Celia Carrasco Figuera: “Mis hijos son lo más grande que me ha dado la vida. Cualquier sufrimiento pasado está más que compensado”

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Periódicos Punto Cero acudió al Restaurante Celia para entrevistar a la promotora del negocio: Celia Carrasco Figuera. Una mujer que, a sus 77 años de edad, muestra un carácter tímido y suave que equilibra con unas extraordinarias habilidades sociales desarrolladas durante largos años tratando al público.

Durante las casi dos horas que estuvimos sentados conversando con ella en la terraza de su restaurante, pocas eran las personas que pasaban por allí sin pararse a hablar con ella. Nadie pasa de largo. Imposible… Y es que Celia es toda una institución en Punta Umbría a pesar de no ser nativa de aquí. Ella nació en Rosal de la Frontera, al igual que su esposo, Pepe, persona a la que nombra en todos los capítulos que nos cuenta de su vida…

Para salir ilesa de una vida laboral que ha transcurrido inmersa en el negocio del ocio, su mejor herramienta, sin duda, y como ella misma reconoce, ha sido “tener un buen capote”. Nosotros, los del periódico, tras nuestra charla con ella, al capote que ella refiere, le sumamos una dulce sonrisa que enternece sin remedio al cliente más guerrero.

Celia tras la barra del restaurante que lleva su nombre.

Celia es la tercera hija de cuatro hermanos. Sus padres, trabajadores incansables, no dispusieron de recursos suficientes para dar estudios a sus hijos.

A nuestra protagonista le gustaba ir al colegio, siempre estuvo y sigue estando en disposición de aprender. Estudió hasta los 14 años, después empezó a trazar su futuro de la mano de su hermana Felicidad, la más pequeña, su incondicional amiga, su confidente, su persona favorita… Las dos se unieron a una tricotosa y comenzaron, desde bien pequeñas, a hacer punto, en Rosal de la Frontera, su pueblo natal. Hacían vestidos, chalecos, y cualquier cosa que se pudiera tricotar.

Cuando Celia tenía tan sólo 18 años, una tarde cualquiera acudió a un “ambigú” (un local de baile) en Rosal. Allí, un chico de su edad, bien parecido, la sacó a bailar. Desde aquel mágico baile, Pepe no quiso dar un paso más en su vida sin contar con ella.

Él procedía de una familia pudiente de Rosal, tan pudiente que tenía un hotelito en Punta Umbría, en la calle Falucho, donde toda la familia venía a pasar los veranos. Celia jamás había salido de su pueblo, ni tan siquiera había visto el mar… A lo más que llegaba era a imaginarlo gracias a las fotos y a las descripciones que Pepe le hacía de las playas de Punta Umbría.

Tras un año de noviazgo, los padres de Pepe se citaron con los padres de nuestra protagonista para que la dejaran pasar el mes de agosto en Punta Umbría con ellos. Accedieron, y Celia, sin pensarlo y loca de la vida, hizo las maletas…

Cuando pudo ver -por fin- la inmensidad del mar delante de ella, quedó impresionada y emocionada ante tanta grandeza. Es uno de los preciosos y más preciados recuerdos que Celia grabó en su retina y que aún a día de hoy recuerda como si fuera ayer. Afirma haber descubierto, por aquel entonces, una Punta Umbría muy diferente a la que vemos hoy: “todas las calles eran de arena, algo que me parecía muy exótico y diferente a todo lo que yo conocía”.

Poder bañarse en el mar con el amor de su vida, estar en un lugar tan diferente, y experimentar la lejanía de su familia, le hizo rozar la palabra libertad con la punta de los dedos. Le encantó… “No imaginas lo bien que lo pasé y la sensación de libertad tan bonita que tuve. Aunque la libertad era restringida y condicionada, a mí me supo a gloria”.

Pepe era cocinero y estaba estudiando idiomas. Cuando ya llevaban un año de relación, el novio, mirando hacia un futuro con ella, quiso dar un salto cualitativo en su formación y se fue a Barcelona para perfeccionar sus conocimientos de cocina. Dos años mantuvieron su relación viva en la distancia. Un auténtico drama. Todas las tardes, nuestra querida y paciente vecina se sentaba a esperar la llamada de su querido Pepe. Muy de vez en cuando, se escapaba para visitarla. Ella lo recibía nerviosa…

Una tarde, tras tres años de noviazgo, dos de ellos en la distancia, sentados en una plaza de Rosal de la Frontera, Pepe pide matrimonio a una tímida Celia. Ella dijo “sí”.

