«Cuando mi marido me dijo que era adicto a la cocaína, sentí como si me hubiera echado un cubo de agua helada por la cabeza».

Por: Ana Hermida

Inmaculada del Rocío Trujillo Moreno es aljaraqueña y tiene 48 años. No tolera la mentira y necesita su café por las mañanas para empezar a ser persona. Se define como “seca y no muy cariñosa”, incluso se atreve a confesar entre risas que es “algo maniática”. Luce una bellísima estampa, una cara preciosa, racial, expresiva hasta más no poder. Inma es de esas personas que no necesitan abrir la boca para decirlo todo, su cara siempre le delata, si calla, le salen subtítulos…

Inma, protagonista de nuestra historia de superación.

Siendo jovencita conoció a Fernando, un chico que llegó de fuera para trabajar en la construcción en Aljaraque. Se gustaron de inmediato, fue algo así como un flechazo e iniciaron una relación bonita pero pausada, sin prisas… Ella tenía una mentalidad avanzada, el hecho de tener novio no la privó de seguir una vida social plena. Se sentía libre y muy querida. Años después se casaron convencidos de que el amor que tenían era auténtico, sano y para siempre. Pronto llegó al mundo su hijo Fernando, su locura, su gran tesoro. Nada le hizo pensar por aquel entonces que su marido estaba desarrollando una adicción que marcaría el resto de sus vidas…

Inma y Fernando cuando iniciaron su relación.

Capricornio de pura cepa

Inmaculada nació un 1 de enero. Llegó al mundo para estrenar calendarios, abrir nuevos caminos y empezar de cero una y otra vez. Eso lo supo después…

Como buena capricornio, es mujer de pisada fuerte y no se detiene ante nada cuando ve claro el camino que quiere seguir. Tiene siempre los pies en el suelo y un enorme sentido común. Valora la amistad y es una de esas amigas que, sin hacer ruido, se queda a tu lado cuando todo se tambalea.

Ama despacio pero intensamente y cuando la decepcionas es difícil de reconquistar, pero si lo consigues, la tendrás a tu lado derrochando firmeza y lealtad.

Esa es Inma, una mujer de armas tomar que prefiere escalar el Everest en busca de lo que quiere, antes que sentarse en la base de la montaña cómodamente a esperar que le llegue rodando.

Pero ¿Por qué entrevisté a Inma?

A lo largo de los últimos años he entrevistado a muchas personas que han vivido en primera persona el infierno de las adicciones, y todos, sin excepción, coincidieron en confesarme algo: el acompañante es una pieza clave en la rehabilitación. Ante esta constante, supe que, tarde o temprano, debía sentarme con esa otra parte de la historia, que siempre se mantiene en un segundo plano pero que bien merece toda nuestra atención y reconocimiento.

Hablar con Inma me hizo calzarme sus zapatos y descubrir lo que ocurre dentro de la persona que convive con su pareja y su adicción.  Ella no se mostró para nada entusiasmada ante la idea de hablar conmigo de su pasado y de todo lo sufrido pues, a pesar de su personalidad arrolladora, es una persona bastante reservada. Aún así, accedió, y cuando empezó a hablar, se dio cuenta de que aún se emociona al recordar lo mucho que han superado ella y su marido juntos…

Una amiga común…

Cuando me la presentaron, inmediatamente me dijo que me conocía de vista: «Tú y yo tenemos una buena amiga en común… la Lola de Aljaraque». Se me iluminó la cara. A ella también. Nos sonreímos. Lola Pérez Rodríguez, “La Lola”, es una mujer de banderas, una persona que cuando la tratas, te deja huella. Saber que Inma y Fernando, eran -y son- íntimos amigos de Lola me facilitó el inicio de la conversación, hablar de Lola nos permitió romper el hielo de una forma muy natural… No podía yo imaginar el papel tan relevante que nuestra Lola había desempeñado en la intensa vida de esta pareja. Luego te cuento…

«La Lola», esa amiga incondicional que todos desearíamos tener a nuestro lado.

Vivir en la ignorancia

Inma y Fernando se casaron tras unos años de noviazgo y pronto tuvieron a su único hijo. Nada más empezar a vivir juntos, ella se sorprende ante las fiestas sin fin que se pegaba su marido cada fin de semana. Y es que Fernando, al terminar de trabajar el viernes, salía de copas con sus compañeros, y ya no volvía hasta el domingo por la noche. Inma no daba crédito a lo que estaba viviendo: “Yo pensaba que se estaba pasando con la bebida. Me recuerdo en su ausencia pensando en mil cosas: tal vez me esté siendo infiel, o tal vez haya bebido tanto que se habrá quedado a dormir en casa de algún compañero…No sabía qué pensar porque lo cierto es que esa situación se repetía un fin de semana tras otro.

