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Este mes, nuestra mujer puntera es Juana Josefa Contreras Fernández
Juana Josefa nos abrió las puertas de su casa en la barriada del Carmen y también las de su corazón. Sentadas en el sofá del salón, compartimos confidencias durante varias horas mientras su madre, a pocos metros, cocinaba como cada día: “en esta casa, mi madre y yo nos vamos turnando y ayudando para hacer la comida para 9 personas todos los días”.
Nació un 29 de diciembre hace 42 años en Punta Umbría. Juana Josefa es hija de Juan José y María Dolores, así como fan incondicional de Niña Pastori y del Barsa. Es la segunda de dos hermanas, y tiene un hijo, José, su locura. Se autocalifica como capricornio de pura cepa: “Soy cabezota y cojonuda”. Su madre, presente en la entrevista mientras guisoteaba, al escucharla apunta: “Todo lo que se propone lo consigue”.
Ana María, hermana mayor de nuestra Mujer Puntera, es divorciada y tiene 4 hijos, uno de ellos con síndrome de Down. Esta es la extensa familia de nuestra protagonista de hoy que se une para comer cada día.
Juana luce una enorme fuerza de voluntad para afrontar todo tipo de retos, y le encanta pelearlos, sean de tipo que sea. Tras una larga entrevista, al salir de su casa nos llevamos en el corazón a una mujer fuerte y valiente, divertida, luchadora, con un gran criterio personal, y muy emocional. Allá vamos con algunas pinceladas de la historia de su vida, que por densa y especial, bien merece más que un par de páginas de periódico, un libro entero.
Empieza la aventura de vivir
A los pocos días de nacer Juana, su madre, Dolores, “se arrodillaba para verme la cara de cerca y notó que yo no fijaba mi vista y que mis ojos se movían. Rápidamente supo que algo no iba bien”. Un médico, antes de concluir la cuarentena, le dijo a sus padres “que yo era ciega para siempre”. Cuando le dijeron que la causa era hereditaria, su madre, María Dolores, sorprendida, contestaba que no había nadie en la familia que tuviera problemas de visión, y mucho menos de ceguera. Dolores aun desconocía todo lo que le quedaba por vivir…
La niñez de Juana Josefa transcurrió en un piso en Punta Umbría en la Barriada del Carmen. Su discapacidad la llevaba 3 veces en semana a un centro de atención temprana en Huelva. Recuerda algunas de las actividades que hacía en aquel centro: “Me escondían juguetes en la arena y yo tenía que identificar con el tacto qué juguete era”. El objetivo era desarrollar el resto de los sentidos para suplir la ausencia total de vista.
Cuando entró en el colegio, en infantil, al que accedió con 6 años, un año más tarde de lo establecido por aquel entonces, contó con dos personas de apoyo, Chelo, maestra, y María José Barroso, que era la psicóloga.
Fue pasando el tiempo y “yo, como cualquier niño, buscaba mi comodidad. Al descubrir mi discapacidad, trataba de sacar beneficio de ella. Aprendí rápido el recurso fácil de decir ¿no te da pena de mí, que estoy ciega? Pero mi madre no quería escuchar aquello y me daba caña sabiendo que aquella actitud, si no me la cortaba de raíz, haría de mí una persona débil y dependiente. Así que me decía que si no podía con mis ojos, podía con mis manos. Ella ha sido muy exigente conmigo desde siempre y gracias a eso hoy soy como soy. Mi madre siempre me ha dado libertad para caerme, para quemarme, para enfadarme… y cuando ha tenido dudas sobre mi educación, no ha dudado en consultar a los profesionales, aunque lo ha tenido que hacer pocas veces porque ella siempre ha sido una mujer con una gran intuición maternal. Mi padre siempre ha sido más protector conmigo”.
Durante sus primeros años escolares contó nuestra protagonista con tres grandes e incondicionales amigas del colegio, entre las que se sentía una niña más: Rocío, Mari Carmen y Mari Carmen Garrido. Recuerda que estando en 2º de EGB, el colegio organizó una excursión al campo, algo que la ilusionó enormemente. Se derrumbó cuando escuchó a la maestra decir: “Las niñas malitas no van”. Sus tres amigas saltaron y dijeron sin dudar un segundo que “si yo no iba, ellas tampoco. Y no fueron. Siempre estaban conmigo. Son cosas que no se pueden olvidar”.
