Lo que comenzó como la amistad de unos padres en la puerta del colegio de sus hijos terminó convirtiéndose en una aventura inesperada: fabricar cerveza artesanal en el sótano de una vivienda de Aljaraque. Al principio no fue más que un juego, una excusa para reír y compartir tiempo juntos, pero aquella ocurrencia fue tomando forma hasta convertirse en «La Manuela».
Cuatro personas llegaron hasta la sede de Periódicos Punto Cero con una historia que, a simple vista, hablaba de cerveza. Pero pronto comprendí que La Manuela no es solo una bebida que hoy se sirve en algunos bares de Huelva y Aljaraque: es el fruto del romanticismo, de la amistad y de un carácter emprendedor tan valiente como divertido. Escucharles fue un viaje entre risas y emociones, entre anécdotas entrañables de barbacoas y aprendizajes improvisados sobre la alquimia cervecera, hasta llegar al recuerdo más hondo: el de una abuela muy querida que ya no está, pero que sigue presente en cada etiqueta y en cada brindis. Con ellos —Isabel, Raúl, Noelia y Antonello— descubrí que La Manuela es mucho más que una cerveza artesanal: es un homenaje a la vida, a la memoria compartida y a los lazos que nos hacen permanecer juntos.
Por: Ana Hermida
Todo comenzó en la puerta de un colegio, con un grupo de niños y niñas de apenas tres años. Allí, mientras esperaban a que sonara el timbre y sus pequeños salieran disparados con la eterna pregunta de “¿hoy qué vamos a comer?”, los padres empezaron a conocerse. Lo que al principio eran simples charlas de rutina acabó derivando en cumpleaños colectivos, barbacoas interminables y planes de fin de semana que se alargaban más de la cuenta. Entre risas, anécdotas y muchas horas compartidas se fue fraguando una amistad sólida y entrañable. “Era lo típico: los padres y las madres nos encontramos en la puerta del cole, empezamos a charlar, y poco a poco aquello derivó en salir juntos los fines de semana. Y sin darnos cuenta, también los padres fuimos creando un vínculo muy fuerte que, años después, aún perdura”, recuerda con una sonrisa Isabel Barba Domínguez.

De aquel grupo de familias nacidas al calor del patio escolar, un día de verano de 2019 llegaron a juntarse hasta diecisiete personas en el garaje de una casa frente al campo de fútbol de Aljaraque. La idea había surgido en medio del humo de una barbacoa: “¿Y si hacemos una cerveza? Vamos a comprar un kit y probamos”. Y dicho y hecho. Allí se plantaron todos, con los niños correteando alrededor y el grupo de amigos apiñado frente a un barreño de 20 litros, leyendo en alto las instrucciones como si fueran jeroglíficos. “Nos reímos muchísimo, fue surrealista. No sabíamos ni cómo meterle mano al kit, y además el garaje olía fatal durante la cocción. Nos temíamos lo peor, pero lo pasamos de maravilla”, recuerda entre carcajadas Raúl Santos, marido de Isabel. Contra todo pronóstico, aquella primera cerveza salió potable… y hasta buena. El resultado les dio alas: “Nos vinimos arriba y decidimos dar un paso más. Compramos una olla mucho mayor, los ingredientes por separado y nos lanzamos a crear nuestra propia receta”.
De aquellas pruebas caseras fue naciendo una evolución que hoy suma ya nueve recetas distintas, hasta dar con la definitiva: la que podemos saborear cuando llevamos una copa de La Manuela a los labios. En cada intento cambiaban algo: un poco más de lúpulo, menos amargor, más aroma… hasta alcanzar el equilibrio soñado. “Siempre era por consenso, todos los amigos opinábamos, todos éramos muy cerveceros. Al final lo que nos unía era la diversión, la amistad, el gusto por la cerveza y los buenos ratos compartidos”, recuerda Isabel, una mujer aventurera, apasionada y con una energía inagotable.

De “El Congreso” a “La Manuela”
En los inicios, la primera tirada de cerveza casera se bautizó con sorna como “El Congreso”, una etiqueta improvisada que aludía a los grupos de WhatsApp del clan. “Nosotros, los padres, éramos El Congreso, pero todas las decisiones que allí se tomaban pasaban después por El Supremo, que eran las madres”, bromea Raúl.
Con el tiempo dieron un paso más y produjeron 200 litros en una fábrica de Valverde del Camino, una tirada pensada para repartir entre amigos y familiares sin ninguna ambición comercial. El resultado sorprendió a todos: “El feedback fue muy bueno. Todo el mundo nos decía: oye, pues esto está rico”.
Pero cuando llegó la hora de pensar en una estructura legal, el entusiasmo chocó con la realidad: fiscalmente resultaba inviable, sobre todo porque la mayoría de los integrantes del grupo tenían trabajos estables, muchos como funcionarios. El proyecto parecía quedarse en un bonito experimento hasta que Isabel, que ya estaba dada de alta como autónoma por su empleo, propuso una salida: “Si os parece, me doy de alta en ese epígrafe y damos el salto a la comercialización”.
Y así fue como nació La Manuela…