Cuando llegaba a casa cada domingo por la noche, “yo era una bestia…” reconoce Inma. Tras la tensión y los nervios acumulados durante todo el fin de semana sin saber nada de él, y andar buscándolo por las calles, “cuando lo veía abrir la puerta de casa, yo lo quería matar”. Pero él siempre llegaba con el perfil muy bajo, pidiendo disculpas, “y aguantaba mis broncas arrepentido y sin replicar mientras lo único que quería era irse a dormir”.

Él le prometía entonces que no volvería a pasar. Y ella que necesitaba seguir creyendo en él, siempre le daba un nuevo voto de confianza. Empezaba así una nueva semana. De lunes a viernes, todo sobre ruedas, era el marido y el padre perfecto, pero llegaba el fin de semana y otra vez lo mismo. Él se volvía a perder y ella volvía a desesperar.  “Lo peor de todo era no saber qué era lo que estaba pasando. Me sentía abandonada, engañada, decepcionada, pero siempre llegaba el domingo por la noche y me engatusaba, estuve montada en una montaña rusa de emociones durante años, y acabé muy mareada, destrozada”.

Nadie sabía nada

La realidad se volvió insostenible. Durante años lo protegió. Inma ocultó el problema incluso a sus propios padres y priorizó el bienestar de su hijo, tratando de que no le afectara lo más mínimo la situación angustiosa que ella estaba viviendo. Solamente Lola y una hermana de Fernando, Sari, sabían lo que estaba ocurriendo. En ellas se apoyó nuestra protagonista para tirar adelante.

Poco a poco, la economía empezó también a resentirse, pues Fernando no sólo estaba abusando del alcohol, sino que la cocaína había entrado por la puerta grande, algo que ella no podía ni imaginar. Hasta que la situación tocó su tope y llegó el día de la confesión…

Un antes y un después

El punto de inflexión llegó una noche… Habían discutido y él se fue de casa. Ella, decidió esperarlo levantada hasta que llegara para hablar. Eran las dos de la madrugada. Ella, sentada en el sofá, rompió a llorar desesperada. Su hijo, de tan solo dos años, se levantó de su camita y la encontró llorando. Entristecido le preguntó con su media lengua: “mami por qué lloras”… Aquello fue definitivo: supo en ese instante que no podía permitir que su hijo creciera en ese entorno de incertidumbre y angustia. Ahí fue cuando, decidida, se dijo a sí misma: “hasta aquí hemos llegado”. Se armó de valor, tranquilizó y acostó a su hijo, y esperó hasta que llegó Fernando, que, arrinconado por la evidencia, por fin le confesó su adicción a la cocaína. “Escuchar eso fue como si me hubiera echado un cubo de agua helada por la cabeza. Me sentí en shock y sin saber qué pensar. Era algo totalmente ajeno a mí, no sabía el alcance de lo que me estaba diciendo. Pero acordamos buscar ayuda…”

Y comenzó el tratamiento de desintoxicación

Acudieron juntos a un centro de pago y entró en un programa de desintoxicación. Rápidamente le prescribieron un montón de fármacos: “Las pastillas lo tenían como un zombi, estaba totalmente anulado”. A pesar de ello, Fernando siguió trabajando, era funcional… ella se sentía perdida porque nadie le daba información para afrontar una situación tan compleja. Nada quedaba del hombre que un día la enamoró.

Perdida, triste, decepcionada y cansada tuvo que afrontar, sin saber muy bien cómo, una situación para la que no estaba preparada. Pero lo hizo. Es capricornio. Hizo lo que le dijeron que tenía que hacer, que no era otra cosa que controlar que se tomaba las pastillas…

Le prescribieron, entre otros muchos medicamentos, una pastilla que ella sintió como su mejor aliada. Con esa pastilla, si probaba una gota de alcohol, sufriría una grave reacción física que lo llevaría de inmediato a urgencias. Además, también tomaba otro medicamento que anulaba el efecto que provocaba el consumo de cocaína, por lo que no sentiría motivación ninguna para consumir. Ella sólo tenía que ocuparse de que no dejara de tomar la medicación. Labor policial. Nada más y nada menos…

Se recuerda cuando iba al centro con su marido. Él pasaba a consulta, y a ella la dejaban fuera sola. Mientras esperaba, miraba a su alrededor como mendigando una información que nadie le proporcionaba. “Tanta pena le di a la administrativa que estaba en la entrada, que un día me invitó a un café fuera de su jornada laboral para hablar conmigo un ratito y tranquilizarme”.

