Diego López Martín, onubense de 38 años de edad y afincado en Punta Umbría desde los 16, es un joven empresario, extrovertido y con gran sentido del humor, que acumula, a pesar de su juventud, un largo recorrido profesional. La constancia y el sacrificio personal han sido, como él dice, “la mejor inversión que pude hacer en mi negocio”.
Sus padres y su abuela Pilar han sido, y siguen siendo, sus grandes referentes personales. Cuando habla de ellos, especialmente de su abuela, que murió cuando él tenía solo 13 años, no puede evitar emocionarse. Se siente muy agradecido a la vida por haber pasado la infancia junto a ella. Su mujer, Rocío, y sus hijos, Natasha, de 12 años y Diego de 14, son el indispensable motor que mueve su vida. Y es que para Diego, la familia está muy por encima de todo lo demás. De ella nutre su día a día. Como él mismo reconoce, “es el combustible que necesito para sacar adelante el resto de las facetas de mi vida y hacerlo con fuerza y alegría”.
Los valores más preciados para nuestro protagonista son el honor, la palabra, la lealtad, el respeto y la tolerancia, que según su parecer “son la base de toda buena relación, tanto en el ámbito personal como en el profesional”. Diego se define como enemigo de la doble moral, la mentira y la falta de compromiso.
Cuando Punta Punto Cero quiso conocer la percepción que un empresario como él tiene de nuestro municipio, Diego se manifestó con extrema certeza y claridad: “Lo mejor de Punta Umbría es su inigualable entorno natural, sus 14 kms de playa, la Ría, los pinares, los Enebrales…, pero también adoro la estructura del pueblo, esa forma tan particular de embudo que acaba en el espigón, limitado, por un lado, por la Ría y, por otro lado, por ese mar que tanta hambre ha quitado a lo largo de la historia a la gente de nuestro pueblo”.
Diego transmite con sus palabras y gestos adoración por Punta Umbría: “La gente no sabe aún lo bien que se vive aquí una vez que pasa el mogollón del verano. Pasear cualquier mañana de estos meses de otoño o de invierno contemplando el mar enfurecido, la lluvia o la tormenta, son espectáculos dignos de admirar… en Punta, la naturaleza se disfruta a tope durante todo el año”.
Diego es –sin duda- un disfrutón. La naturaleza le llena de paz, pero los coches y las motos son su perdición. El mundo del motor le apasiona, pero si hay algo que le hace sonreir y disfrutar a tope cada día, es la convivencia con Oso y Mulo, sus peludos, dos hermanos rottweilers que llegaron a casa tras fallecer por desgraciado accidente Don, el primero que llegó a casa…
La afición por estos perros llega a la familia de una forma muy, pero que muy curiosa. Natasha, hija de Diego y Rocío, había desarrollado desde muy pequeña una fobia a los perros que se iba agravando con el paso del tiempo hasta llegar a ser una fobia grave. Tras mucha terapia, un psicólogo aconsejó a los padres, como medida de choque, la convivencia con un rottweiler, cosa sorprendente al ser una raza catalogada como peligrosa. Cuando Natasha se atrevió a coger por primera vez y con tanto miedo como ternura a Don, un adorable cachorrito de rottweiler, su pesadilla terminó para siempre, y a partir de ahí nunca más se separaron hasta que una infección causada por una espiga alojada en el cuello junto a la yugular, le provocó una septicemia causándole la muerte. Natasha pasó tres días sin dormir. La ausencia de Don le tenía rota el alma. Así que pronto llegaron dos nuevos miembros a la familia, Oso y Mulo, dos encantadores cachorros de 15 meses, instagramers, que cuentan ya con 1500 seguidores. Natasha hoy tiene su fobia totalmente superada y es una gran amante de los animales. Diego ha descubierto con esta experiencia una de las mayores pasiones de su vida.
Si nos acercamos a su faceta profesional, descubrimos a un Diego que, tras 22 años trabajando en el negocio de la hostelería y los salones de juego, ha desarrollado una enorme intuición y psicología. Nuestro protagonista se ha hecho experto en leer entre líneas, cosas que pasan cuando la propia vida pasa en este tipo de negocios donde se interactúa a diario con todo tipo de personas. Cada día durante años exponiéndose al público, es mucho más que cualquier carrera universitaria. Aprender o morir.
En su negocio recibe cada día, no sólo a personas de todo tipo sino también, a personas con circunstancias y estados de ánimo muy diferentes. La barra de un bar es un fiel reflejo de lo que somos, de lo que nos preocupa y de lo que nos ilusiona… Tratar con todo esto cada día bien podría convalidar muchas de las asignaturas cursadas en la carrera de psicología.