Lamenta y al mismo tiempo agradece que no la hayan dejado disfrutar de todas las etapas de su niñez. Por ejemplo, relata cómo “a pesar de haber tenido muñecas desde pequeña, al no ver, no entendía lo de jugar a las casitas con ellas. Por ejemplo, dar de comer a tu muñeca, cambiarle el pañal, etc, no fui capaz de hacerlo hasta los 11 años, y a los 3 meses de empezar a jugar a las casitas con mis muñecas, la psicóloga recomendó que me las retiraran porque mis iguales a esa edad ya no jugaban a eso. Sofocón al canto”. Explica que para aprender a jugar con las muñecas, “antes tienes que aprender a hacer todas esas cosas contigo misma, y yo no logré comer sola con mi cuchara hasta los seis años y medio, imagínate darle de comer a la muñeca…”
Sus juegos de niña duraron poco, pero hoy se alegra. Su madre a veces se confiesa con ella y le admite su duda: “Tal vez no te tenía que haber quitado tan pronto las muñecas”. Pero ella le responde convencida que hizo muy bien, y luego le lanza el argumento: “Hay muchos ciegos a los que no les han puesto límites en este sentido y cuando pasa el tiempo ves que mantienen las fantasías de una infancia que ya debió quedar atrás”. Así que, aunque reconoce que a veces lo ha pasado mal por esa causa, sí admite que gracias a esa rigidez “me he hecho adulta”. Con dolor también reconoce que está segura de que “lo fácil para mi madre hubiera sido dejar que su hija ciega disfrutara como los demás niños y no retirarme las muñecas evitándome dolor, pero ella nunca ha sido mujer de dejarse llevar por lo fácil”.
Sin embargo y paradójicamente, nuestra protagonista con tan solo 10 años ya montaba en bici “sin ruedines” en la plaza de debajo de su casa, donde encontraba una pista sin obstáculos, y donde el único peligro era atropellar a la gente que pasara. Tenía la plaza perfectamente medida. El sonido de las ruedas, cuando cambiaba el pavimento, le indicaba el final de la pista, y cuando lo escuchaba, rápido corregía la trayectoria para no salirse del parchís. A pesar del aparente control, confiesa que en una ocasión atropelló a una vecina, una mujer mayor que andaba algo despistada. Como en el barrio todo el mundo la conocía, cuando la veían venir en la bici, gritaban su nombre y ella frenaba para evitar el desastre. Todo estaba bajo control, salvo despiste de los viandantes…
Recuerda que de pequeña, como muchos niños, tuvo que sufrir la crueldad de sus iguales en el colegio y también en el barrio. A veces hacían experimentos con ella para ver su reacción. Nos cuenta que el primer día de cole, estando ella en un columpio, la hicieron caer para atrás “para ver si los ciegos lloran”. También quisieron comprobar “qué hace una ciega si le meten un chino en el oído o si le meten cáscaras de naranja en la boca”. Lo pasaba mal pero siempre contó con su pequeño grupo de apoyo. Sus amigas siempre saltaban en su defensa, y su hermana Ana María, dos años mayor que ella, se escapaba “del recreo de los grandes” exponiéndose al castigo, por dar protección a Juana. Nuestra mujer puntera nos sorprende porque cuando cuenta estas incidencias, lo hace entre risas y restándole dramatismo. De hecho admite que hoy día es amiga de aquellos niños que tanta crueldad le mostraron en la niñez.
Pero llegó la temida adolescencia. Si para cualquier adolescente esa edad está llena de disconformidad y rebeldía, para nuestra protagonista fue una edad imposible. Necesitaba diversión e independencia y se sentía impotente porque veía que para sacar adelante sus responsabilidades era una compañera más, pero que a la hora de pasarlo bien, estaba totalmente limitada. Se enfadó con la vida. El ocio y la diversión le daban la espalda. Su madre y la ONCE luchaban por proporcionarle esos momentos de desconexión que tanto necesitaba, pero las excursiones que le programaban siempre tenían algún objetivo educativo, cuando ella lo que quería y necesitaba era divertirse sin más pretensiones.
Y llega la edad adulta…
Hace muchos años que no se tropieza con todo lo comentado, pero sí tiene que lidiar con lo que ella denomina “el cómo cómo”. Evidentemente, cuando nos habla del “cómo cómo” no tenemos ni idea de lo que nos está queriendo decir. Le preguntamos y ella no duda en explicárnoslo: “Cada día tengo que lidiar con el ¿cómo bañas a tu hijo? ¿cómo lo vistes si no ves? ¿cómo puedes cocinar? ¿cómo estudias? Cómo, cómo y cómo… Son preguntas que evidentemente nacen de la ignorancia y no de la crueldad. Y no me dañan. Comprendo estas preguntas porque yo tampoco soy capaz de entender que vosotros podáis caminar sin bastón, sin perro, etc. Simplemente vivimos en dos mundos diferentes. Tan solo una persona que haya visto y luego le haya sobrevenido una ceguera es capaz de conciliar esos dos mundos, y esa persona es mi madre, que cuando yo tenía 18 años, ella quedó ciega”.
