y mi forma de entender la profesión ya no encajaba con la nueva realidad«, nos cuenta. A partir de ahí, se abrió paso a un nuevo estilo de vida, muy alejado del sedentarismo y el aburrimiento. Desde su jubilación se ha dedicado a lo que más le gusta: vivir experiencias, conocer gente y disfrutar de cada momento como fuera el último.

Paco va haciendo amigos allá por donde va…

La vida de Paco es una aventura constante. Ama recorrer nuevos caminos con su mochila al hombro, vivir nuevas historias y compartir su alegría con quien se cruce con él. Y si hay una fiesta, ahí está Paquito con su guitarra, animando el ambiente con su voz, sus ganas y su incombustible energía.

Paco en su salsa…

Para él, viajar no es solo moverse de un lugar a otro. Es absorber experiencias, compartir momentos y crecer con cada historia que vives o escuchas. Ama el contacto con la naturaleza, con la gente y le encanta eso de viajar muy ligero de equipaje. Paco es un mochilero de manual y un experto en viajes low cost…

Pero a pesar de su espíritu viajero, reconoce que hay cosas que lo atan irremediablemente a Aljaraque: «Me encanta coger la mochila y marcharme a donde me lleve el viento en busca de nuevas historias y aprendizajes, pero también necesito estar en mi casa, cerca de mis hijos y de la gente que quiero”, dice con esa naturalidad que lo caracteriza.

La felicidad según Paco

Si algo define a nuestro protagonista de hoy es su capacidad de vivir la vida con alegría, optimismo y esperanza. Para él, la felicidad reside en la tranquilidad, en no poner el foco en los problemas y en ayudar a los demás en la medida de tus posibilidades. Paco parece un ser indestructible. Esa es la imagen que da. Y tal vez lo sea. Pero esto no es algo gratuito ni una característica innata, sino que por decisión propia jamás se deja arrastrar por la tristeza ni por las malas corrientes. La felicidad para él es una decisión, y aunque reconoce que ha pasado por momentos duros, como la enfermedad y pérdida de su mujer, siempre ha encontrado la forma de sacar la cabeza de debajo del agua y volver a respirar, consciente de que las personas se ahogan no por meter la cabeza bajo el agua, sino por mantenerla ahí abajo más tiempo del que se puede resistir.

En Aljaraque, Paco no es solo un vecino más: es un símbolo de aventura, alegría y amistad. Un hombre que, si sale a tomar una cerveza, y el viento le es favorable, lo más normal es que todo se le complique y acabe guitarra en mano, cantando y arrastrando a la diversión a todos los que le rodean. Su abrazo sincero, su sonrisa picarona, su forma de atenderte sin prisas cuando te cruzas con él por la calle, y su enorme sentido del humor, entre otras muchas cosas, le han llevado a meterse en el bolsillo el corazón de medio mundo.

Allí donde parece faltar luz y esperanza, Paco es un destello de alegría y energía que ilumina cada rincón. Por todo ello, tu pueblo te está muy agradecido. Enhorabuena, Paco.

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