La barra de un bar y un salón de juegos enseñan mucho, pero como aclara Diego, “la lección más contundente que me ha dado la vida ha sido sobreponerme al fracaso de un negocio que traté de montar hace años. Me engañaron. Sufrí mucho. Pero aprendí la lección sin más remedio”. Está claro que la vida en ocasiones enseña las mejores lecciones a base de dolor.
Aquel golpe queda muy atrás, o tal vez no tanto. Lo que está claro es que su vida lleva muchos años transcurriendo entre máquinas de juegos y los clientes de sus barras. Pero… ¿cómo empezó su vida en este complejo sector?
Mateo, el abuelo de Diego, fue el promotor de la idea de negocio que hoy nuestro protagonista lleva adelante. Empezó llevando la barra de un salón de juegos cuyas máquinas explotaba un operador ajeno a la familia. “Cuando ese operador decide dejar el salón de mi abuelo y montar un salón propio al lado, mi padre decidió ocupar ese hueco. Se hizo operador y alquiló el salón del abuelo Mateo. Ahí arrancan entre los dos una nueva etapa profesional como operadores”, explica Diego orgulloso.
En aquel momento, nuestro protagonista, Diego, tenía tan solo 16 añitos. Su padre y él junto con otro chaval trabajaban en la barra y cuando se presentaban averías en las máquinas, echaban mano de un técnico externo para salvar la situación.
Un buen día, Diego decidió que iba a tratar de hacer amistad con las máquinas. Metió entonces una averiada dentro de la barra y, mientras atendía a sus clientes, en sus ratos vacíos, comenzó a buscar la forma de reparar la avería. Se entusiasmó. Consiguió arreglarla y tras este logro, supo que el negocio de las máquinas era bueno para él. La electrónica siempre le había gustado, lo llevaba en los genes, lo había heredado de su padre, Manuel López Estévez, mecánico de barcos de altura…
Esa primera máquina reparada aún la conserva sabiendo que fue el punto de inflexión que definió el resto de su vida profesional. A partir de ahí estuvo diez años compatibilizando la atención a sus clientes tras la barra con la reparación de las máquinas que se iban averiando. Todo marchaba…
Pero desde que Diego se inició en esta profesión no todo ha sido miel sobre hojuelas. Como él mismo aclara, “en este negocio llevo pasado de todo, a veces no sé si soy el Diego que todos conocen o Isabel II. La crisis del 98 la sufrí a tope, y de la pandemia mejor no te hablo”.
Tras lo malo vivido, Diego está más que convencido de que los empresarios que han logrado sobrevivir a la crisis del 98 y a la pandemia están hechos de una madera especial: “somos unos auténticos supervivientes. Invencibles. Hemos tenido que sobreponernos a momentos críticos históricos, de absoluta incertidumbre, y sin perder el ánimo, la fuerza y la ilusión por remontar. No creo que ya nada nos pueda derrumbar”.
Lo que está claro es que de todo se aprende, y que lo que no te mata te hace más fuerte: “Los que hemos superado esos dificultosos momentos, hemos tenido la oportunidad de medir nuestras fuerzas y hoy sabemos a ciencia cierta que somos capaces de mucho más de lo que pensábamos”.
En momentos de crisis, Diego y su mujer, Rocío, han tenido que sacrificar su convivencia familiar y turnarse los dos en el negocio, ya que no tenían posibilidad de contratar a nadie más. En principio, esas circunstancias adversas son una seria amenaza al amor, sin embargo el matrimonio salió reforzado. Hoy para ellos cualquier momento de tranquilidad puntúa muy alto. Tal vez ahí resida el secreto de la felicidad que transmiten.
Hoy su trabajo tiene dos líneas diferenciadas, una es la explotación de las barras, que gestiona como autónomo, y luego está la empresa operadora, que es Recreativos López Estévez SL., que gestiona dos salones de juego y máquinas de distintos bares.
En total cuenta con 10 trabajadores, que se suman al trabajo de Diego, al de Manuel, hermano de Diego, que trabaja como técnico, y al de Rocío, que “además de cargarse todos los problemas que yo le voy encasquetando a diario, gestiona las barras, los pedidos y el personal”, explica divertido mientras la mira trabajar a lo lejos.
Manuel y Rocío son, sin duda, los dos imprescindibles de Diego, aunque también hace especial alusión a Juan, un compañero que goza de toda su confianza y del que detalla muchos gestos que bien le han hecho merecer tanta consideración.