El día de su boda lo recuerda como un día precioso, inolvidable. Sintió que hacía realidad un sueño y que ahí nacía una nueva vida repleta de felicidad junto a él. Disfrutaron de un bonito viaje de novios. No tuvieron que sacar el pasaporte, fueron a Sevilla. Y allí mismo se quedó embarazada de su primer hijo, Pepe, “un llorón” (lo siento, Celia, lo tenía que poner para justificar por qué tu segundo hijo vino seis años después)…

Su hijo Pepe, a pesar de los llantos, hizo realidad otro gran sueño de Celia: ser mamá, algo que para ella era, y sigue siendo, lo más grande del mundo.

Tras un tiempo viviendo en Rosal de la Frontera, se vinieron a Punta Umbría, pues Pepe trabajaba en el hotel. Ella en casa, con su tricotosa y criando a su hijo que aún era muy pequeñito.

Cuando el bebé superó el añito de vida, ella se puso a trabajar junto a su marido. Los dos en la cocina… Trabajar teniendo a su hijo tan pequeñito le provocaba sufrimiento. Tenía mucho deseo de disfrutar de su niño pero no tenía tiempo para él. Una muchacha se encargaba de las tareas del hogar y de su hijo. Celia sólo lo veía ratos sueltos cuando el trabajo le daba margen. Recuerda que casi a diario lo bañaba a la hora de la siesta…No estaba dispuesta a perdérselo todo.

Celia y Pepe estuvieron trabajando en la cocina del hotel, codo con codo, durante largos años. Confiesa Celia que, en ocasiones, saltaban algunas chispas en el trabajo, pero que cuando salían del hotel, el malestar se quedaba allí, encerrado en la cocina, y “del trabajo salíamos cada día ilusionados con llegar a nuestro nidito de amor, daba igual lo que hubiera pasado entre fogones”. Y así transcurrió gran parte de su vida, trabajando con su esposo entre las cuatro paredes de una cocina de hotel.

Tuvieron a su segundo hijo, Juan Carlos, seis años después del primero. Se lo pensaron muy mucho. Normal…

La vida no era fácil, su sector laboral la esclavizaba demasiado. Se trabajaba a todas horas, todos los días del año, pero era la vida que ella había elegido y nunca se arrepintió de la elección: “tenía a mi familia, un marido que me hacía inmensamente feliz y unos hijos que me colmaban de ilusión y de amor. No me faltaba nada”.

En el año 82, Celia toma una decisión empresarial de gran trascendencia. Montó una cafetería-heladería en la calle San Francisco Javier, de Punta Umbría, y para poder ocuparse bien del nuevo negocio y de su familia, traslada su domicilio a un piso justo encima de la cafetería. Pepe seguía trabajando en el hotel, pero siempre tenía un ojo puesto en el negocio de su mujer, dándole esa seguridad y confianza que ella necesitaba para emprender. Ahí Celia se hizo grande y mayor. La responsabilidad empresarial se sumaba a sus inquietudes y autoexigencias como madre y como esposa. Fueron años de mucho ruido, mucho ajetreo y mucho estrés, pero, en definitiva, “años felices porque, detrás de todo lo que se veía, estaba lo que yo siempre he valorado por encima de todo: la armonía”.

Celia ha tenido que afrontar, a lo largo de su vida laboral, algún que otro bache difícil de gestionar. Recuerda haberlo pasado muy mal cuando el hotel familiar se vino abajo y tuvieron que venderlo: “mis hijos ya eran mayores. Recuerdo mi desánimo y tristeza. Mi marido y yo pasábamos las noches en vela hablando. Teníamos una vinculación emocional enorme con el hotel. Económicamente también fue complicado, pero a Dios gracias teníamos la cafetería, que ayudó a amortigüar el golpe”.

Pero como lo que no te mata, te hace más fuerte, Celia se agarró a la fuerza de su marido y juntos salieron adelante. No se permitieron jamás lamentarse delante de sus hijos por lo que estaban pasando. Nunca consintieron que les vieran sufrir. Apretaban los dientes durante el día y lloraban de noche a solas. Poco a poco fueron remontando la situación y el ánimo, logrando trasmitir a sus hijos el valor del esfuerzo.

