Fuente de la Corcha (Beas, Huelva) volvió a latir al paso de su patrona en las fiestas que le rinden culto y homenaje. En la aldea de apenas medio centenar de vecinos la devoción a la Virgen de la Salud es identidad. Triduo, pregón, diana, rosario con el Simpecado y, el domingo, función principal y una procesión que se alarga todo el día visitando casa por casa. Un conjunto de actos litúrgicos que da vida al enclave por estas fechas. “La aldea se multiplica; vuelven los hijos, los nietos, los amigos. Es el día de la Virgen y es el día más grande”, resume Raúl Real Carrero, de 26 años, camarista de la Virgen y hermano mayor durante tres años previamente a la pandemia.
Raúl, que este año ha ejercido también de mayordomo, representa ese relevo joven que sostiene la tradición. A su cargo, en 2025, la Hermandad de Nuestra Señora de la Salud ha puesto el cuidado del templo y del ajuar de la patrona. “Aquí la hermandad es el punto de unión. Organiza los cultos y también la vida en la aldea. Desde el pregón y las orquestas en la caseta hasta la diana del sábado o la gran convivencia del lunes, cuando se presenta la nueva directiva de la hermandad”. Cada año, un grupo de hermanos toma el testigo y planifica la edición siguiente; el lunes que sucede a las fiestas, tras un almuerzo popular y una pequeña subasta para sufragar gastos, se proclama a los entrantes.


La procesión dominical, corazón de la fiesta, recorre medio centenar de hogares. En los últimos años se alterna por barrios para hacer el itinerario más llevadero. En cada puerta se repiten los gestos de siempre, con flores, vivas, alguna sevillana y convites compartidos entre vecinos. “Cuando la Virgen entra en tu casa es un momento especial. Están los que faltan y los que estamos; se reza, se canta… Es muy emocionante”, confiesa Raúl. Como camarista, el joven valverdeño se encarga de vestir la imagen a lo largo del año. Esta tarea la comparte con otras tres personas más veteranas de quienes confiesa que aprende cada día. “Los ratos de intimidad con Ella son los más especiales. Le rezo y le pido por los seres queridos”.


La Virgen de la Salud sobrevivió a la Guerra Civil
La hermandad, insiste, “es como el ayuntamiento” de la aldea y mantiene viva la agenda en invierno con diferentes festividades. Organiza las Candelarias, la zambombá navideñas y Cabalgata de Reyes, además de impulsar un carnaval sencillo y una convivencia anual con otras aldeas de la zona. En mayo organiza la romería en el Cabezo de la Virgen, donde está la pequeña ermita donde la imagen “duerme” ese fin de semana. El Cabezo no es un lugar cualquiera, ya que allí, cuenta la memoria oral, fue enterrada la talla durante la Guerra Civil para evitar sacrilegios y represalias.
La historia de la imagen ayuda a entender por qué se la quiere así. De madera, en torno a 70 centímetros, la Virgen de la Salud se documenta con origen sevillano sobre 1800 y relación con los Mínimos de San Francisco de Paula. Su llegada a la aldea se vincula al sacerdote Pedro Moya, a través de Valverde del Camino. Durante la contienda, se escondió primero en casas particulares y, ante el riesgo de registros, fue ocultada en el Cabezo. Ese episodio tiene para Raúl un vínculo íntimo. “Mi abuela, Amparo Becerro Romero, que hoy tiene 88 años, vivió aquello. La tuvieron un tiempo en su casa y, cuando corría peligro, la enterraron en el cerro. Ella lo cuenta con mucha emoción”. Tras décadas de culto, la talla fue restaurada en 1978 y de nuevo en 2021 por daños de termitas; hoy luce sobria y cercana, como la recuerdan varias generaciones.
Las fiestas de septiembre condensan esa mezcla de fe y convivencia. El jueves arranca el triduo; el viernes, pregón y baile; el sábado, diana matinal por las calles y, al anochecer, rosario con el Simpecado; el domingo, misa a media mañana y salida procesional “hasta que el cuerpo aguante”, como dicen los mayores. A lo largo del recorrido se repiten escenas de una religiosidad sencilla, con pañuelos al aire, promesas discretas, familias que abren su patio, niños que aprenden el rito de llevar flores. No faltan detalles de color que la aldea ha ido recuperando (como el tradicional carro del vino en ediciones recientes) y que subrayan el carácter popular de la jornada.


Raúl reivindica la función social de la hermandad en un tiempo en que la población se va marchando fuera por trabajo. “Mucha gente vive en Valverde del Camino, Beas, Trigueros o Huelva, y viene los fines de semana a descansar con la familia. La hermandad ayuda a que Fuente de la Corcha siga teniendo vida. Las tareas y compromisos al frente de la hermandad te absorben, sí, pero te llenan. Es la herencia que nos inculcaron mi abuelo y mi madre”. También hay relevo y compromiso por parte de las nuevas generaciones: “Este año han entrado hermanos más jóvenes que yo. A los chavales de 20 aún les tira salir, pero cuando llegan los 30 y vienen los niños, vuelven a la aldea y se enganchan. Hay futuro”.
La aldea se articula en torno a la iglesia de la Salud y al bar de la hermandad, punto de encuentro social, donde la devoción está siempre presente. “Aquí todo gira en torno a Ella. Somos como una pequeña familia; casi todos nos tocamos algo de lejos. La Virgen de la Salud es nuestra casa común”, resume Raúl.
En lugares rurales como este, a los que la ciudad le ha arrancado su gente, las fiestas populares son manifestaciones que mantienen viva la memoria colectiva de sus pobladores originales. Es por eso que aflora la necesidad, cada año, de compartir el tiempo y la devoción a la sombra de la arboleda que dio refugio a ganaderos y labriegos que décadas atrás levantaron sus casas en estos parajes onubenses llenos de encanto que encierran cultura y tradición.
En Fuente de la Corcha, mientras haya apasionados como Raúl Real alimentando con su energía la devoción por la Virgen de la Salud, la aldea seguirá recibiendo, al menos, cada fin de semana a todas esas personas unidas por sus orígenes.







