De una recomendación terapéutica para salvar su matrimonio a descubrir una forma de vida marcada por los ritmos latinos…
Por: Ana Hermida
María Teresa Moreno Carmelo (Huelva, 1972) se define a través de tres pilares que marcan su carácter: paciencia, equilibrio y un profundo sentido de la justicia. Perfeccionista y recta en cada ámbito de su vida, lleva más de una década dedicada a la enseñanza de ritmos latinos en distintos escenarios de la provincia. Sin embargo, su historia con el baile no comenzó como una vocación profesional planificada, sino como parte de una terapia de pareja, cuando a los 31 años atravesaba una difícil crisis matrimonial.

Sus primeros pasos de la mano de Antonio Bragelli
Su primer contacto con los ritmos latinos llegó en la sala de ocio Las Vegas, a las afueras de Aljaraque, donde impartía clases el profesor Antonio Bragelli. Allí, Tere dio un paso que marcaría su destino y se puso en manos de un maestro que volcó en ella una formación intensiva y minuciosa. Con él aprendió musicalidad, técnica de pasos, estructura de clase, recursos didácticos y, algo poco habitual, a desempeñar los dos roles del baile: líder y seguidor. Bragelli supo pronto que tenía ante sí a una alumna con un enorme potencial y una clara vocación, y dedicó años de mañanas enteras a formarla. Fue entonces cuando Tere emprendió un camino que transformaría su vida para siempre. Tras casi cinco años de preparación rigurosa, comenzó a impartir clases a los 40 años. Desde entonces, suma ya más de doce años de docencia.
Antes de dedicarse al baile no tenía una vida laboral estable, salvo la experiencia juvenil en el bar familiar, donde trabajaba cuando hacía falta. Ese contacto con el público le aportó soltura en su relación con la gente, algo fundamental en su desarrollo puesto que siempre ha sido una niña tímida, reservada y de pocas palabras.
Un recorrido por diferentes espacios de la provincia
Su andadura profesional comenzó en Corrales, en la conocida Buhardilla de Juanluco, donde todavía recuerda los nervios de sus primeros pasos como profesora. Desde entonces ha pasado por distintas salas y locales de la provincia, sorteando cierres y cambios de etapa, pero siempre con la misma constancia. Hoy imparte clases en el Casino de Aljaraque, en el Liceo de Moguer —donde acumula ya doce años de experiencia— y en la sala Kiss de Huelva. Incluso el parón forzoso de la pandemia, que obligó a echar el cierre a varias etapas de su trayectoria, no consiguió frenar su entrega ni apartarla de su vocación.

Enseñar con técnica, disciplina y humor
Para Tere, el ambiente en clase es tan importante como el método. Está convencida de que una sesión debe ser divertida, pero también marcada por la disciplina y los objetivos bien definidos.


