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Por: José Luis Galloso
La Autoescuela Saltés es, para varias generaciones de puntaumbrieños, mucho más que un negocio. Es la puerta de entrada al sueño de conducir. Un rito de paso que a muchos jóvenes les sabe a independencia y madurez, mientras que a los adultos les permite saldar por fin una tarea pendiente. Detrás de ese sueño se dibuja una historia de barrio, de aula y de coche-escuela; una historia tejida por dos generaciones de la familia Rodríguez que han hecho de enseñar a conducir un oficio y, sobre todo, una forma de estar en el mundo.
Todo comenzó hace casi medio siglo. A mediados de los setenta, Jesús Rodríguez Pulido llegó a Punta Umbría como profesor de la antigua Autoescuela Odiel. Tras cuatro o cinco años al volante de aquel proyecto, su propietario decidió cerrar la sucursal del pueblo. Jesús, que ya había echado raíces en nuestra localidad, decidió quedarse con el negocio en propiedad y lo reabrió con un nombre que sería bandera: Autoescuela Saltés. Desde entonces, y durante décadas, fue la única referencia para obtener el carné en la localidad. “Mi padre estima que ha podido ayudar a casi 10.000 personas a sacarse el carné de conducir, entre la autoescuela de Punta Umbría y la que tuvimos en Huelva”, comenta su hijo Jesús Rodríguez Aragón, ‘Chiqui’.

La trayectoria tuvo etapas y cambios, pero el objetivo de la casa siempre fue el mismo: enseñar con respeto y cariño. Chiqui creció dentro de esa atmósfera. “De niño, recuerda, la autoescuela era mi segunda casa. Me sentaba al fondo de las teóricas y me quedaba embobado viendo a mi padre dar clase. Mientras otros querían ser médicos o bomberos, yo decía que quería ser profesor de autoescuela”. A los 16 años empezó lavando coches y ayudando en la oficina; a los 20 aprobó el título y desde entonces sigue al pie del cañón.
Al hablar de su progenitor, ¡no le caben las palabras en la boca! “A mi padre le brillaban los ojos cuando enseñaba. El alumno al que más le costaba era el que más cariño recibía. Yo a veces pensaba: ‘Esta persona no va a poder’. Y al poco la veía con su carné en la mano. Mi padre me decía: ‘¿Ves cómo se puede? … con paciencia y amor’. Mi padre era único en su profesión”. Y esa fue siempre su seña: convertir la duda en confianza, la frustración en una sonrisa. “Tenía una mano izquierda espectacular para detectar el momento justo en el que un alumno se agobiaba y sacarle una broma, una frase, la explicación que necesitaba para entender el embrague o la maniobra. Sabía llegar al corazón de cada persona de una manera muy natural”.
El legado no fue solo técnico. Fue, sobre todo, moral. El día que Chiqui obtuvo el título, su padre colocó una llave de coche sobre la mesa y le dijo: “Solo te pido que seas honesto y honrado con los alumnos; para eso te he educado. Si vas a serlo, coge la llave; si no, déjala. Nunca manches nuestro nombre”. Ese mandato, sencillo y gigantesco, guía todavía cada clase. “Me enseñó a enamorarme de esta profesión y sigo enamorado de ella”, confiesa emocionado.
Jesús Rodríguez Pulido estuvo 44 años en activo. Comprometido con su pueblo, deportista entusiasta (sevillista de carné) y solidario en cada causa, dejó de conducir tras un susto de salud por pura responsabilidad profesional: “Me soltó las llaves en la mano y me dijo: ‘Ya no estoy para ir con un alumno, porque eso exige estar perfecto’”, y colgó las llaves para siempre. Hoy vive en Sevilla, pero sigue pendiente del negocio. Llama, aconseja, corrige en privado. Así, la Autoescuela Saltés continúa en Punta Umbría con un equipo de cuatro personas y la ilusión intacta.

