Renacer en la Ría: La inspiradora historia de superación y resiliencia de Ángela Medina Díaz

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Ángela era una persona digna de homenaje. Así lo estima a día de hoy mucha gente de nuestro pueblo que la conoció y la admiró durante los años que vivió aquí… La Ría de Punta Umbría fue su pasión y su locura. A lo largo de su vida hizo lo posible y lo imposible por venirse a vivir a Punta Umbría para poder disfrutar a diario de nuestro entorno natural privilegiado. Finalmente lo logró y disfrutó durante más de 20 años de la felicidad que le reportaba encontrarse cada día con su querida Ría.
Un buen día cualquiera, Periódicos Punto Cero recibió un correo electrónico de “Loli”, que nos proponía hacer un homenaje en esta sección a Ángela, una mujer con una bonita historia y una especial vinculación con Punta Umbría. Nos convocó para tener un encuentro con Mariló, hija de Ángela, que nos daría a conocer su apasionante historia. Nos dimos cita en Rafamar Puerto Mariló, Loli y yo, una entrevista a la que más tarde se sumó Pepe, el marido de Ángela.
(Por: Ana Hermida)

 

Ángela junto a su esposo, José.

Ángela nació en la vibrante ciudad de Málaga, pero el destino la trajo muy pronto a Huelva, donde residió largos años.

Su vida venía marcada por una difícil enfermedad pulmonar crónica, bronquiectasia, cuyos síntomas se fueron agravando con el paso del tiempo. A pesar de ello, su determinación y su decisión de ser feliz cada día nunca se quebrantó.

Con un carisma incuestionable, una inteligencia natural sobresaliente y un sentido del humor de lo más ingenioso, Ángela mantuvo hasta el final de sus días su alegría, y el cariño y la admiración de todo su entorno familiar y social.

Después de vivir su vida en Huelva, Ángela decidió hacer realidad su eterno sueño de amanecer cada mañana en Punta Umbría. Tenía 47 años de edad y lo vio muy claro… Su marido, Pepe, también tuvo claro que haría lo que fuese necesario por hacerla feliz. Sin miedo y sin dudas, Pepe y Ángela metieron sus vidas en una maleta e iniciaron una nueva en Punta Umbría.

No conocían a nadie, pero tampoco lo necesitaban. El carácter sociable de Ángela hacía que todas las puertas se abrieran a su paso. Ella encajaba en todos los ambientes. Él encajaba donde ella fuera feliz.

Ya hizo realidad su sueño de vivir donde siempre quiso estar y nada nublaría su felicidad. A pesar de su creciente limitación física, nunca perdió su capacidad de disfrute. Jamás dejó de soñar, reír, bromear y amar. Las aguas tranquilas de nuestra Ría se convirtieron en su santuario, donde encontraba toda la paz y armonía que necesitaba para equilibrar el día a día de su vida. También encontró en las aguas de la Ría el tratamiento perfecto para aliviar los crueles síntomas de su enfermedad. A partir de su llegada a nuestro pueblo, disfrutaría de su Ría todos los días del año y durante el resto de su vida.

“La Ría la volvía loca” nos cuenta Mariló ante la atenta mirada de Loli, una amiga de la familia que nunca llegó a conocer a Ángela, pero que lleva años escuchando hablar sobre ella. “Mi madre adoraba disfrutar de ese paisaje inigualable y dinámico que cambia al ritmo que marcan las mareas y las estaciones del año” explica Mariló.

De izquierda a derecha, Loli, amiga de la familia de Ángela; Pepe, marido de Ángela; y Mariló, hija de nuestra protagonista. Los tres, en la Ría, momentos después de la entrevista con Periódicos Punto Cero.

Hace ya 12 años que murió, a los 71 años de edad y dejando atrás a su incondicional Pepe; a sus dos hijos, Cristóbal y Mariló; a sus 4 nietos, Marta, Manuel, Joana y Arancha; y a un montón de puntaumbrieños que no logran borrar de sus retinas la imagen de aquella súper mujer con bronceado excesivo que bajaba a diario a bañarse en la Ría. Todos recuerdan que -de marzo a noviembre-, veían a Ángela adentrarse en la arena, zafarse de su botella de oxígeno y de su silla de ruedas, y sumergirse en esas aguas que la abrazaban para liberarla por un buen rato de todos sus males. Nadie puede olvidar su cara de felicidad…

A día de hoy, muchos puntaumbrieños siguen parando por la calle a Mariló para contarle nuevas y divertidas anécdotas en las que su madre era protagonista. Todos la recuerdan como una persona muy graciosa y divertida. “Debía ser una persona entrañable”, comenta Loli, porque “siempre que estoy en Punta Umbría escucho hablar sobre ella. Gracias a ello y a mi amistad con su familia he descubierto en mí una gran admiración hacia Ángela, un ser luminoso que llenó de historia a nuestra querida Ría” .

Una penosa enfermedad

Su enfermedad le provocaba daño en los pulmones, y muchos problemas respiratorios, entre ellos, la asfixia. Ella era muy consciente de que la bronquiectasia que padecía acabaría por condenarla a una silla de ruedas.

Alejada del dramatismo, Ángela decía a su marido e hijos que cuando estuviera en silla de ruedas, “me lleváis al muelle, me tiráis y luego me recogéis en el otro lado”. Los últimos años de su vida, tal y como ya veía venir, los pasó en silla de ruedas, pero eso no fue impedimento para que Ángela continuara disfrutando de sus baños y de la vida… La Ría se convirtió es su gran aliada para luchar contra los síntomas de su enfermedad, la mejor de sus terapias.

