Por: Ana Hermida
Hace un par de días, comiendo en Casa Carmelo, un restaurante del que soy habitual, me llamó poderosamente la atención una mesa en la terraza situada justo frente a la mía. Yo estaba en el salón de dentro, hacía fresquito. Me fijé en ellos no porque hicieran ruido —que no lo hacían—, sino por algo que ya escasea en los restaurantes: ninguno de los comensales cogió el móvil durante la comida. Era un grupo de nueve personas charlando animada y tranquilamente, comían con calma, disfrutando de cada bocado y de cada palabra. Ni una pantalla encendida. En estos tiempos, y desgraciadamente, eso ya es casi una rareza…
La periodista que llevo dentro no pudo resistirse, así que le pregunté a Jesús, con el que ya, al ser cliente habitual, tengo cierta confianza, si conocía a ese llamativo grupito. Animada por él y por Carmelo, el dueño del restaurante, me acerqué y acabé descubriendo una historia simpática que merece ser contada.
Se trata de un grupo de 7 amigos que se mueven en un intervalo de edad que va de los 40 a los 75 años. Se conocieron hace unos 7 años al coincidir frecuentemente en el Old Tavern, donde coincidían para tomar unas cervezas y ver fútbol o baloncesto. Algunos de ellos ya se conocían de antes, otros tan solo de vista, pero fue ahí donde empezó a fraguarse una amistad de la que pronto surgió la idea de organizar comidas periódicas para convivir de verdad, más allá del saludo rápido o la caña fugaz.

A partir de ahí, cada mes y medio o dos, en cada quedada, uno de ellos se encarga de organizar la comida: elige el sitio, el menú y paga por todos. Así, sin vueltas. No se habla de precios ni de si uno gastó más o menos que otros. La filosofía es sencilla: quien organiza elige el sitio, el menú, invita a todos, y lo hace sin exigencias por parte del grupo, sin explicaciones y con el ánimo de hacer a los comensales disfrutar de un rato de esos que recargan pilas. Comida, postre, café y una copa. Si alguien se anima y quiere más de una, ya se la costea él.
Me contaron que los principios fueron más aventureros: comieron en Huelva, en Paymogo, en Almonte, en Rosal de la Frontera, incluso en Portugal. Pero ahora, casi siempre lo hacen en Punta Umbría, donde vive la mayoría. Si a alguno que viene de Huelva le pilla la pereza, siempre tiene opción de quedarse en casa de alguno del grupo o en el Ayamontino, cuyo dueño también forma parte de la pandilla gastronómica.
El grupo es de lo más interesante, al contar con perfiles de lo más variopintos: dos maestros jubilados, dos guardias civiles, un registrador de la propiedad, un abogado, un jubilado de notaría, otro del comercio y otro de la industria. Además siempre cuentan con la presencia de algún invitado adicional, ya que el organizador puede llevar a quien considere oportuno. De hecho, en esta comida en Casa Carmelo, estaba el padre del que pagaba y un amigo suyo inglés, que se mostró encantado de haber aterrizado —por sorpresa— en una comida y sobremesa tan genuina.
Además, a esta última comida se unía Pepe, que venía por primera vez, al que acogieron como a uno más. Cuando les pregunté si alguna vez se había sumado alguna mujer, me respondieron que no hay ningún problema en invitar a mujeres. «El que paga, manda… y comparte«, nos cuenta Diego, que hizo de portavoz de «los muchachos».
Pero lo que más me fascinó —y por lo que estoy escribiendo esto— fue la naturalidad con la que renuncian al móvil mientras comen. “Aquí hemos venido a hablar, no a mirar pantallas”, comenta Diego. Y no era pose: lo viví. Ninguna interrupción, ningún “espera, que miro esto rápido”. Solo conversación, bromas, recuerdos, proyectos. Y muchas risas.
En un mundo donde lo normal parece ser comer mirando una pantalla en vez de a los ojos de quienes comparten mesa y mantel, este grupo de amigos me recordó que hay otra forma de estar mucho más respetuosa y saludable. Que no se trata solo de comer, sino de compartir, escuchar, convivir.
Así que salí de Casa Carmelo con el estómago lleno, pero sobre todo con el corazón contento. Por ellos. Y porque aún hay gente que entiende que la mejor conexión no está en el wifi, sino en la mesa.