Eso sí, sin olvidar ni obviar que todo, absolutamente todo lo que se cuece en el negocio, cuenta con la supervisión y el aliento del padre, Manuel López, que es, como dice Diego, “algo así como el Rey Emérito”.
Diego admite que su trabajo le hace feliz hasta el punto de reconocer que, aunque podría disfrutar de más tiempo libre ahora que la empresa está funcionando bien, no es capaz de desconectar. Diego se ha convertido “en una especie de holandés herrante, condenado a navegar en este mundo el resto de sus días”.
Admite con dudosa alegría que cuando trata de distanciarse un poco para descansar, lo pasa mal. “Y no es un problema de no saber delegar”, -admite Diego pensativo- “es más bien una especie de obsesión por cuidar cada detalle, por anticiparme a cualquier problema, por mejorar cualquier aspecto mejorable”. No lo puede evitar, admite, “soy un poco ansioso con el tema laboral. Es lo único que me arrebata el sueño. Y no es que pierda el sueño cuando llega un problema, sino que lo pierdo mucho antes, pensando y anticipándome a todos los posibles escenarios y pensando en todas las soluciones posibles para cada catástrofe. Vamos, para que me entiendas, una auténtica locura”.
A pesar de todo lo contado, Diego es una persona eminentemente feliz. Decidido y valiente, asume sin contemplaciones la responsabilidad de todas sus decisiones: “Me gusta sentirme dueño y responsable de mis propios errores, no quiero que nadie se equivoque por mí, soy persona de decisiones, y cuando me equivoco, me gusta saber que ha sido mi criterio personal y no el criterio ajeno el que me ha llevado a error. Me gusta equivocarme y señalarme a mí como causa. No hay mejor aprendizaje que cometer y asumir los propios errores”.
A pesar de lo dicho, Diego no es para nada una persona individualista, trabaja largas horas por su empresa, claro está, pero eso no le hace olvidar las necesidades de los demás empresarios de su pueblo. De hecho, ha vivido la experiencia de ostentar la presidencia de la asociación de empresarios de Punta Umbría (ACEPU). Hoy sigue perteneciendo a ACEPU y también se encuentra dentro de la nueva asociación de hosteleros de Punta Umbría que se encuentra en proceso de constitución, convencido de que la unión hace la fuerza.
Diego tiene claro que las asociaciones de empresarios, para que sean efectivas, jamás deben ponerse al servicio de los intereses políticos: “Pienso que una asociación de empresarios debe mirar única y exclusivamente por los intereses de los empresarios asociados y usar la política solo como herramienta para lograr los objetivos de la asociación, sin implicarse en los intereses de los que están gobernando ni de los que aspiran a gobernar. No hay que perder de vista que los intereses del empresariado nada tienen que ver con los intereses de los diferentes partidos políticos”.
Pero aunque afirma que políticos y empresarios se mueven por intereses bien diferentes, lo que también tiene claro Diego es que “tanto los políticos, como los empresarios, y los mismos vecinos de Punta Umbría deberían empezar ya a creerse el potencial que encierra nuestro municipio a todos los niveles. Tenemos riqueza objeto de envidia de muchos otros pueblos y ciudades, y sin embargo, parece que no nos lo acabamos de creer. Me llama muchísimo la atención ver como Punta Umbría se autolimita a la estacionalidad y sin embargo, El Rompido, que está al lado, crece y multiplica su valor cada día, sin distinción de temporadas, atrayendo durante todo el año a un turismo de calidad, que disfruta de un núcleo con ambiente permanente independientemente de la época del año que sea. Los bares y restaurantes de El Rompido están siempre abiertos y llenos…. ¿Qué pasa entonces en Punta Umbría?”
Bogo está abierto todo el año, y todos en Punta lo saben, pero dar el paso supuso en su momento una travesía por el desierto… “Recuerdo cuando terminó un verano y había que tomar la decisión de cerrar o mantener la terraza abierta. Rocío y yo decidimos abrir. Pasábamos los días con la terraza abierta y sólo una mesa ocupada. Ocupada, por supuesto, por Rocío y este que habla. La gente pasaba y miraba de reojo. Nadie se sentaba. Hasta que semanas después se ocupó por primera vez una mesa. Ya la gente comenzó a ver que la terraza abría a diario, y empezó a venir. Hoy día la terraza funciona porque la clientela sabe a ciencia cierta que Bogo está abierto a diario. Una vez más el esfuerzo y la constancia dio su resultado”.