Un homenaje a la abuela
El nombre no fue casual. “La Manuela es la madre de mi madre, mi abuela Manuela Louvier. Era una mujer muy conocida en Huelva por su enorme carisma, por su alegría vital… y por su gusto por la cerveza, algo poco común entre las mujeres de aquellos tiempos. Siempre repetía: ‘qué rica y qué fresquita está’”, recuerda Isabel con los ojos brillantes. “Mi abuela era una disfrutona. Sabía vivir la vida. Era una mujer adelantada a su tiempo. Fascinante. Todo el mundo la quería”.
La abuela falleció al comienzo de la pandemia, en medio de aquel silencio que nos robó los abrazos. “No hubo duelo. Al entierro solo pudieron ir mi madre y mis tíos. Estamos acostumbrados a despedirnos acompañados, compartiendo lágrimas y recuerdos, y a mí me faltó ese momento. Por eso pienso que este proyecto es, de alguna manera, mi forma de despedirme de ella, mi homenaje. Ahora mi abuela, La Manuela, está brindando en un montón de mesas, y eso me parece precioso”.
La imagen de la etiqueta es también un homenaje. La firma Noelia Melara, restauradora de patrimonio y dibujante, creadora de la serie “Las Pepas”, en la que retrata a mujeres mayores con ternura y fuerza. “Cuando Isabel me habló de su abuela y vi las fotos, supe que era una de mis Pepas. Solo tuve que adaptarla a la personalidad que ella me describió. El proceso fue sencillo: le cambiamos el pelo, le coloqué un vestido con flores de lúpulo, y ahí está… su esencia”.

La colaboración no terminó ahí. El ilustrador Antonello Silverini aportó su talento para dar forma final al diseño, mientras que las letras de la etiqueta son obra de Óscar, un amigo informático que colabora en el proyecto también de manera altruista. Todo ello refuerza el espíritu que rodea la iniciativa: “La Manuela ha nacido y crecido en tribu, y somos muy afortunados por ello”, resumen con orgullo.
La cerveza
La Manuela, según podemos leer en la etiqueta, es una Session IPA: fresca, aromática, con un amargor suave y solo un 4,2% de alcohol. “Es más ligera que una IPA clásica, se bebe mejor. No queríamos hacer una lager común, porque es absurdo competir con las industriales. Queríamos algo diferente y creo que lo hemos conseguido”, explica Raúl con convicción.
Cuando se les pregunta por el sabor, prefieren no dar una definición cerrada. “No queremos condicionar, cada persona le encuentra algún destello distinto: manzana ácida, mango, cítricos… Pero todos coinciden en que tiene matices afrutados, aunque evidentemente no lleva fruta”.
En cuanto al maridaje, lo tienen claro: combina con sabores intensos, desde “carnes grasas, picantes y ceviches, hasta quesos fuertes”. Aunque Raúl la disfruta a su manera: “A mí me gusta sola, tranquila, en casa, al atardecer… ese es mi momento con La Manuela”.

De la cocina al bar
La producción actual se lleva a cabo en la fábrica de La Redondela, aunque el modelo sigue siendo nómada: la receta es suya, pero elaboran allí donde encuentran el mejor equilibrio entre precio, trato y confianza en el maestro cervecero. Una vez envasada, la fábrica guarda las cajas en cámaras frigoríficas y, cada semana, Isabel y Raúl acuden personalmente a recogerlas para repartirlas entre sus clientes, cuidando cada detalle como si entregaran un tesoro.
“Nosotros pensábamos que la primera tirada nos iba a durar unos seis meses y, para sorpresa de todos, se agotó en mes y medio. Hicimos entre 1.300 y 1.400 tercios”, cuentan aún incrédulos. Hoy La Manuela se sirve en varios bares de Huelva y Aljaraque, y su comercialización sigue siendo artesanal en todos los sentidos: Isabel y Raúl entran puerta a puerta, presentan la cerveza y se aseguran de que sea tratada con cariño. “No queremos que los bares compren cinco cajas y se queden almacenadas de cualquier manera. Para nosotros es fundamental el trato que se le da a la cerveza desde que sale de fábrica hasta que llega al paladar del cliente. Por eso preferimos traerla poco a poco, conforme se va vendiendo, con la certeza de que está bien cuidada, servida a la temperatura adecuada y, por supuesto, en copa”.
El precio en barra oscila entre 3,5 y 4,5 euros. Una cantidad razonable para lo que ellos mismos definen como “una cerveza artesanal, saludable, sin conservantes, sin filtrar, llena de matices y diseñada para románticos. No buscamos vender litros y litros. Queremos que se conozca y que, donde se ofrezca, la traten con cariño, porque así ha nacido y crecido este proyecto: con amor, ilusión y mucho mimo”.
Presente y futuro
El proyecto nació como un hobby y, pese a los pasos dados, sigue siéndolo. “No nos vamos a hacer de oro con la cerveza, pero sí nos está regalando momentos preciosos”, aseguran. Ambos compaginan esta aventura con sus trabajos: Isabel en una clínica de fertilidad y en otros proyectos como autónoma; y Raúl en la petroquímica, controlando procesos y tiempos.
El futuro inmediato pasa por una edición especial de Navidad, con envases y embalajes pensados para convertirse en un regalo diferente y entrañable, algo en lo que ya están trabajando con ilusión. Y más adelante, quizá, se animen a lanzar una segunda cerveza: “Una más densa, distinta, para tener variedad. Pero sin prisas, todo a su tiempo”.
Mientras tanto, La Manuela sigue creciendo poco a poco, conquistando paladares y corazones. “Es un proyecto al que le estamos poniendo más corazón que razón. Y al final nos está quedando algo muy bonito”, resume Isabel, con esa mezcla de emoción y orgullo que define toda la esencia de esta cerveza.
Brindis
En cada etiqueta de La Manuela sonríe una abuela que, aunque ya no está, sigue acompañando a su nieta. Una mujer que vivió la posguerra, que fue la primera en Huelva en tener trillizos naturales, que se pintaba los labios cuando su Paco la sacaba de paseo, y que brindaba con una cerveza como quien celebra cada minuto de la vida.
Hoy, gracias a un grupo de amigos que un día se reunió en un garaje de Aljaraque, su recuerdo sigue vivo en cada tercio servido. Y cada trago de La Manuela es también un brindis por la amistad, por las risas y por la memoria compartida.