Aunque muchos la asocian directamente con la kizomba, ella asegura que disfruta con todos los ritmos, “hasta el del telediario me hace bailar”, bromea entre risas. Confiesa, eso sí, que guarda una espinita con el tango: conoce sus bases, pero nunca ha podido profundizar por falta de tiempo. Hoy, en su repertorio de clases destacan la salsa, la bachata, la kizomba y el chachachá, estilos que trabaja con la misma alegría, entrega y pasión que transmite a sus alumnos en cada clase.
Alumnos que dejan huella
Su aula se ha convertido en un espacio de superación para perfiles muy distintos. Uno de los casos más especiales es el de Juan Pereira, alumno de Moguer que, pese a la ausencia de su brazo derecho, baila hoy con enorme soltura. “Las mujeres hacen cola para sacarlo a bailar en los sociales”, comenta Tere con orgullo. Con él trabajó la marcación corporal y la adaptación del brazo izquierdo, hasta que logró la confianza suficiente para brillar en la pista. También recuerda a Ricardo, con un brazo reimplantado sin movilidad, con quien avanzó poco a poco hasta que pudo disfrutar plenamente del baile en pareja. Otro ejemplo ha sido José María, un hombre de más de 70 años que, tras meses estancado en otra escuela, recuperó la ilusión y el aprendizaje gracias a un enfoque adaptado a sus necesidades.
Tere lo resume en una convicción clara: “no doy jamás a nadie por perdido y adapto la progresión a cada cuerpo y a cada edad. El baile está hecho para disfrutar, y todo el mundo tiene cabida en él”. Eso sí, advierte que ciertos ritmos, como la salsa, requieren fortaleza en las piernas, y que los giros pueden necesitar ajustes en personas con problemas de mareo. “Se trata simplemente de adaptarse a las particularidades de cada uno, nada más”, concluye con firmeza.
Pero no todo queda en lo que enseña: Tere también recibe lecciones y cariño de quienes pasan por su aula. Entre ellos, Reyes Sánchez Herrera ocupa un lugar muy especial. “Ella empezó conmigo y desde entonces ha sido mi pilar, siempre con la palabra justa, la mirada cómplice y el abrazo a tiempo. Su apoyo ha sido incondicional y muy importante para mí, y en cada paso de baile me ha recordado que los alumnos también dejan huella en el corazón de la maestra.”
Conciliación
Tere se define como una mujer profundamente familiar, romántica y apasionada. Divorciada, madre de dos hijos y orgullosa abuela de dos nietas, asegura que aún guarda la ilusión de encontrar algún día a ese compañero de vida que camine a su lado. Compagina su labor como profesora con trabajos de mañana en el comercio cuando la requieren, aunque siempre reserva las tardes para lo que realmente le llena: sus clases, tanto grupales como particulares. Todo ello sin dejar de lado su formación continua, convencida de que la música y los estilos evolucionan sin descanso y de que un buen docente debe crecer al mismo ritmo.
El curso pasado llegó a reunir en torno a 190 alumnos, y este año que comienza arranca con fuerza: un volumen alto de alumnado, nuevas propuestas de diferentes asociaciones y una creciente demanda de coreografías nupciales.



Viajes que amplían la mirada
Tere ha impulsado ambiciosas experiencias que combinan formación y diversión junto a sus alumnos. Hace dos años viajaron a La Habana y Varadero, donde recibieron clases de salsa y disfrutaron del baile social en la propia cuna de este ritmo. “Además de lo musical, tuvimos oportunidad de conocer una realidad dura que nos conmovió. Allí dejamos algunas lágrimas, además de maletas con ropa y medicación para donar”, recuerda.

Este verano el destino fue Boavista, con la kizomba como protagonista. “El aprendizaje vital fue parecido: la felicidad no siempre va ligada a lo material”, confiesa. Ahora queda pendiente completar el triángulo con un viaje a la República Dominicana para profundizar en la bachata, un plan que llegará cuando el grupo lo decida y la economía lo permita.

“Ilusiones y proyectos nunca nos faltan —asegura—, del mismo modo que tampoco dejamos pasar la oportunidad de organizar quedadas entre semana para compartir bailes, risas y confidencias”.


Oficio, salud y futuro
El baile continúa siendo su mejor terapia personal. Para sostenerlo, Tere cuida su físico con una férrea disciplina: cada mañana, sin excusas, comienza el día en el gimnasio. Es consciente de que la prevención de lesiones es esencial, ya que no cuenta con un compañero que pueda sustituirla en caso de contratiempo, y sus clases dependen por completo de su fortaleza y constancia.
En el plano profesional, sueña con contar algún día con una pareja de baile que le permita ofrecer de manera simultánea las dos referencias esenciales en la pista —líder y follower—. Mientras tanto, asume ella misma ambos roles con naturalidad, y sus alumnos, lejos de notarlo como una carencia, se declaran encantados con la versatilidad y la pasión que imprime en cada sesión.
Gratitud a quien le abrió las puertas de este mundillo
Tere no oculta la emoción cuando habla de su maestro de origen, Antonio Bragelli. Subraya su profundo agradecimiento y admiración hacia quien convirtió una simple recomendación terapéutica en el inicio de un proyecto vital. “No encuentro una mejor forma de terminar esta entrevista que agradeciéndole a Antonio Bragelli que haya abierto las puertas de mi vocación y, por tanto, de mi propio enfoque personal”, asegura mientras dos lágrimas resbalan por su rostro, reflejo de un cariño sincero e imborrable.
Aquella niña que de pequeña se escapaba a escondidas en busca de cualquier rincón donde sonara la música encontró, décadas más tarde, un espacio desde el que ordenar su mundo a través de pasos, compás y comunidad.