Para Diego es fundamental que los empresarios de Punta empiecen a creer en sus posibilidades y saber que pueden lograr sus objetivos, pero -por supuesto- también es fundamental “disponer de una gestión política que colabore con el tejido empresarial y apueste sin fisuras por él. Estamos teniendo un grave problema con los horarios en verano y con los veraneantes. En el Rompido hay turistas pero en Punta tenemos veraneantes (de 15.000 habitantes nos vamos a 120.000 en verano) y muchos de ellos son de Huelva que tienen su segunda vivienda en Punta. ¿Qué pasa? Pues que esos veraneantes tienen que madrugar para irse a trabajar. El ruido les molesta, necesitan descansar. Y hoy todas las leyes a nivel local parecen estar para proteger los intereses de esas personas, que en gran medida son intereses contrarios a los de nuestras empresas. Ahora, por ejemplo, tenemos el problema del cierre de la heladería La Artesana. No conozco los matices del tema, pero sí tengo claro que se debería disponer de herramientas que permitan dar opción a hacer lo que haya que hacer o llegar a los acuerdos que haya que llegar para no cerrar el grifo que da de comer a unas cuantas familias de nuestro pueblo. Al margen de dónde resida la razón, yo voy a apoyar a la heladería, es algo que tengo claro. Pienso que nunca un vecino veraneante puede tener la posibilidad de cerrar un negocio que da de comer a familias de nuestro pueblo”.
El negocio de los salones de juegos, al que se dedica Diego, tiene muy mala prensa. Siempre le envuelve esa creencia de que esta actividad empresarial pueda ser promotora de adicciones. Preguntamos a nuestro protagonista por este estigma, a lo cual contestó con rotundidad: “¿Son los bares la causa del alcoholismo? ¿Acaso la gente no consume en sus casas alcohol? ¿Piensas que cerrando los estancos la gente dejaría de fumar o buscaría el tabaco en bares o quioscos o incluso de contrabando?”
Diego tiene muy claro que en las adicciones tiene mucho peso la educación, “es fundamental conocer desde edades tempranas los riesgos que conlleva una adicción, las consecuencias”. Cuando las personas son conocedoras de los riesgos de un consumo exagerado, “pueden disfrutar de sus cervezas sin caer en el alcoholismo, de un cigarrillo sin caer en el tabaquismo y de una apuesta sin caer en la ludopatía”.
Además, aclara Diego, “el juego que se lleva a cabo en un salón de juegos es el 20% del juego total. Los casinos, las máquinas de los bares, los juegos y apuestas por internet, etc… ofrecen posibilidades infinitas de jugar sin control, por lo que demonizar y cargar a los salones de juego con la responsabilidad de la ludopatía me parece no sólo injusto, sino también una falsedad”. De hecho, prosigue Diego, “los ludópatas en rehabilitación firman en gobernación una autoexclusión de los salones de juego, pero eso no impide que puedan jugar en diferentes plataformas alternativas”.
Los salones de juegos, disponen del listado de personas autoexcluidas, por lo que “si a mi me pillan con un autoexcluído o un menor en el salón, me cierran el negocio seis meses, pero estas personas tienen muchísimas más opciones para seguir jugando… Por tanto considero que los salones de juegos están muy castigados por la legislación sin estar ahí la solución al problema de ludopatía”.
Tras conocer de cerca los valores que rigen la vida de Diego y también la actividad que sustenta su vida profesional era inevitable preguntarle si no sufre un conflicto entre esos valores y sus intereses empresariales, a lo que contestó sin dudar: “Yo me siento mal cuando veo que alguna persona está haciendo mal uso del juego. Ahí es inevitable esa confrontación personal entre mis intereses empresariales y mis valores personales. Es muy duro ver que hay personas que pierden todo lo que tienen y que no son capaces de controlar dejando a sus familias en situación de máxima vulnerabilidad. Pero también soy muy consciente de que si no juegan en mi salón, la adicción le llevará a otros salones, máquinas de bares o plataformas de internet, porque, como te he dicho antes, las posibilidades de jugar a día de hoy son infinitas”.
Diego quiso despedirse de Punta Punto Cero mandando un mensaje a todos los vecinos y vecinas de Punta Umbría: “Animo a que todo el que tenga un sueño, luche hasta el final y con todas sus fuerzas y potencial por conseguirlo, porque aún no logrando el objetivo, la lucha en sí misma es una lección de oro que abrirá infinitas puertas en el futuro al luchador”.