Y Chiqui sigue recogiendo las mieles de la entregada labor de su padre y la suya propia. No es extraño que el profesor cruce la calle y reciba un saludo en alguna esquina. “Me paran padres que se sacaron el carné conmigo y ahora me traen a sus hijos. Hay quien me dice: ‘Me olvidé de profesores del colegio, pero de ti no me olvidaré’. Eso te llena el alma y es un motivo para levantarse cada día ilusionado con tu trabajo”. Porque en el fondo, Saltés es también un espacio comunitario. Un lugar donde coinciden el chaval que estrena mayoría de edad y la mujer que, a los cincuenta, decide saldar la asignatura pendiente; el marinero que necesita el permiso profesional y la sanitaria que al fin se atreve tras años de miedo, o el muchacho que decide que la carretera será su espacio de trabajo, al volante de vehículos de gran tonelaje. Todos encuentran allí un aula que rebosa confianza en el pueblo.
Jesús confiesa que hoy la enseñanza tiene retos nuevos. “Vemos a una juventud con menos habilidades psicomotrices por el abuso de las pantallas y la falta de juego en la calle; antes andábamos en bici, saltábamos vallas… todo eso entrenaba la coordinación”. Pero la receta de la Autoescuela Saltés no ha cambiado: tiempo, método y cercanía. “Aquí nadie se queda atrás. Se explica lo mismo de tres maneras si hace falta. Y cuando llega un caso especialmente difícil, lo convierto en un reto personal y me digo: ‘Este saca el carné… y conducirá’”.
Quizá por eso tantos siguen escogiendo su puerta, incluso desde fuera de Punta Umbría. La recomendación boca a boca, el trato directo, la sensación de estar en manos de alguien que defiende tu sueño como propio, sostienen la confianza. Saltés no promete milagros; promete trabajo, honestidad y un volante compartido con alguien que te mira a los ojos y te recuerda que puedes.

El año próximo la historia cumplirá cincuenta años desde aquel primer paso del padre en Punta Umbría. Medio siglo de marchas y contramarchas, de rotondas vencidas, de aprobados celebrados en forma de “L”, con abrazos y fotos. Medio siglo de amor por una profesión transmitido de padre a hijo, como se hereda un oficio artesano: a base de horas, ejemplo y una idea clara de lo que importa.
En un tiempo de prisas, la Autoescuela Saltés reivindica el valor de aprender con paciencia y bien; de enseñar desde la dignidad; de poner al alumno en el centro. Y recuerda que, cuando al fin llega el carné, lo que uno se lleva no es solo un permiso: es la certeza de que los sueños se cumplen cuando alguien te acompaña con cariño y una sonrisa. Ese ha sido, y sigue siendo, el camino de los Rodríguez: una pasión en forma de servicio a su pueblo. Y cada vez que un nuevo conductor arranca el motor por primera vez, esa herencia vuelve a ponerse en marcha.
Algo sobre él
Por Diego López:
«Hay personas con las que siempre es un placer compartir el camino, y para mí Chiqui es una de ellas. Tiene esa rara virtud —o quizá bendito defecto— de no saber decir nunca un “no”, de querer y dejarse querer, de entregarse siempre a los demás. No creo que nadie pueda pronunciar una palabra mala sobre él y, si alguien lo hiciera, que no sea cerca de mí (jajaja).
Con sus clientes siempre antepone el resultado al negocio, dedicando horas de más para que todo el mundo salga satisfecho. Cuando las cosas se han puesto difíciles, es de los que se lían la manta a la cabeza y tiran para adelante. Ha hecho lo que ha tenido que hacer para que en su casa nunca falte el pan, demostrando una fortaleza admirable.
Como amigo, es infinito: de esos que siempre están cuando los necesitas, con quien puedes pasar horas intentando arreglar el mundo. Y en lo personal, lo veo como un padrazo y un gran marido, alguien que cumple con nota en todas las facetas de la vida.
En definitiva, un gran profesional… y una persona todavía mejor».