La cafetería-heladería funcionaba y era su vida, pero Celia echaba en falta una terraza para dar más capricho a sus clientes. Con esa ambición en mente, un día se cruzó con la oportunidad de comprar el local donde se encuentra el actual restaurante que lleva su nombre. Ahí sí tenía opción de poner la terraza que tanto deseaba. Pepe y Celia se liaron la manta a la cabeza y se metieron en esta gran inversión donde nuestra protagonista ha estado ejerciendo “de comodín” hasta su jubilación a los 67 años de edad: “fundamentalmente he estado en la cocina, pero he salido de ella cuando ha hecho falta para hacer lo que hiciera falta”.

El 8 de noviembre, de hace casi seis años, es una fecha que está marcada en negro en el calendario vital de nuestra vecina. Su marido, su querido Pepe, su compañero de vida y su gran amor, fallecía dejando en ella un vacío irreparable. Aún, a día de hoy, asegura estar “en proceso de aprender a vivir sin él”. Aún le duele su ausencia. Su mejor terapia son -sin duda- sus hijos, Pepe y Juan Carlos; sus dos nueras, Ana y Silvia; y sus 5 nietos a los que adora, Celia, Ana Mari, Rafael, Victoria y Laura.

A Celia le encantan los guisos y la primavera. No tiene más ambición que la salud y el bienestar de los suyos. Le emocionan los pequeños detalles cuando vienen de manos de su familia. Le gusta la compañía de su inseparable Rocky, un peludo de seis añitos. Fuma fortuna y le gusta el helado de turrón, aunque lo disfruta muy de tarde en tarde por respeto a su diabetes. Perdió la capacidad de llorar el día que murió su marido. Desde entonces no ha sido capaz de derramar una sola lágrima, ni de pena ni de felicidad. Sus creencias religiosas la han ayudado a caminar derecha por caminos de baches y dificultades. Confía en la juventud a la que le reconoce infinidad de valores.

Esa es ella. Una mujer junto a la que el tiempo se detiene cuando, sentada en su terraza, te mira, te invita a sentarte, se enciende un fortuna, y te habla mientras abraza su vaso de agua con esa mano de lindas uñas.

Celia junto a su hijo Pepe.

El perfil de Celia

 

Nuestra querida y admirada Celia nació hace 77 años un 1 de octubre. El signo de su horóscopo, Libra, es la balanza… Imposible estar mejor representada. Ella ha vivido toda su vida persiguiendo el equilibrio y la paz, algo que ha logrado y logra cada día gracias a sus extraordinarias habilidades sociales.

Mujer de enorme atractivo y coqueta, luce a diario labios rojos y uñas a la última moda. Gafas de sol actuales y una seductora sonrisa. Esa es su carta de presentación. Le gusta cuidarse, pero como buena libra que es, ha encontrado el equilibrio justo para no caer en la frivolidad.

Celia es consecuente y reflexiva, una gran conversadora. Hace uso de una gran inteligencia a la hora de entender a los demás y de intuir qué es lo que guardan en su interior. La empatía tal vez sea una de sus mayores cualidades, y hace que en cualquier conversación perciba lo mucho que hay detrás de un silencio… Sabe escuchar, y hacer que el que le habla se sienta escuchado, dos requisitos fundamentales para que exista una buena comunicación.

Para ella, una conversación sincera y profunda es la solución a casi todo… y como es enemiga de los conflictos, se ha esmerado durante toda su vida (sin ella saberlo) en desarrollar esas habilidades que han hecho de ella una excelente comunicadora. A día de hoy, al conversar, se vale instintivamente de un rico lenguaje gestual haciendo un uso exquisito de gestos, miradas y silencios. Celia es una verdadera artista de la comunicación no verbal.

A pesar de sus 77, es una persona de mentalidad abierta y muy actual, capaz de entender cualquier circunstancia de la vida y dispuesta siempre a respetar sin juzgar las actitudes y conductas ajenas. Odia el chisme y las malas intenciones ocultas. Celia es honesta en su fondo, y elegante en sus formas.

 

Muchas gracias Celia por compartir conmigo y mis lectores un espacio dedicado a las “mujeres punteras” de Punta Umbría.

Ha sido un placer inmenso coincidir contigo.

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