Fin del tratamiento

Pasaron los meses. La terapia era cara. Y tras año y medio sin consumir, Fernando planteó ir reduciendo el tratamiento y así aliviar la economía doméstica. Cuando lo dice en el centro, le prescriben el alta. Ella sintió que se abría el suelo bajo sus pies. Sin las pastillas sintió que ya no podría estar tranquila.

Al dejar el tratamiento, Fernando empezó a beber cerveza sin alcohol, luego con alcohol. Rápido llegó el abuso y con él, el consumo del innombrable. Inma recuerda esta recaída con horror. “Tanto sacrificio y tanto esfuerzo para esto…” se gritó desconsolada. Sintió que ya no lo quería: “No lo puedo ni ver. Me está jodiendo la vida”, pensaba para sí…

Lola le cogió la mano y la animó a aguantar un poco con él en casa: “tú no lo mires, déjalo estar ahí y ya está, solo hasta que encuentre algún sitio para irse…”. Mientras tanto, Lola estaba buscando contra reloj alguna solución real para la adicción de su amigo.

La vuelta a los tóxicos fue muy severa. Consumía más que nunca. La economía se vino abajo por completo hasta el punto de tener que pedir ayuda para comprar los pañales de su hijo. ¿Imaginas quien compró los pañales cuando no había ni una moneda de la que tirar? Para qué decirlo… Una vez más, Lola.

Inma decidió ponerse a trabajar de sol a sol para afrontar la extrema situación económica. Su hijo era pequeño y ella pasaba todo el día trabajando. Se sentía fatal. Perdió los kilos a la vez que el ánimo y la autoestima. Hasta que llegó de nuevo ese día en el que ya no pudo más.

Lola presentó una solución. Había localizado un centro de terapias sin coste y se ofreció para acompañar a Fernando en su recuperación. Inma había perdido la esperanza, estaba llena de rabia y odio. No le cabía ni una mentira más y tampoco le quedaban fuerzas que malgastar. Su corazón se había enfriado, ya no sentía amor por él, sólo quería resolver la situación de la mejor manera posible pensando en su hijo. Lola cogió las riendas de la rehabilitación de Fernando.

ARO: la magia de la terapia espejo

La amiga Lola y Fernando empezaron a asistir juntos al grupo de pre-inicio. Poco a poco las terapias fueron generando resultados. Cesó el consumo. Inma, aunque escéptica, estaba viendo en casa que Fernando iba por buen camino, pero la ira que sentía lo contaminaba todo.

Lola observó que las personas que acompañaban a los adictos en esas terapias, también recibían ayuda e insistió a su amiga para que fuera junto a Fernando: “Amiga, tú estás mal y también necesitas ayuda, allí te la van a proporcionar. Ve por ti, por egoísmo, no lo hagas por él, hazlo por ti misma”. Inma, escéptica, se dejó guiar por Lola y accedió a ir a una primera sesión.

Recuerda la entrada en aquella sala de terapias. Pisó con rabia el suelo. Se sentía como una bomba a punto de estallar. Se sentó en su silla y explotó. Pero no dejó de ir. Durante dos o tres semanas, llegaba a la terapia, se sentaba, se levantaba, gritaba, salía de la sala, volvía a entrar despotricando y así hasta perder la voz… Era una auténtica bomba de relojería. Los monitores aún recuerdan esos días y lo comentan con ella entre risas.

Desconfiaba de la terapia. Dijo que ya lo habían intentado antes y que no había funcionado. “¿Cómo lo vais a arreglar vosotros? ¿por qué tengo que confiar en ustedes?” gritaba rota delante del grupo…

Ya no queda nada del hombre del que un día me enamoré y con el que monté un ilusionante proyecto de vida. Ese hombre ha desaparecido. Me siento estafada, engañada”, decía desconsolada… No le faltaban los motivos.

Después de soltar en el grupo de terapia toda la rabia acumulada durante tanto tiempo, un día encontró comprensión, escucha y guía. Poco a poco, entendió que su marido no era “un drogadicto de mierda” como lo llegó a llamar en alguna ocasión, sino un enfermo, y que todo el daño que le había causado no lo hizo intencionadamente.