Llegó un momento en que Ángela dependía de su botella de oxígeno para respirar y de su silla de ruedas para desplazarse. Recuerda Mariló como su padre la llevaba cada día y empujaba el carrito por la arena hasta la orilla. Cuando entraba en el agua “mi padre le quitaba el oxígeno, y justo en ese momento en el que se liberaba de la silla y del oxígeno, y recuperaba su movilidad dentro del agua, la veíamos nadar feliz mientras gritaba: ay que alegría, ay que alegría… Cuando llegaba el momento de salir del agua, le poníamos el oxígeno antes de salir, y vuelta a la silla de ruedas, donde pasó los últimos años de su vida sin perder jamás la actitud positiva y el sentido del humor”.

Mariló nos cuenta que “cual no sería la felicidad que mostraba mi madre cuando estaba en el agua, que un chaval que la veía a diario bañarse porque pasaba todos los días con su bici por allí, un día se paró y le dijo: señora, el agua debe estar muy buena porque la veo bañarse con tanto gusto que dan ganas de meterse… Ella le contestó: está riquísima, riquísimaaaa. El muchacho no lo pensó más, soltó la bicicleta y se tiró al agua. Tal y como entró, salió rápidamente muy serio, cogió la bici y no nos dijo ni adiós. Cómo no estaría el agua de fría…” nos dice Mariló entre risas.

¿Y cómo era ella?

Ángela, según nos cuentan, era resolutiva, divertida, inteligente, valiente y con una enorme capacidad de adaptación. Pepe nos cuenta que no era especialmente presumida, pero jamás vestía de negro, siempre estaba envuelta en colores. Era muy actual, con mucho liderazgo y tremendamente convincente: “te llevaba al huerto con pocas palabras”, nos cuenta Pepe con una sonrisa en la cara.

Sentido del humor a prueba de bombas

Su sentido del humor era legendario. Recuerda Mariló que “cuando algún nieto le pedía que le comprara algo, su simpática respuesta era: si quieres que te lo compre, me tienes que pelotear… y como esta respuesta, treinta mil de ese estilo”.

Cuenta Mariló que su último año de vida, Ángela lo pasó con una silla de ruedas eléctrica, gracias a la cual ganó en independencia y libertad. Un día llegó diciendo a la familia que había encontrado un sitio en la calle Ancha donde la jarra de cerveza estaba a un euro. El sitio era “Los cien montaditos”, un establecimiento que ya no está. “Tuvimos que ir todos de manera inmediata. Ella se colocó su pamela y tiró con su silla eléctrica por la calle Ancha a toda velocidad, como si no hubiera un mañana, rumbo a la cerveza. Todos íbamos con la lengua fuera, corriendo detrás hasta que le grité: Mamáaaaa, por diossssssss, más despacitoooooo, que no podemos ir a tu ritmoooo. Ella se volvió y con expresión divertida me dijo: Yo me he tirado muchos años corriendo detrás de ustedes, así que ahora os toca a vosotros correr detrás mía”. Genio y figura…

Hacía lo que quería

También refiere Mariló que en Semana Santa ella, para poder trabajar, dejaba a sus hijos con los abuelos en Punta y le advertía a su madre muy seriamente que no los bañara, que aún no es temporada de calor y se pueden acatarrar. “Ella me contestaba que me quedara tranquila, que no los iba a bañar. Cuando los recogía, mis hijos me confesaban que se habían bañado con la abuela, y cuando yo le pedía explicaciones me contestaba: no los he bañado, se han caído al agua… y te lo decía de tal forma que era imposible enfardarse con ella. Así era mi madre…”

Un marido dispuesto a todo por ella

Pepe fue un regalo del cielo para ella, “un santo varón” como dice su hija. Vivía por y para Ángela, que además de ser de lo más virtuosa y carismática, también era autoritaria y una mujer de armas tomar.

Pepe nos cuenta que su mujer hizo su pandilla de mujeres aquí en Punta, viudas en su mayoría, y que él siempre las acompañaba a la Ría. Nos reconoce que cada día llegaba, sin ninguna intención de bañarse, y que sin embargo, siempre acababa en el agua porque su mujer le decía que “los bañitos son muy buenos”. Desde que Ángela falta, Pepe no se ha vuelto a bañar.

Reconoce que fueron muy felices: “Mi mujer era lo más grande de la vida”, nos cuenta Pepe, quien nunca peleó con su mujer porque “¿pa qué?”. Ella tenía un fuerte carácter y él un buen capote. La combinación perfecta.

Ni una queja hasta el final

Ella asumió su enfermedad, “no la vivía como un drama. Mostraba alegría y ni una queja por su enfermedad por mal que estuviera. Cuando un día nos dijo que estaba mal, justo pasadas las navidades, ya estaba tan mal que tuvo que ingresar. Y no salió”. Recuerda Mariló con emoción lo que su madre le dijo al cura cuando ingresó: “No quiero, pero estoy preparada” refiriéndose al final de su vida, unas palabras que calaron hondo en su familia. Ángela mostró hasta el último minuto una fortaleza y una valentía digna de admiración.

Siempre presente

Los hijos y amistades de Ángela han heredado ese amor por nuestra Ría y por el baño en sus aguas, esas aguas que aún reflejan la esencia y la energía de Ángela nadando feliz en ellas…

 

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