Pecando de indiscretos aunque con cierto pudor, le preguntamos si imagina o sueña con vivir sin ser ciega. “A veces me pregunto qué sería de mí si de buenas a primeras y tras toda la vida sin ver, el avance de la ciencia me permitiera ver. Posiblemente sería traumático, porque mi cerebro no sabría interpretar los estímulos visuales. Si me brindaran esa posibilidad, solamente la aceptaría por ver la carita de José, mi hijo, pero si fuera por mí misma, elegiría seguir como estoy. Lo ideal sería poder probar un rato, y en caso de que me gustara, hacerlo permanente, y si no me gustara, retroceder a mi ceguera. O sea, una ceguera a la carta, jajajaja… Ten presente que no tengo ni idea ni me puedo imaginar lo que es ver. Es que ni en mis sueños hay imágenes. Mis sueños son táctiles, auditivos, olfativos… Si de pronto pudiera ver, después de llevar toda mi vida a oscuras, no sé cómo me sentiría, la verdad”.
Una trayectoria académica brillante.
Juana Josefa es sorprendente. Tiene un currículo académico digno de alabanza. Empezó sus estudios en el colegio San Sebastián, pasando luego al instituto Saltés, donde estuvo hasta la selectividad. Luego cursó sus estudios universitarios estudiando traducción e interpretación en Granada, donde vivió mil historias. Recuerda que al llegar a Granada, cuando su madre la abrazó para despedirla, sintió por primera vez el miedo y la tristeza de su madre por tenerla que dejar allí sola en la residencia y en una ciudad desconocida. Dentro de su carrera universitaria disfrutó de 4 semanas en Manchester con una Beca Erasmus, gracias a la cual pudo hacer muchas excursiones por las islas británicas. Sus prácticas de traductora las hizo en la oficina de Turismo de Punta Umbría. Al año siguiente trabajó de telefonista en el Ayuntamiento, atendiendo la centralita. Luego hizo un taller de empleo de habilidades sociales y telemarketing y el Máster de profesorado para dar clases en el instituto. Luego cursó el Máster de promoción turística local y atención al visitante. Actualmente, está compatibilizando el estudio de las oposiciones para dar clases de inglés en el instituto con su trabajo temporal en el Centro Guadalinfo como profesora de inglés, un trabajo que le llega tras 30 años luchando por acceder al mercado laboral. Nuestra protagonista al tener ceguera total sin resto visual, en materia laboral se le complica tremendamente la existencia.
El perro
Le preguntamos por el perro que estaba junto a ella durante la entrevista. “Lo del perro sí que es toda una historia”, adelanta. Y es que cuando llegó a Granada para estudiar la carrera, el primer día de estar allí, “nada más irse mi madre, llegó el TRB de la ONCE (técnico de rehabilitación básica). Es la persona que venía a orientarme para que pudiera ir de la residencia a la universidad, a la ONCE, al supermercado y poco más. Tras enseñarme lo más básico, me entregó un plano y me dijo que si iba a estudiar en integrada, me tenía que integrar, y que toda persona que llega a una ciudad nueva y va a la oficina de Turismo, lo que le dan es un mapa, de manera que aquí tienes el tuyo adaptado a tu discapacidad. Fue duro para mí sentirme allí en una ciudad nueva, sin mi familia, con todo por descubrir y un mapa en mis manos que no sabía interpretar”. Pero nuestra ya amiga todo lo relata con final feliz, concluyendo en que su experiencia universitaria globalmente fue muy bonita a pesar de algunos pesares.
Pero volviendo al tema del perro, estando en Granada confesó al TRB que se perdía, que se pegaba porrazos, y que en alguna que otra ocasión había tenido incluso que pedir ayuda a las fuerzas de seguridad, a los que se dirigía con extremo respeto por consejo de su abuela. Solicitó el perro, pero el TRB lo desaconsejó argumentando que se desorientaba mucho en la ciudad. Sorprendente. Cansada de esperar ese apoyo tan vital para ella en aquella situación, presionó lo suficiente como para que a los 3 días la llamaran para comunicarle que le habían concedido el perro. Era un Golden Retriever llamado Wantra. Tuvo que ir a Madrid a hacer un curso intensivo de 4 días para poder llevárselo. Volvió a Granada acompañada por Wantra, su primer perro, luego tuvo a Ulina y por último a Uzi, un labrador negro adorable que se ganó el cariño de la que escribe.