Recuerda que el monitor de pre-inicio, Miguel de los Santos, cuando llevaba gritando una semana o dos, justo antes de cambiar de grupo para pasar a inicio, le preguntó: “Inma, has soltado ya todo? Tienes algo más que decir? Estás bien? Si ya has descargado todo, empieza a escuchar, por favor…, y empecé a escuchar. Del grupo de Miguel (preinicio), pasé al de Alejandro Bejarano (inicio). Alejandro era un hombre con carácter que lograba frenarme y hacerme pensar. Me trataba con firmeza y empatía. Me enseñó a soltar poco a poco ese odio que tanto daño me estaba haciendo y también me enseñó a comprender…”. Cuando me habla de Alejandro, sus ojos se llenan de lágrimas y tiene que hacer una pausa. “Alejandro era una persona muy clara, digo `era´ porque desgraciadamente ya no está con nosotros. Y le debo tanto…

Recuerda una sesión ya avanzada en la etapa de inicio, en la que Alejandro le dijo a su marido : “escucha, Fernando, no sé si tu habrás notado que tu mujer no te puede ni ver. Ahora te toca reconquistarla, y presiento que eso va a llevar su tiempo y trabajo”. Fernando, desde la humildad, fue recibiendo sugerencias para reconquistarla y ella, con el corazón un poco más blandito, también trabajó día a día para tranquilizarse y recuperar la confianza y la autoestima.

ARO se convirtió a partir de ese entonces en la palabra mágica.

Y regresó el amor…

Cuando él se alejó de la adicción, ella volvió a encontrarse con el hombre que la enamoró hace muchos años. “Al principio me costaba mirarlo y no ver en sus ojos el daño que me había hecho. Pero poco a poco lo conseguí. Ahora me siento muy feliz y orgullosa por todo lo que hemos logrado juntos”.

Inma y Fernando felices tras superar la adicción.

Y cerraron el libro de las facturas pendientes

Tras muchas sesiones de terapia, llegó el momento de decirlo todo para poder cerrar definitivamente el libro de las facturas pendientes. Una vez que se cierra ese libro, ya no vale sacar a relucir asuntos del pasado que ya se han debido zanjar. Les invitaron a vaciar la pesada mochila antes de iniciar una nueva etapa de su relación, y lo hicieron.

Inma optó por escribir a su marido una larga carta, porque verbalizar todo el daño que llevaba dentro le resultaba más difícil. Se sentaron uno frente al otro, y Fernando leyó la carta con dolor. Pudo leer lo mal que lo pasó Inma durante el embarazo y el parto de su hijo. Aún se ve a ella misma, embarazada y recorriendo las calles de madrugada buscándolo angustiada… (aún llora al recordarlo. Fernando también). Terminaron de leer la carta, de hablar, y de llorar, y fue entonces cuando entre los dos decidieron cerrar ese capítulo de sus vidas para no volverlo a abrir jamás. Y no lo volvieron a abrir. “Una vez cerrado el libro, ya no vale ni un reproche del pasado” dice ella convencida.

Hoy viven una vida distinta. Más sencilla, más consciente. Ambos han hecho cambios en sus vidas profesionales para poder disfrutar de más tiempo en familia.

Hoy, Inma se siente profundamente orgullosa de su marido y de su vida. Presume de Fernando, del que dice que es “más bueno de lo que me gustaría”, además de “divertido y entregado”. También ella ha recuperado su autoestima, hoy se mira al espejo de frente y sin bajar la mirada. Ha vuelto a ser ella misma pero en una versión mejorada.

Un mensaje para quienes están junto a una persona con una adicción

“ARO es tu sitio. Aquí también hay una silla para ti. A veces estamos más rotos los acompañantes que los propios adictos. Aquí puedes sanar, entender, descargar, y decidir si quieres quedarte o no, pero sin la adicción de por medio. Incluso puedes volver a enamorarte como me pasó a mí.”

Agradecimientos

Quiero agradecer en el alma el apoyo incondicional de mi cuñada Sari, y de mi amiga Lola, que han estado a mi lado desde el minuto cero arropándome y acompañándome en todo momento. También quiero agradecer a los monitores que han guiado mis pasos en este complejo proceso ayudándome a sanar y a reconducir mi vida. Especialmente a Miguel de los Santos y a mi querido Alejandro Bejarano, que ha sabido con métodos infalibles sacar de mí todo lo malo acumulado y hacer que volviera a recuperar la ilusión y la alegría de vivir. Un beso al cielo

 

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