En busca del amor
Nuestra mujer puntera, haciendo gala de su valentía, y movida por el deseo de encontrar pareja y ser madre, acudió a La Tarde Aquí y Ahora de Juan y Medio, donde conoció al que fue el padre de su hijo. Él andaba con muletas por causa de la poliomielitis. Tras 6 meses conociéndose, se fueron a vivir juntos a un piso en Isla Chica, Huelva, que Juana había comprado. Ella estaba pasando un mal momento por causa de una afección en el ojo que le generaba un dolor insoportable. La iban a operar del queratocono que poco a poco estaba deformando la córnea de su ojo izquierdo. La operaron y él estuvo a su lado. Todo parecía ir bien hasta que se quedó embarazada y llegó su gran regalo de la vida, su hijo José. Ahí la relación comenzó a enfriarse y se distanciaron hasta el punto de romper el compromiso entre ellos.
Él se fue, pero nuestra mujer puntera siente que aún así, lo tiene todo. Con 37 años hacía realidad su sueño de quedarse embarazada, algo con lo que soñaba desde los 11. Su hermana había sido madre y ella también quería. Fue a la primera ecografía esperanzada en que vinieran dos, pero era sólo uno. Ella se dijo “Dios sabe que siendo ciega con uno es más que suficiente reto”. Vivió su embarazo volcada en su barriga, a la que le cantaba y le hablaba, la acariciaba continuamente. Cuando Juana habla de su embarazo y de su parto (cinco días de dolores para finalmente tenerlo por cesárea), no puede evitar emocionarse y decir entre lágrimas que es lo más bello que ha vivido en su vida.
Recuerda el momento del nacimiento de su hijo como el milagro más maravilloso del mundo. A ella le permitieron vivir la llegada de José de una manera muy especial: Le pusieron desinfectante, le metieron su mano en la herida y lo tocó aún estando dentro de su barriga. Fue algo brutal. “Toqué a mi hijo antes de que naciera, cuando aún estaba dentro de mí, y poco a poco fue naciendo hasta que ya estaba fuera y me lo entregaron”.
Nada más nacer su hijo, le llegó una mala noticia que sumió a nuestra protagonista en una gran tristeza. Tanto había idealizado la maternidad que cuando supo que no tenía prostaglandina, por lo que no podía darle el pecho a su hijo, se vino abajo. Le afectó tanto que comenzó a sufrir una depresión postparto. Al estar ciega, no podía preparar los bibis que había que darle cada tres horas a su hijo, porque había que medir la cantidad de agua, y ella no podía hacerlo. Eso la hacía sentir lo que nunca se había permitido ser, dependiente de otra persona. Afortunadamente, a los 4 meses, el bebé empezó a tomar leche Peque 1, que no requería preparación ni medidas, ya no necesitaba a nadie para alimentarlo, por lo que comenzó a respirar aliviada. Su madre fue su mejor terapia contra la depresión.
Tras la ruptura de su pareja, sintió que no tenía nada de lo que lamentarse, ya que tenía a su hijo en el mundo que crecería con todo el cariño de sus abuelos, de su tía, de su madre y de sus primos, y que con todo eso tenía todo lo necesario para sentirse afectivamente feliz.
Actualmente, Juani vive con su hijo en casa de sus padres, donde sus días son tranquilos y colmados de amor. No echa en falta nada. Aunque conoce muchas historias de amor de pareja a su alrededor, Juani ha perdido la ilusión por volver a enamorarse. El único amor que quiere alimentar y que le hace sentir plena es el amor de madre, de hija, de tía y de hermana.
Su mayor ilusión es seguir viendo felices a los suyos y mantener su trabajo para seguir desarrollándose a nivel laboral. No es poca cosa, pero estamos seguros de que, como todo lo que se ha propuesto en la vida, Juani conseguirá todo esto y mucho más.
Diego López:
«Juana es la viva imagen de la superación y la lucha contra las barreras. Es la evidencia más clara de que quien quiere , puede, un ejemplo a seguir para todos. Nunca la he visto caminar sin su maravillosa sonrisa. Ella es la confirmación absoluta de que «el éxito no es casualidad, es el resultado de un esfuerzo constante«.